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La salud de los refugiados en Moria: enfermedades y escasos recursos médicos

Campo de refugiados de Moria

Dora Martínez Vidal

Son las tres de la tarde ,en pleno mes de agosto, y estamos en el bar de María, una especie de chiringuito junto al campo de Moria donde confluyen los refugiados con los voluntarios y trabajadores de las diversas ONG y asociaciones que allí operan, para hacer un descanso. El calor es asfixiante y ni siquiera en la escasa sombra que da el toldo raído se puede respirar ni refrescarse un segundo para poder hacer una parada y digerir toda la trágica situación que estamos viviendo.

Al mirar hacia mi derecha, observo a un hombre de origen africano, con la cabeza escondida entre los brazos, con una delgadez extrema y escupiendo saliva con un aspecto demacrado , de enfermedad y en la más absoluta soledad. Allí nadie parecía percatarse de su situación, era totalmente invisible. Nos acercamos para preguntarle cómo se encontraba y me presento como doctora, mi profesión, por si podía ayudarle en algo. Al girar su mirada hacia nosotros, vemos su cara totalmente deformada por un flemón de importantes dimensiones como hacía años que no había visto. Con ayuda de otros refugiados nos cuenta que es somalí y que lleva con fiebre elevada y dolor de cabeza “como si le fuera a estallar” desde hacía cinco días y que hasta dentro de tres días no tenía cita con el médico y no le habían dado ninguna medicación. El hombre rabiaba de dolor y le ofrecí un antiinflamatorio que llevaba en mi mochila . Como no nos quedábamos tranquilos porque necesitaba un antibiótico urgente conseguimos hablar con el médico del campo que amablemente se encargó de la situación tras acompañarlo y nos fuimos de allí.

Al día siguiente lo buscamos para ver cómo estaba y nos recibió con una sonrisa que le iluminaba su cara. Al preguntarle cómo estaba había mejorado levemente con mi medicación pero la prescrita en el campo eran dosis infantiles y ni siquiera había recibido el antibiótico que necesitaba.

En la misma semana me puse en contacto con un doctor de una organización independiente para que me informara de la “sanidad” en el campo de Moria. Me cuenta que están desbordados y sin apenas medios para cubrir las necesidades básicas de los refugiados. Hay dos ONG independientes que cubren la medicina general desde las nueve de la mañana hasta la una de la madrugada y fuera del campo está Médicos sin Fronteras que se ocupa de los niños y de las mujeres y Rowing Together que son una organización con un equipo de ginecólogos que se encargan de las mujeres embrazadas de alto riesgo y de los problemas ginecológicos en general. El más grave y que me dejó sobrecogida era el alto índice de violaciones de las mujeres en el origen y trayecto hasta llegar al campo. Nos cuentan que lo que más urge es la atención psiquiátrica y psicológica en estos casos tan trágicos además de las torturas recibidas a lo largo del camino pero esta atención está colapsada con largas listas de espera y sólo atienden casos de intentos de suicidio y pérdida de la capacidad de autonomía total en casos de estrés postraumático graves.

A todo esto se añade las condiciones infrahumanas de higiene e insalubridad en un campo donde conviven hacinados unos 7000 refugiados compartiendo cuatro familias una tienda de campaña junto a montones de basura y escasos baños y duchas que me provocan náuseas por el hedor y la pudedumbre mezclados con el calor aplastante que no da tregua en ningún sitio del campo.

Me cuentan que la lista de espera de los pacientes más graves para ser evacuados de la isla es de 900 personas y es interminable. Estamos hablando de pacientes con SIDA sin medicación antirretroviral , de pacientes con cáncer sin diagnóstico ni tratamiento, de mujeres embarazadas con malformaciones que precisan evacuación preferente con riesgo vital para ellas y para el feto y que necesitan un hospital de tercer nivel fuera de Lesbos y estamos hablando de niños con necesidades y enfermedades crónicas que no pueden recibir tratamientos a veces muy básicos pero imprescindibles para su subsistencia pero que la terrible falta de recursos no puede cubrir.

Y no hablemos de los pacientes mayores con otras patologías crónicas como una simple diabetes que los puede llevar a la muerte si no reciben la insulina que necesitan o medicaciones para la hipertensión arterial. A propósito de este tema, allí para sacar los fármacos con aportación reducida (como las recetas en España) necesitan una tarjeta de farmacia específica que no sólo tarda siglos en llegar, sino que en la actualidad están bloqueadas y no se están entregando con lo que, cómo pueden sacar los medicamentos que necesitan si no tienen dinero?

Otro dato importante es la organización que gestiona la “salud” (por llamarla de alguna manera) en el campo de Moria y que depende directamente del gobierno. Cada semana prácticamente se ponen en huelga porque no les pagan lo cual conlleva que se paralice todo, ya que las ONG sanitarias dependen de ellos para cualquier acción (análisis , derivaciones a hospitales y especialistas que sólo ellos pueden aprobar) y quién sufre y pagan las consecuencias? Siempre las personas refugiadas.

Esto es un infierno para ellos y el maltrato que están recibiendo por parte de todos nosotros , de Europa y de las autoridades que los dejan morir agonizando sin importarles absolutamente sus vidas, es intolerable.

No puedo entender aquellos que dicen sin pestañear desde su cómodo sillón en sus casas con aire acondicionado y con todos sus privilegios que no quieren que vengan a nuestros países porque les molestan, y es mucho más fácil mirar hacia otro lado y hacer como que nada de esto está pasando.

Me gustaría que aunque sólo fuera por un día vieran todo lo que han visto mis ojos y sintieran lo duro que es vivir en estas condiciones.

Entre todo este horror que estamos viviendo,me quedo con una frase de nuestro amigo Eric, coordinador de The Hope Project, un luchador y un héroe en los tiempos que corren “lo único que puede detener esta barbarie es el corazón de los europeos y yo creo en la solidaridad de la gente”. Yo también lo quiero creer, o al menos lo necesito. Me quedo con esto y con la sonrisa de mi amigo somalí.

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