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“Me acostumbré a la guerra, las bombas y los aviones ya no me despertaban”

Imad, Ahmad, Lorena y Milad, refugiados acogidos por Cruz Roja en Torrelavega. | SARA AJA

Sara Aja

Cruz Roja está de gira con su última campaña, 'La maleta que más pesa', que se centra en concienciar sobre la situación que continúan sufriendo las personas refugiadas. Hoy en día, en el centro que tiene la ONG en Torrelavega, conviven 57 personas a las que ofrece ayuda médica, formación profesional, alimento y alojamiento.

Además, la organización solidaria busca la independencia de los refugiados, ayudándolos a emanciparse y encontrar trabajo. La demanda de habitaciones para recibir alojamiento está aumentando significativamente: en 2014, Cantabria recibía una solicitud de asilo al mes; ahora, recibe cuatro a la semana.

Los hermanos de Damasco, Imad y Milad, el joven Ahmad de Aleppo, y Lorena, que llegó desde Medellín, son algunos de los refugiados que ejercen su derecho de asilo en el centro cántabro. En común, comparten pasado: dejaron atrás todo lo que habían conseguido en sus países de origen. Además, les une el agradecimiento a Cruz Roja.

Milad (42 años), Imad (46 años) y Ahmad (28 años) se refugian en Cantabria de la misma guerra. La guerra siria. El conflicto aún está vivo en sus ciudades natales, Damasco y Aleppo, y lo único que piden al futuro es dejar de ser nómadas y estabilizar sus vidas.

Los hermanos Milad e Imad llevan solo cinco meses en España, apenas hablan el idioma y han dejado todo atrás para intentar luchar por un futuro para sus familias. Milad tiene una hija de dos años a la que aún no conoce. “La veo crecer por fotografías”, cuenta.

Desde que hace tres años emprendiesen la ruta, el sueño de los dos hermanos ha sido poder reunirse de nuevo con sus familiares en un lugar seguro. Argel, Marruecos, Melilla, Córdoba, Hamburgo... Han pasado por todas estas ciudades. Todas han sido testigo del esfuerzo que supone partir con la maleta más pesada, la que no puede albergar sus vidas anteriores.

“Y poder trabajar”. Imad expresa la segunda voluntad de los hermanos. Eran escayolistas en Damasco y necesitan un trabajo para salir del centro. Mientras tanto, siguen esperando que el Gobierno y la Embajada tramiten los documentos de reagrupación familiar.

Imad y Milad han tenido que ahorrar durante años para costearse el viaje hacia la seguridad. Ellos han tenido la suerte de poder hacerlo. Para ello, tuvieron que vender la mayoría de sus bienes. Así lo explica Ahmad: “La gente está vendiendo todo, también saqueando todo... Antes el dinero era para intentar salir del país, ahora es para poder comer”, sentencia.

La madre de Ahmad continúa en su ciudad natal y afirma que la situación cada vez es más desesperada: el precio de la gasolina, los alimentos, los coches o las viviendas se ha multiplicado por 300. Él lleva en España cuatro años, prácticamente domina el idioma y, a sus 28 años, ha empezado su vida de cero en tres ocasiones.

Renacer tres veces

El joven está acostumbrado a viajar solo. Sus padres lo mandaron a estudiar fuera desde niño. Ahmad habla sirio, ruso, ucraniano, árabe, inglés y castellano. Empezó a estudiar Farmacia en Aleppo, pero fue reclutado por el ejército nacional de su país para realizar lo equivalente al servicio militar. Se unió al ejército oficial antes de iniciar la guerra y debería haber hecho únicamente un año de formación militar, pero dada la situación de emergencia, terminó cumpliendo dos años en las filas.

“En el ejército hacía el trabajo de cinco hombres, me subieron de graduación, por eso podía negarme a hacer algunas misiones, aunque me mandaban a la cárcel del ejército durante dos meses, en los que dormía, descansaba, comía y fumaba cigarrillos”, cuenta Ahmad, quien a pesar de su historia conserva la ironía y el buen humor. “Cuando mi superior iba a la misión, yo debía ir también. Estuve en Lakatia y los pueblos de alrededor, donde había células terroristas. Vi la guerra en primer plano, las bombas, la muerte...”, relata el joven sirio.

Hoy, Ahmad dice haberse acostumbrado al sonido de los disparos y los aviones: “Ya no me despertaban”, afirma, pero habla de cómo veía desde su ventana, en una zona residencial de Aleppo, huir a sus vecinos con lo puesto, sin destino alguno.

La gente huye literalmente de sus hogares con lo puesto, dejan atrás su documentación, sus certificados de estudios y también olvidan las escrituras de sus casas. Ahora su hogar es el Centro de Extranjeros de Cruz Roja, del que Ahmad pretende salir en dos meses, de nuevo para rehacer su vida. 

La primera vez que salió del centro estuvo trabajando en hostelería y como dependiente. Trabajaba y se formaba por todo el país, estuvo en Madrid y Valencia. Ahmad incluso montó un negocio. “Salí, trabajé muy duro, me esforcé, me formé más... pasé por muchas etapas, y al final, todo se vino abajo”, explica frustrado el joven, que se vio obligado a volver por segunda vez al centro de Torrelavega ya que sus planes se truncaron.

Aún le quedan dos meses en el centro y su único objetivo es, al igual que los hermanos Imad y Milad, dejar de ser nómada, dejar de viajar. Dentro de sus planes tiene dos opciones: quedarse en España y reintentar ser empresario, montar un negocio -“tal vez un restaurante, un hotel... o un taller con desguace”- o, por el contrario, volverse a Siria y trabajar de agricultor y ganadero en un terreno que posee su familia a las afueras de Aleppo.

El machismo en las FARC

En Medellín, donde residía Lorena, de 29 años, una vida cuesta aproximadamente 50.000 pesos -unos 40 euros- y la felicidad es sentirse seguro y poder dormir tranquilo. Ella tuvo que hacer las maletas para conseguirlo.

Lorena y su madre habían creado en Colombia 'Tasvacuep', una fundación que daba asistencia a todas aquellas personas que tuviesen problemas en el núcleo familiar, desde violencia de género a dificultades económicas. Un día llegaron víctimas del conflicto armado con las FARC, provenientes de la costa colombiana.

Empezaron a trabajar con ellas en un proyecto cuyo eje principal era la conciencia sobre la violencia machista. “Al abrirles los ojos y hacerles entender a ellas que el maltrato, un golpe, una mala palabra, no es amor, comenzaron a enfrentarse a la realidad, a hacer frente a sus maridos y parejas y a poner denuncias ante la policía”, explica Lorena.

La liberación de muchas mujeres causó daños en los núcleos familiares y eso provocó las represalias de sus maridos, algunos de ellos guerrilleros de las FARC. Lorena recibía llamadas anónimas advirtiéndole de que no se metiese donde no debía, esquelas con su nombre y, la gota que colmó su vaso, le enviaban fotos de ella y su hijo en la guardería o saliendo de su casa.

“Amaba el proyecto de la fundación, ayudábamos a mucha gente, pero tenía que elegir y le dije a mi mamá que me tenía que ir. Teníamos familiares aquí, en España, y les pedí que me recibiesen”. Al día siguiente por la mañana ya estaba en camino, con su madre y su hijo.

Un familiar comentó a Lorena sobre la labor de Cruz Roja y el 3 de julio de 2016 fue acogida en el Centro de Extranjeros de Torrelavega. Al mismo tiempo, su madre se veía obligada a cerrar 'Tasvacuep', pues estaba recibiendo las mismas amenazas que su hija. Ahora, acaba de terminar las prácticas de un cursillo del INEM y en unos meses dejará el centro y se irá a vivir a un piso, de manera independiente, con su hijo.

El relato de Lorena clarifica el concepto que popularmente se tiene sobre una persona refugiada. Un refugiado es una persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se desplaza a otro país de acogida. Esta definición rompe la imagen única de aquellas personas que llegan a las costas en balsas, huyendo de una guerra y amplía el concepto mucho más allá.

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