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Mujer y refugiada

Campo de refugiados sirios en Ritsona, Grecia

Amanda Gómez

Según datos recientes, el 60% de las personas que emprenden su viaje hacia Europa buscando refugio son mujeres, niños y niñas. Se calcula que una de cada 10 mujeres que huyen de sus países en busca de asilo está embarazada, lo que supone un mayor riesgo de complicaciones durante el embarazo y el parto por las duras condiciones en las que se produce el viaje.

El tráfico sexual y la violencia machista y patriarcal en todas sus formas aumentan por la falta de una respuesta coordinada por parte de los gobiernos y las ONGs, así como por la falta de escrúpulos de las mafias. Todo ello tiene consecuencias muy graves sobre las ya duras condiciones de vida de las mujeres refugiadas, así como para su incierto futuro en los países de acogida. Todo empeora en el caso de las mujeres que viajan solas, mucho más vulnerables ante las violaciones, robos y agresiones de todo tipo.

La violencia obstétrica y ginecológica, que ya supone un problema grave para las mujeres europeas, se ceba con las refugiadas y migrantes, que en la mayoría de casos dan a luz sin la asistencia de traductores y sin la presencia de sus parejas en el parto.

Según un reciente articulo del diario británico The Guardian, el porcentaje de cesáreas en Grecia se sitúa en el 50%, cifra mucho más elevada que la media de la Unión Europea (actualmente el 25% del total de partos) y muy alejada del 15% que recomienda la Organización Mundial de la Salud. La falta de consentimiento en estos procesos se ha generalizado de manera alarmante, con la consecuente incidencia en el aumento de las depresiones postparto y las complicaciones derivadas del parto, teniendo en cuenta las deficientes condiciones higiénicas, sanitarias y alimenticias de los campos en los que se encuentran las refugiadas y sus familias.

En el campo de Ritsona, algunas mujeres nos cuentan que se pasan meses llorando en sus alojamientos después de dar a luz, sin poder descuidar las labores domésticas y de cuidado y teniendo que recorrer largos trayectos hasta los baños, las duchas o los barracones de las ONGs donde reciben atención médica y los suministros que necesitan, como pañales o papillas, mientras sufren importantes dolores y trastornos psicológicos para los que no reciben ningún tipo de atención ni tratamiento.

La ayuda humanitaria debe incluir un compromiso firme para una mejora de la salud sexual y reproductiva que permita a las mujeres un mayor control sobre su cuerpo y su vida. Actualmente las estrategias dirigidas al empoderamiento y la protección de las mujeres son ignoradas de forma sistemática en la labor humanitaria, en consonancia con las estructuras patriarcales que imperan en nuestra sociedad. Las condiciones de mujer y migrante se superponen, generando un espacio de exclusión para un colectivo con importantes responsabilidades familiares y sociales, pero sin una contraparte en lo relativo a su participación en la sociedad y la política.

Europa está fallando estrepitosamente en la protección de las mujeres migrantes y refugiadas, con una respuesta claramente insuficiente por parte de los organismos públicos y privados ante una realidad ignorada pero creciente. La responsabilidad en el cuidado de la familia y la falta de poder en las relaciones familiares y sociales condenan a las mujeres al sufrimiento constante y a la preocupación por su propia seguridad y la de sus hijos e hijas, tanto durante el calamitoso trayecto hacia Europa como durante la penosa estancia en los campos.

La necesidad de una respuesta coordinada ante un problema sistémico y creciente es muy urgente, así como el refuerzo de la sororidad y el empoderamiento de las mujeres como estrategia para integrar a las mujeres migrantes como miembros activos de las sociedades actuales.

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