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'Tamara y la Catarina', el cine de las nadie

Doña Meche y Tamara sosteniéndose

Carla Boyera

Murcia —

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Con guion y dirección de Lucía Carreras (México, 2016) y la apoteósica interpretación de Ángeles Cruz como Tamara (además de actriz también es guionista y directora que aborda temas tan invisibilizados como el de las mujeres lesbianas en las comunidades indígenas) y Angelina Peláez como doña Meche, 'Tamara y la Catarina' es una película silenciosa y quieta que va de encontrar espacios donde existirse, necesitarse, cooperarse, apoyarse y sostenerse. Una película sobre la suerte y la urgencia de las alianzas.

¿Cuántas historias sobre la fortaleza y autonomía de las mujeres no empiezan con el abandono de un hombre? Esta es una de ellas. Paco, el hermano de Tamara, sale callado, sin despedirse, sin explicación. ¿No sabe qué decir? ¿Se avergüenza? ¿Se le hace demasiado duro? ¿No se ve capaz de confrontar la situación? El patriarcado no ha enseñado a los hombres a despedirse, a sentir vergüenza, a derrumbarse delante de otro ser humano, máxime si es una mujer. El patriarcado no les ha enseñado nada de esto, pero sí les ha dado la bendición para abandonar. La soledad de Tamara en su casa una vez Paco ya no está es un vaso de leche y un pan para el desayuno y que al día siguiente siguen en el mismo lugar, es mirar una silla vacía, es varias veces «Paco, ¿ya vienes?» hablándole al contestador automático del móvil de su hermano.

Un diálogo sólo de miradas empieza en el autobús ante el llanto incontrolado de la Catarina. Son estas las miradas que permanentemente aguantamos las madres. Nadie miraría a un obrero de la construcción con odio como haciéndolo responsable del ruido infernal de su máquina taladradora, pero un bebé llorando enseguida requiere de todas las explicaciones y enciende el interruptor de las miradas reprobatorias. ¿Qué sociedades son estas que miran mal a las madres? ¿Qué sociedades son estas que de entre todos los ruidos el que más incomoda es el llanto de un bebé? ¿No estaremos psicopatizando la vida en vez de celebrarla? Tamara además, leída como madre sola y neurodivergente, no puede tener otro veredicto social que el de culpable del llanto de la nena.

  • - Fíjate, pendeja! ¿Es que no ves?
  • - ¿Por qué no la ayudas en vez de insultarla? ¿Qué no ve que no está bien?
  • - Además de pendeja, retrasada. Solamente a una bruja como usted gordetera se le ocurre que una mongola como esta puede tener un bebé.

Pendeja, retrasada, bruja, gordetera, mongola. Así se insulta la alianza y el apoyo entre mujeres, así se castiga al más puro estilo nazi la reproducción de las que quedan fuera del régimen ario, fuera de la casilla de la perfección, despojada del carnet que te legitima y da puntos para reproducirte como especie. Así quedan las solas, las pobres y las neurodivergentes invalidadas como madres, alejadas del visto bueno social para amar, cuidar y reproducirse. Estos discursos a menudo se traducen en prácticas castradoras racistas, como las que llevan siglos aguantando las mujeres del pueblo gitano. Jamás escuché de ninguna amiga paya euroblanca que un centro de salud o médicx de cabecera cuestionara la vida sexo-reproductiva de ninguna de ellas, y eso que algunas de mis amigas han gestado hasta cuatro criaturas.

  • - Yo sé que no te la robaste, pero si la policía se da cuenta de que tú la tienes, ¡te van a acusar de robar chicos!
  • - ¿Por qué?
  • - Porque ellos no van a entender que tú quieres cuidarla

Desde esta sencilla conversación entendemos que el diálogo entre las leyes y las personas es sordo; sólo trae incomunicación y, consecuentemente, incomprensión. Una justicia que no comprende, jamás será justa.

Los diálogos más importantes de esta película son, con o sin palabras, los de Tamara, la Catarina y doña Meche y todas las probabilidades de bidireccionalidad que hay en todos esos viceversa. Diálogos de enseñar a poner y quitar un pañal, barrer la casa, cocinar, fregar los platos, comprar pomada para una quemadura, traer ropa para la bebé, la rebequita que hace frío, la quesadilla de picadillo o de queso para el almuerzo. Así de pequeños y así de fundamentales son los cuidados de y entre las mujeres que tantas veces protagonizan historias invisibles que nadie parece ver fuera del cine y que tampoco suelen tener cabida en él.

Esta película, a pesar de estar protagonizada por dos mujeres, deja fuera los cuentos patriarcales sobre misoginia y rivalidad y demuestra que otras narrativas entre mujeres son posibles. Son estas dos mujeres, Tamara y doña Meche, las que se acuerpan y acogen y sostienen creando una inmensa, potente y subversiva no ficción, sino realidad; no ficción, sino verdad. Ellas resisten a la atomización de la sociedad, al individualismo violento y demente. Ambas mujeres se dan, sin hacer de ello un proyecto intelectual, la respuesta más difícil: una respuesta a la desesperanza. La fortaleza de dos mujeres desde la aparente fragilidad de estar «solas» se construye en la arquitectura de acompañarse, de existirse la una a la otra (ese trenzarse el pelo, ese masajearse los pies, ese rezarle a la lagartija muerta); es así que se vuelven indestructibles.

Paco, no vengas, que ya no hace falta.

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