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The Guardian en español

Donald Trump, consejero delegado de Estados Unidos S.A.

Trump en la firma de un decreto sobre el sector sanitario en octubre de 2017.

David Smith

Washington —

No sería descabellado afirmar que cinco años atrás una fotografía de estas características habría superado las alucinaciones más delirantes de un paciente con fiebre tropical. En la imagen, Donald Trump se sienta frente al escritorio Resolute (llamado así porque está hecho con la madera del buque británico HMS Resolute) en el Despacho Oval con las manos cruzadas y una amplia sonrisa. A su derecha, vestida de negro y con aspecto grave se encuentra Kim Kardashian, una estrella de los realities que se hizo famosa hace diez años por unos vídeos de contenido sexual.

“He hecho saltar por los aires Internet. He hecho saltar por los aires el país”, decía una parodia en el programa The Daily Show de Comedy Central. El periodista Tom Gara de BuzzFeed News tuiteó: “Es increíble que la persona más poderosa del mundo tenga reuniones informales con Trump”. Y en el contexto de las negociaciones para que Trump se reúna con el dictador norcoreano Kim Jong-un, el corresponsal de NBC Peter Alexander escribió: “La otra cumbre con Kim”.

Trump se limitó a tuitear que fue “un gran encuentro” en el que hablaron de “la reforma del sistema penitenciario y de las sentencias judiciales”, evidenciando las dudosas credenciales de Kardashian para desempeñar el papel de gurú de la Casa Blanca.

Lo cierto es que el 45º presidente de Estados Unidos parece haber prescindido de expertos o de un círculo de asesores de confianza. Las puertas del Despacho Oval han estado abiertas de par en par para el consejero de Seguridad Nacional para, un minuto más tarde, dar la bienvenida a un rostro famoso del reality Keeping Up with the Kardashians.

Trump ha cumplido 500 días de mandato y diariamente genera un aluvión de comentarios, tuits, insultos, disculpas y amenazas. Está propiciando una guerra comercial mundial, ha anunciado una cumbre con Kim Jong-un, parece estar fuera de control y la afirmación “hay adultos en la sala” brilla por su ausencia.

Sus detractores señalan que no se trata tanto de un equipo que impulse políticas hostiles como de un equipo integrado por una sola persona. Donald Trump.

La presidencia del yo

Michael Steele, expresidente del Comité Nacional Republicano, indica que cree que ahora “ya se dispone de una visión más completa de su estilo. No es un presidente que crea que necesita la ayuda de terceros. Esta es la presidencia del yo. Lo escuchas en cada discurso y lo ves en cada uno de sus tuits: todo gira en torno a su persona. Como suele suceder, su mandato será un éxito o un fracaso en función de sus esfuerzos”.

No hace mucho se creía que las distintas facciones rivales en la Casa Blanca competirían para moldear la presidencia de Trump. Sin embargo, todas estas especulaciones en torno a la lucha entre los “globalistas de Goldman Sachs” y los “populistas nacionalistas” ha quedado eclipsada por el ruido de los egos individuales.

Ahora muchos medios de comunicación dejan entrever que estamos ante una guerra de “todos contra todos”. Se comenta que en el contexto de las negociaciones comerciales que tuvieron lugar el mes pasado en China, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin y el asesor en cuestiones comerciales Peter Navarro tuvieron una agria disputa.

Según Axios, Kelly Sadler, que hizo un comentario ofensivo sobre el senador John McCain, enfermo de cáncer, le habría dicho a Trump delante de otros miembros de su equipo que creía que su jefa, Mercedes Schlapp, era una de las personas que más información filtra sobre la Casa Blanca. Schlapp “se defendió de estas acusaciones con agresividad” mientras el presidente contemplaba la escena.

Steele indica que “a Trump le provoca un placer casi sádico ver como los miembros de su equipo forman camarillas, se persiguen los unos a los otros, y se atacan los unos a los otros. Lo que como empresario no había previsto eran las filtraciones. En la Trump Tower solo había una agenda. En cambio, en la Casa Blanca hay más de una. Ha aprendido que cada persona llega a la Casa Blanca con una agenda propia y tiene sus propios intereses. No obstante, disfruta observando cómo los miembros de su equipo se comportan como niños de parvulario”.

Trump es su propio director de comunicaciones

La lista de bajas es larga e incluye a su directora de comunicaciones, Hope Hicks, considerada algo así como una hija adoptiva, y el consejero estratégico Steve Bannon, comparado con Thomas Cromwell en la Corte de Enrique VIII. Ninguno de los dos ha sido reemplazado. “Trump se ha convertido en su propio director de comunicaciones; ese puesto sigue vacante”, puntualiza Steele. “También es su propio responsable de estrategia. Marca las políticas y se deja llevar por sus instintos”.

Solo en la última semana, sus instintos lo han llevado a abrir la posibilidad de una guerra comercial con Canadá, la Unión Europea y México con aranceles al acero y el aluminio. También lo han llevado a volver a anunciar que el 12 de junio se reunirá en Singapur con el dictador norcoreano Kim Jong-un, y a afirmar que no “quiere volver a utilizar la expresión máxima presión”.

Asimismo ha acusado al The New York Times de inventarse una fuente cuando en realidad el diario estaba citando a un funcionario de la Casa Blanca que había hablado con varios periodistas. Según el Washington Post, también hizo más de 35 afirmaciones falsas en un acto celebrado en Nashville. Ha afirmado que le gustaría haber designado a otra persona que no fuera Jeff Sessions para el cargo de fiscal general.

Ha repetido que no despidió al director del FBI James Comey por la investigación en torno a la relación entre Rusia y el equipo de su campaña presidencial, a pesar de que previamente lo había reconocido en una entrevista en televisión. Ha seguido insistiendo en una teoría de la conspiración sobre el Spygate, y tras los comentarios racistas de Roseanne Barr reaccionó con autocompasión, y no con una condena.

También está el curioso episodio del indulto presidencial al activista ultraconservador Dinesh D'Souza, que se declaró culpable en 2014 de vulnerar las leyes federales de financiación de campañas (y que una vez se refirió a Barack Obama como un “niño” del “gueto”).

El presidente también se plantea indultar al exgobernador de Illinois Rod Blagojevich y a la presentadora de televisión Martha Stewart, que en su día participaron en su reality The Apprentice. Asimismo ha circulado el rumor de que está enviando un claro mensaje a todos aquellos que están siendo interrogados por el fiscal especial Robert Mueller: “Muéstrate leal y pronto nadie se acordará de todo esto”.

En un contexto normal, el jefe de Gabinete debería intervenir y proteger al presidente de sí mismo. John Kelly, que sucedió en el cargo a Reince Preibus, nunca ha tenido mucho control sobre los impulsos de Trump en Twitter y ha ido perdiendo poder hasta el punto de no tener ninguna influencia sobre el presidente. Incluso el yerno de Trump, Jared Kushner, parece estar un poco fuera de juego.

En cambio, los nuevos poderes fácticos en el Ala Oeste de la Casa Blanca se han labrado la fama de reafirmar las opiniones de Trump y hacer que se sienta bien consigo mismo. Su consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, el asesor económico, Larry Kudlow, y su abogado personal Rudy Giuliani parecen más interesados en complacer a su jefe que en controlar sus impulsos.

Bob Shrum, un estratega demócrata de 74 años, señala que “este es el primer presidente que puedo recordar, incluyendo a Richard Nixon, que sólo escucha a la gente que está de acuerdo con él. Creo que ha empeorado. Si se ha producido algún cambio en los últimos meses ha sido en la dirección de tomar decisiones impulsivas, unilaterales e irreflexivas”.

Giuliani, un neoyorquino septuagenario que se ha casado tres veces y que tiene tendencia a hacer declaraciones incoherentes, y que ha estado trabajando horas extra para desprestigiar a Mieller, parece encajar perfectamente en esta ecuación. Él y Trump, como ha señalado el cómico John Oliver, “son básicamente dos versiones de la misma persona”.

Gwenda Blair, biógrafa de Trump, explica que “Trump es un vendedor y ahora tiene un ayudante de ventas. No ve a Giuliani como a un rival. Giuliani está allí para conseguir titulares y atención. Ahora Trump tiene dos máquinas para distraer a la gente: mejor dos peonzas que una. No importa si se contradicen porque así tiene dos titulares”.

Blair puntualiza que el tipo de gestión de Trump resulta familiar ya que durante décadas dirigió su empresa en el despiadado sector inmobiliario de Manhattan. “Hace lo que siempre ha hecho: él manda y los demás obedecen. Le gusta que todos estén enfrentados con todos, así solo le deben lealtad a él. La rueda nunca para: primero eres imprescindible y luego caes en desgracia. Primero te quiere, luego te despide. Esto es lo que ha hecho toda su carrera”.

La biógrafa hace la siguiente observación: “Si te apellidas Trump, entonces estás bastante blindada aunque no hay que olvidar que no dudó en despedir a dos esposas”.

Traducido por Emma Reverter

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