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365 días de pandemia: 365 días de acumulación de CO2

Las emisiones medias de CO2 se situó en 118 gramos por kilómetro en 2019.

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En marzo de 2020, se paró el mundo. Y, desde las ventanas de nuestras casas, vimos pasar la primavera. Paradójicamente, nunca habíamos sentido tan cerca al resto del mundo. A miles de kilómetros de nosotros, en Brasil, en Estados Unidos o en Rusia, millones de personas estaban también confinadas, asistiendo atemorizadas al avance devastador de un virus que, muy probablemente, haya cambiado nuestras vidas para siempre. 

Ha pasado un año desde entonces y el virus no ha desaparecido. Y, pese a lo que pudo parecer inicialmente, tampoco lo ha hecho la acumulación de CO2 en la atmósfera. La crisis sanitaria, que ha traído consigo una profunda crisis socioeconómica, se ha unido a la ya existente crisis ecológica. 

La mayor parte de las medidas dirigidas a evitar la propagación del virus se han enfocado a la limitación de la movilidad: confinamientos estatales, perimetrales, restricciones de movilidad entre países, toques de queda, cierre de espacios públicos y lugares de ocio… Todas estas restricciones se han visto reflejadas en una bajada histórica de las emisiones de CO2. Aún no se conocen las cifras exactas, pero se calcula que las emisiones de CO2 derivadas de los combustibles y de la industria en todo el mundo se han reducido alrededor de un 7% respecto al año anterior en todo el mundo, un 11% en la Unión Europea y hasta un 15% en España.

Aunque son cifras destacables, por desgracia no son motivo de celebración por dos razones fundamentales: por un lado, porque no son el resultado de un cambio estructural en las políticas climáticas y energéticas que ponga fin a los combustibles fósiles y, por otro, porque, a pesar de que las medidas de respuesta a la crisis de la COVID-19 han amortiguado temporalmente el ritmo al que emitimos CO2, la concentración de este gas en la atmósfera continúa aumentando, por lo que también lo hace el riesgo de sufrir cada vez más impactos extremos como los causados por las borrascas Filomena o Gloria, por ejemplo.

En 2020, las concentraciones de CO2 en la atmósfera alcanzaron 414,11 partes por millón (ppm), es decir, crecieron 2,6 ppm respecto al año anterior. La explicación de por qué sigue aumentando la cantidad de CO2 acumulada en la atmósfera es sencilla: seguimos emitiendo más de lo que la naturaleza tiene capacidad de absorber, de manera que, aunque durante el último año se ha emitido considerablemente menos, las concentraciones han seguido acumulándose en la atmósfera, sumándose a las que ya había y, por tanto, creciendo.

El mundo se ha parado, pero la contaminación de la atmósfera, no. Para que esto suceda, es necesario transformar el sistema e implementar cambios profundos que generen una reducción de emisiones profunda, rápida y permanente en el tiempo y que afecte a todos los sectores, especialmente a los que más emisiones producen: energía, transporte, industria, agricultura y ganadería. 

Ya estamos sintiendo los impactos del cambio climático: el aumento de fenómenos meteorológicos extremos, como Filomena, es cada vez más evidente en el mundo. Y, de hecho, la propia pandemia de la COVID-19 ha demostrado los estrechos vínculos entre la salud de los seres humanos, los animales y los ecosistemas. 

El tiempo corre en nuestra contra, la urgencia apremia, pero estamos a tiempo de evitar una catástrofe climática: es el momento de acelerar la transformación ecológica de la economía y revisar los objetivos climáticos de todos los países. El Gobierno de España, que solo propone una reducción del 23% de las emisiones en el año 2030 respecto a 1990, debe elevarlo hasta al menos el 55%, tal y como señala la ciencia. Nos va la vida en ello.

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