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Carta de una amiga de Mónica, la primera víctima del año por violencia machista

Un momento de la manifestación celebrada el 8 de marzo de 2017 en Madrid / Olmo Calvo

Elisa Bernal Arellano

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Me planto ante una escalofriante hoja en blanco para dar voz a dos mujeres – y a muchas – a quienes les arrebataron hace ya tiempo el derecho a ser ellas mismas, a ser libres, a vivir de verdad, que es lo más preciado que tenemos. A dos mujeres – y a muchas – que estaban muertas en vida y cuyas alegrías y tristezas ya no podrán seguir existiendo. Pero su memoria y su voz sí, y aquí os las traslado.

Mónica y yo fuimos juntas a primaria en el Isidre Martí de Esplugues de Llobregat. Ahora me vienen muchos recuerdos, como su voz, o cuán risueña era, o cuánto me gustaba su largo y fino pelo, o aquella vez que jugábamos a memorizar el número del teléfono fijo de casa de mis padres.

Me levanto el 6 de enero de 2020 con un mensaje de mi amigo Pol: “Lo siento por escribirte para decirte esto y no para desearte buen año, pero he pensado que debías saberlo”. Leo que la mujer asesinada por su marido es Mónica. Y que su hija Ciara de 3 años se ha ido con ella. Una noticia terrorífica que me transporta a mi experiencia – y a la de millones de mujeres en el mundo – y me recuerda que yo sobreviví, y que Mónica y Ciara no.

De camino a Esplugues para reunirme con mi familia y amigos que, tal y como escribió Alejandro, “compartimos una infancia y unos recuerdos donde ella estaba”, pienso en el terror sufrido por Mónica y Ciara e impuesto durante años por un monstruo – y millones – al que señalaremos hasta el día en que muramos.

No están locos. Detrás hay una elaborada estrategia que empieza por embelesar a la víctima. Una piensa: “qué locura de tío. Qué agradable, cuánto calor me transmite con sus palabras, con sus dedos enredados entre los míos... Me conoce antes de conocerme. Me entiende”. Pronto empieza la espiral de violencia.

Nos manipulan, nos humillan, nos insultan, nos imponen, nos obligan, nos violan, nos matan poco a poco con miradas, con palabras, nos coaccionan, nos gritan, nos amenazan, nos pegan, nos desgarran por dentro, nos aterran, nos absorben, nos oprimen y nos impiden hablar. Una se queda paralizada ante un terror constante y diario que no se puede describir, porque no existen las palabras para ello.

Por Mónica, por Ciara, por todas las que sufren, por todas las que ya no están, os digo que se puede salir y, aunque a veces parezca imposible, os prometo que se puede. Que eso no es vida; que es infierno en vida, y que la vida no es otra cosa que luz. Que no estás sola. Que las mujeres somos fuertes, que yo cada vez alucino más con cuán resilientes somos, y que debemos serlo por Mónica, por Ciara, por todas las que ya no están. Acabemos de una vez por todas con la violencia y el terrorismo sistemático y sistémico contra las mujeres. Derrotaremos a los manipuladores y asesinos, al patriarcado y a sus crímenes.

A ti, Mónica. A tu familia. A tus amigos.

A ti, Ciara, ojalá te hubiera conocido.

A todas las mujeres del mundo.

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