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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El fracaso de una democracia

El día de la marmota

Miguel Ángel García García

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Para ustedes no es ninguna novedad que les diga que nuestra democracia tiene sus fallos, incluso que ha fracasado. Me atrevería a decir, sin vacilar un instante, que es una idea bastante generalizada y arraigada en nuestra sociedad. Los políticos nos han ido decepcionando año tras año, desde hace décadas, han ido minando la confianza de los ciudadanos de este país; esto no ha provocado únicamente el odio y rechazo a la clase política, siendo en España esta profesión sinónimo de calificativos peyorativos, también ha horadado el respeto hacia el vetusto sistema político que es la democracia.

Pero, ¿el problema está en la democracia per se?¿O acaso es que la mala praxis de nuestros políticos ha corrompido y envenenado un sistema ideal?

Podríamos señalar fallos de nuestro sistema tales como la Ley D'Hondt, la desigualdad territorial en el peso electoral, etcétera. Pero esos -múltiples- fallos no son más que errores de método, de la aplicación de fallidas herramientas políticas, con posibilidad de subsanarse. El fracaso de nuestro sistema político es un fallo de base, de definición, y es que precisamente tenemos que remontarnos a la definición de democracia.

La democracia es, por definición, un sistema político que garantiza la soberanía del pueblo, es decir, en una democracia la estructuración de la sociedad y cuestiones políticas surgen por y para el pueblo. Como es física y metodológicamente imposible que cada uno de los ciudadanos de una nación tengamos nuestro pedacito de poder, se transformó el concepto de democracia en el de democracia representativa.

En las democracias representativas el pueblo elige a un grupo de personas que se dedicarán única y exclusivamente a velar por los intereses de ese pueblo y representarlos de una forma efectiva en el desarrollo de la sociedad. Es decir, el pueblo y estas personas acuerdan de forma tácita que unos vivirán a costa de los otros, pero con la condición de que estos últimos cuiden y protejan al pueblo, sus derechos y sus intereses.

Pero este acuerdo tácito hace mucho que se desvirtuó y aquellas personas elegidas para representarnos se han convertido en una élite más de esta sociedad que se aprovecha de quienes le han puesto ahí. Se han olvidado de su labor representativa y ahora se dedican en exclusiva a las peleas de gallinero.

Representar al pueblo no significan solamente apoltronarse en un sillón del Congreso, representar al pueblo significa escuchar su voz y hacer caso a sus demandas. Y si esa voz pide que se lleguen a acuerdos, que las fuerzas políticas similares converjan y pacten, pues los elegidos para representar al pueblo deberán hacerlo, dejando a un lado consideraciones personales y estrategias electoralistas, porque están ahí para representarnos, no para ocupar cargos.

Aquellos que buscamos el progreso de nuestra nación, la conservación de nuestro planeta, la lucha por las igualdades, la justa distribución de la renta, en definitiva, los que queremos hacer de nuestra sociedad una más equitativa y moderna debemos pelear por la democracia, y eso implica pedir a nuestros políticos que no se olviden de por qué están ahí.

Votaremos, porque es nuestro derecho y deber, pero lo haremos con la esperanza de cambio, y lucharemos para que así sea.

Una democracia representativa no consiste en votar cada cuatro años, en nuestro caso cada siete meses, consiste en escuchar las demandas del pueblo y atenderlas sin miramientos, darle voz y luchar por una sociedad mejor.

Nuestro sistema debería ser por y para el pueblo, no por y para un asiento.

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