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The Guardian en español

El “ya está bien” de Theresa May puede empeorar la amenaza terrorista

El Consulado de España en Londres habilita teléfonos de emergencia por atentados

Richard Barrett

Dirigiéndose a la nación desde el número 10 de Downing Street el domingo, la primera ministra expresó enérgicamente la necesidad de cambio, tanto en la tolerancia de la gente respecto al extremismo como en la estrategia antiterrorista del Gobierno.

Ante tres atentados exitosos y cinco planes desbaratados en los últimos tres meses, esto parecerá una reacción apropiada y la mayoría de la gente estará de acuerdo con May en que “ya está bien”. Pero aún no está claro lo que pretende hacer la primera ministra para traducir ese sentimiento en acciones efectivas; y podría empeorar fácilmente las cosas. Cuanto más 'securitizada' esté nuestra sociedad, más durará el miedo y el impacto del terrorismo.

Theresa May asumió el cargo en 2016 tras seis años como ministra de Interior y ha estado en el núcleo de la política antiterrorista británica desde antes del auge de ISIS. Ha supervisado el desarrollo de la estrategia de prevención británica, diseñada para involucrar al sector público en la identificación de casos de extremismo y denunciarlo ante las autoridades.

He estado lidiando con el terrorismo desde antes del 11-S y es preocupante ver que, a pesar del enorme esfuerzo y las inmensas cantidades de dinero gastadas en todo el mundo, la amenaza es claramente mayor ahora que en 2001. No es descabellado preguntarse si enfocar con determinación más o menos las mismas políticas marcará la diferencia.

De acuerdo con una encuesta que llevé a cabo en los últimos dos años a 43 prisioneros de 11 países que habían luchado con grupos extremistas en Siria, una razón común para unirse a los combates es la sensación de deber u obligación con los correligionarios que, según ellos, sufren la opresión del Estado o de potencias extranjeras. Los grupos extremistas han sido capaces de envolver las frustraciones existenciales en una narrativa común sobre la finalidad y el heroísmo de defender la religión.

Por tanto, la primera ministra debe tener cuidado en equiparar el terrorismo y el extremismo islamista. A pesar de los comentarios sobre los verdaderos valores del islam, esta yuxtaposición de términos es una descripción demasiado simple para un fenómeno muy complejo: la utilización de May de las palabras cae en el juego de la división binaria que los terroristas intentan crear entre musulmanes y el resto.

Hablando con autoridades de países de mayoría musulmana sobre estrategias comunes contra el terrorismo o con individuos musulmanes sobre cómo derrotar la narrativa terrorista, casi siempre me he encontrado con críticas en dos aspectos sobre la forma en que Occidente se aproxima al problema.

Primero, estas autoridades se quejan de que los gobiernos occidentales toleran los discursos extremistas contra los países de mayoría musulmana porque no incumplen la ley, sino que recaen sobre la libertad de expresión. Esto puede que sea cierto, pero es totalmente justificable. La protección de las libertades individuales y el Estado de derecho son fundamentales para una sociedad sana y unida.

Segundo, se quejan de que a menudo las políticas antiterroristas occidentales en zonas de conflicto son contraproducentes, especialmente cuando las bombas y los drones matan a civiles. Esto también es verdad, y es más difícil de justificar o defender. La acción militar no es una respuesta adecuada a la amenaza terrorista a menos que forme parte de una estrategia mucho más amplia, que tenga en cuenta las diferentes causas del extremismo. Los objetivos antiterroristas estratégicos de nuestra participación militar en Siria son tan oscuros como lo eran en Libia, Irak y Afganistán.

Los terroristas pretenden provocar una reacción tanto en el Gobierno como en la sociedad, de modo que al instar al sector público y a las comunidades a ser más firmes para acabar con el terrorismo es fundamental que no se dé a los grupos de odio antimusulmanes un ápice de legitimidad. La intolerancia puede llevar fácilmente a más intolerancia, a ambos lados del espectro. Y, como dijo May, el terrorismo crea terrorismo. Las lecciones de la campaña contra el racismo pueden ayudar a elaborar legislación, como sugirió la primera ministra, pero también demuestran lo difícil que es curar las divisiones sociales. El racismo de extrema derecha sigue estando muy vivo a pesar de una constante mala prensa y una considerable legislación y vigilancia desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

May mencionó otra vez la necesidad de negar a los extremistas un espacio seguro en la red. Es un objetivo loable, pero hay muchos problemas, tanto legales como técnicos. Las protecciones a la libertad de expresión de la primera enmienda estadounidense hacen que sea difícil trazar una línea entre el discurso legítimo e ilegítimo —y en el esfuerzo por erradicar la incitación a la violencia no deberíamos limitar el derecho a expresar visiones radicales—.

Técnicamente, la demanda del mercado por una criptografía más fuerte supondrá inexorablemente que las autoridades vayan siempre por detrás. En cualquier caso, el derecho a la privacidad también es importante y no se debería pedir a las compañías proveedoras de acceso a internet incumplirlo excepto en el marco de la ley. El control legal efectivo de internet no puede existir sin un tratado internacional, pero aunque sea posible elaborar uno, las capacidades técnicas y políticas actuales no permitirían su puesta en marcha.

Los servicios de seguridad y las fuerzas policiales no están clamando por nuevas leyes y ya han recibido promesas de más recursos. La mayoría de los profesionales, sin embargo, están de acuerdo en la necesidad de más trabajo de inteligencia, tanto sobre quién puede estar contemplando un ataque como por qué.

La amenaza estará ahí durante muchos años más tras la destrucción física de las bases de ISIS y Al Qaeda. El problema a más largo plazo es abordar la ideología que hay tras ellas.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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