Una de las cosas que más me impactaron al visionar la película documental El año del descubrimiento fue cuando José Ibarra cuenta lo de su primer accidente laboral, con apenas 14 años, estando en la escuela de aprendices de la Empresa Nacional Bazán. Ibarra, sindicalista de CCOO que se licenció en Historia, ha suministrado abundante material a los autores de esta galardonada producción, cuya idea surgió en 2016, año en el que se pusieron en contacto con él a través de un familiar.
Su director, el cineasta murciano Luis López Carrasco, contó el otro día a Javier del Pino, ante Enric González y Jordi Évole, en la SER, que le sonaba que en 1992, cuando tenía 11 años, quemaron la Asamblea Regional de Murcia, ubicada en el Paseo de Alfonso XIII de Cartagena, y que ese era un suceso que desde hacía tiempo le rondaba la cabeza. Que preguntó por Murcia a amigos y conocidos y casi nadie recordaba aquel insólito suceso, que abrió informativos de radio y televisión hace tres décadas y que el 4 de febrero de ese mismo año fue portada del influyente diario El País. Ello le llevó a acometer esta película de tres horas y veinte minutos, en la que se invirtieron 10 días en su grabación y 65 horas de metraje, con un total de 45 entrevistados. Gente de entonces, pero también de ahora. Se rodó en el castizo bar La Tana, ubicado en lo que queda del Lago cartagenero, y se ambientó como si estuviéramos a comienzo de la década de los noventa del siglo pasado. “En muchos momentos del film la presencia de la crisis económica sobre los rostros y las historias de los personajes es tangible y explícita. Lo que es más difícil de averiguar es a qué crisis se refieren: ¿a la de entonces o a la de ahora?”, se preguntaba hace tres meses López Carrasco en un extenso artículo.
Con abundante material entre las manos, los impulsores de aquel ingente trabajo comenzaron su peregrinaje para obtener dinero y llevarlo a cabo. Llamaron a varias puertas y apenas obtuvieron una exigua subvención del Ayuntamiento de Cartagena y otra del Ministerio de Cultura. Acudieron también, por supuesto, a la Comunidad Autónoma de Murcia, si bien con nulo éxito, ya que quien se encargó de visualizar el proyecto -sin duda, un auténtico visionario- no creyó conveniente dotarlo con cantidad alguna.
Este último episodio contrasta con el aluvión de enhorabuenas que desde el Gobierno regional y su entorno del PP, tras la obtención de dos Goyas el pasado 6 de marzo, recibieron esa misma noche la película, su director y el resto del equipo, como éxito de un producto genuinamente regional. Al parecer, nadie les debió contar a esos ávidos tuiteros lo que acabo de referir. O quizá sí y resulta que su cinismo no conoce límites.
Pero no fueron estas las únicas felicitaciones dignas de mención y acaso para enmarcar. También desde el PSOE se sucedieron los parabienes en cascada, por lo que deduje que la mayoría, o no había visto el documental, o su grado de estulticia para aparentar ser unos quedabien era más que patente. Porque si hay algo que queda meridianamente claro en la película es que aquellos trabajadores allí retratados abrazaron la violencia a raíz de su hartazgo por el ninguneo al que fueron sometidos por los gobernantes socialistas de la época. Quedó claro que el presidente Carlos Collado “no pintaba nada en Madrid”, se lamenta otro de los sindicalistas entrevistados. Y que por eso, entre otras cosas, acabaron enfrentándose a los antidisturbios e incendiando el parlamento autonómico por el que, dijeron entonces y ratifican en el propio documental, sentían que ni los representaba ni los escuchaba. Y lo más lacerante: con muchos escaños ocupados por la izquierda con mayoría absoluta. Aunque, a fuerza de ser sinceros, tampoco los sindicatos, en algunas fases del documental, salen muy bien parados, que se diga. Fue Sartre quien dijo desconfiar de la incomunicabilidad ya que, explicaba, esta era fuente de toda violencia. La misma que, viendo determinados comportamientos, solo puede ser disimulada por la mentira.
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