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A quienes aman

Carteles de amor a los árboles sentenciados tras las vallas en Madrid Río, Arganzuela

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El vecindario de Arganzuela no cree que se vayan a salvar los cientos de árboles de Madrid Río que se quiere cargar la Comunidad de Ayuso para hacer unas obras del Metro que quienes viven allí no cambian por el arbolado. Creen que la paralización de la tala masiva que ha anunciado la presidenta solo es un trampa electoralista, y que cuando pasen las elecciones las excavadoras y las motosierras llevarán a cabo su fatal cometido. Seguramente, tiene el vecindario más razón que uno de esos santos a los que defiende Ayuso, pero hay algo reconfortante en el contexto de ese crimen: que las manifestaciones en su contra hayan sido tan masivas como las talas que denuncian, y que hayan conseguido, aunque espuria, la paralización del arboricidio. Quizá no nos quede fe en la supervivencia de esos árboles, pero podamos recuperar la fe en los efectos de la acción y la presión asociacionista y ciudadana. En ese amor. Llegaron a establecer turnos para vigilar que no llegaran los operarios a cumplir lo peor.

Personas diversas, mayores y pequeñas, perrunas y corredoras, contemplativas, paseantes y lectoras, solitarias y sociables se han aterrado al unísono ante la perspectiva de perder la compañía, el refugio, el oxígeno, la sombra, la paz de espíritu, la belleza, el alivio, la vida redimida si se comparte con esos seres generosos, hechos de silencio, de altura, de frescor, habitados por pájaros e insectos. Como si Byung-Chul Han se hubiera encarnado en las miles de personas que se han desangrado ante la brutalidad que representa la sola idea de esa eliminación. En su libro Loa a la tierra, el filósofo escribe: “Hay en el jardín un hermoso sauce. Lo amo mucho. Me quedé aterrado cuando un día lo vi tronchado. Mi sauce, mi amada, se ha desangrado. La herida era tan grande que no pudo ser salvada. El 25 de septiembre de 2016 me quedé mucho tiempo, hasta entrada la noche, junto al cadáver erguido de mi amada. La estuve velando y lloré su muerte en compañía de las anémonas otoñales. El sauce se desangró en el momento en que creí desangrarme yo. Era mi amada”. En Arganzuela, Madrid, lo contó Lola: “Llevo llorando desde que empecé el paseo”.

El PP siempre ha sido arboricida. Ahora es Ayuso. Desde que Almeida es alcalde, hay un 20% menos de árboles en Madrid. Cuando fue alcalde Alberto Ruiz Gallardón tuvimos que encadenarnos con Tita Thyssen (que por suerte tenía una colección de arte con la que amenazar) para que el antiabortista no matara a los plátanos centenarios y convirtiera el Paseo del Prado en una planicie abrasadora y gris. El PP es arboricida porque siempre ha estado más interesado en el granito, que deja comisiones a los socios. Sin embargo, la comisión que dejan los árboles se reparte entre todos, y está hecha de otra pasta: en vez de dejar euros de granito, los árboles dejan tiempo, conciencia y sentido, alejan del ego, invitan al amor al que invita Byung-Chul Han. “¡Te amo!”, dijo también Rosalía de Castro al “árbol duro y altivo” de su poema Los Robles, escrito a finales del siglo XIX en protesta por la tala del robledal de Conxo. Aquel roble era también su amado.

Los operarios de Arganzuela limpian cada día la valla metálica con la que han confinado a su víctima. Y cada día, los vecinos regresan a pegar sobre ella sus cartas de amor a los árboles de los que han sido separados. Son carteles donde se lee “¡No a la tala!” como si dijeran “¡Te amo!”. Pues hablamos de amor, que es el lento y fiel lenguaje de los árboles, el que entienden los filósofos, las poetas, los niños, las ancianas. El lenguaje del ser que no entienden los especuladores, las políticas arboricidas, el constructor. El lenguaje que no entienden ni Ayuso ni Almeida, menos humanos que un árbol. “La palabra humano viene de humus, tierra. La tierra es nuestro espacio de resonancia, que nos llena de dicha. Cuando abandonamos la tierra nos abandona la dicha”, concluye Byung-Chul Han. Viendo los árboles encerrados tras esa valla que ha hecho del parque un zoo, siento que nos quitarán la dicha y lloraremos ante los cadáveres del más triste campo de batalla: aquel donde las víctimas no se pueden defender. Pero que les va a costar. Porque la respuesta vecinal está a la altura de las más altas copas de un plátano de sombra.

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