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El asalto a los Capitolios del mundo no ha concluido

Un seguidor de Donald Trump, ya detenido, sentado en el escritorio de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi.

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Fue un asalto al Congreso a la altura de Donald Trump, el presidente a quien querían mantener en el cargo pese a haber perdido las elecciones. Jamás se vio semejante colección de seres estrambóticos, disfrazados con grotescos atuendos, que, tras entrar en paseo triunfal en la sede de las cámaras legislativas, pisotearon la dignidad de la soberanía popular allí representada. Hasta sentarse en las tribunas y la silla de la presidenta del Congreso con las patas sobre su mesa. Fue así de ridículo pero fue un intento de golpe de Estado en toda regla. En la democracia que tantos organizó fuera pero presumía de ser la mejor del mundo actual. Los millones de demócratas de allí, de aquí y de todas partes nos quedamos tan boquiabiertos como espantados.

Estaba anunciado, sin embargo. Las crónicas de estas intensas jornadas relatan cómo Donald Trump se pasó la democracia por el anverso de sus calzoncillos desde el primer momento. El final, agarrado a la silla del poder, culminaba arengando a las turbas que le siguen con un explícito: “Ahora marchamos hacia el Capitolio”, en su discurso. Ha sido un golpe ante las cámaras, televisado, sabedor de su impunidad. El procedimiento siguió con la certificación de Biden y Harris como nuevos presidente y vicepresidenta y con la elección de los dos senadores que faltaban por Georgia, que les dan mayoría demócrata también, pero esto no ha acabado en modo alguno. Ni en EEUU ni en otros países, como España, en donde el germen del fascismo y la ignorancia están poderosamente presentes.

Más de 74 millones de seres votaron para la reelección de Donald Trump en el recuento final. De ellos, casi el 45% respaldan el asalto al Capitolio, según una encuesta que se hizo ayer mismo. 33 millones de fascistas hay en el país norteamericano. No son mayoría pero suponen un importante lastre. Son fascistas, fanáticos y muchos de ellos con serias taras cognitivas; no demócratas desviados y hartos como se oye. El primer síntoma de que el asalto fascista a la soberanía popular está muy lejos de haber concluido es el inmediato lavado que se hizo de los golpistas. En España en particular, según práctica habitual con los ultras locales.

Lo ocurrido en Washington en nuestro día de Reyes no debió saldarse de otro modo que con la destitución y detención sumarísimas de Donald Trump como instigador del golpe: “Os amamos”, les dijo, mientras moría a tiros una de sus adeptas y otras cuatro personas más, entre ellas un policía que al servicio de años en el Capitolio fue de los pocos que se enfrentó a la chusma invasora. Algunos medios dan cuenta también de una muerte a juego con lo estrafalario de Trump y el ataque: el seguidor del presidente que quiso bajar el retrato de un demócrata en el Capitolio y se le activó la Taser en su bolsillo. La sacudida en sus genitales le habría provocado un ataque cardíaco del que murió. Lo recoge el Huffington Post de medios locales.

De la mueca al llanto, la ira y la preocupación. La democracia ha de actuar con la máxima firmeza cuando está amenazada. Además, el fascismo lo que mejor entiende es la mano dura. La tragedia es que la democracia ha perdido la capacidad de reaccionar con dignidad y eficacia a los ataques que ponen en peligro su propia supervivencia. Y esa inacción la vamos a pagar muy cara todos.

Desde luego, si alguien de las características de Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos fue por la degradación del Partido Republicano, acentuada en su deriva antidemocrática desde la creación del Tea Party en 2009, al ser elegido como presidente Barack Obama. Y es cierto que millones de norteamericanos se sentían abandonados por las élites del poder, y lo estaban, de hecho. En una síntesis a falta de muchos más matices, se diría que el egoísmo del capitalismo más brutal no se detuvo en su cuidado. Y la educación en la frivolidad, la desinformación en distracciones, la pérdida de valores, del sentido crítico, han ido configurando una sociedad vulnerable a un tipo de sujetos como Trump, que se aprovecha de ellos en su propia cara sin sentir ni la menor empatía real. Como Trump o muchos otros, el mundo se está llenando de ellos, aunque quizás no al extremo del magnate norteamericano.

El vicepresidente Pence tiene en su mano iniciar procedimientos para destituir a Trump como presidente, antes de que en los días que quedan para su relevo ejecute algún desastre más: un ataque contra Irán suponen analistas de prestigio. Pero, a pesar de que Trump le echó a los perros de su jauría y de que se vio amenazado él y su familia, se va a convertir en el aval del golpe. De no surgir más iniciativas, como piden desde el Partido Demócrata e incluso pesos pesados del Republicano.

El asalto a los Capitolios del mundo no ha terminado. En España llama poderosamente la atención la rapidez con la que la derecha política y mediática se ha apresurado a lavar el golpe en EEUU y manipular hechos para esparcir y eludir culpas. El fascismo de manual, si no tenemos miedo a las palabras. No es casual tampoco la nueva amenaza de otro general retirado advirtiendo al Gobierno que “no son pocos” ¿los golpistas? y conminándole a “cambiar de rumbo”. Militares de ese ejército al que la ministra de Defensa, Margarita Robles, no ve sino motas de autoritarismo y su comandante en jefe, el Rey, no amonesta siquiera en público. Ellos habrían de cambiar de rumbo, limpiando lo que haya que limpiar.

Los cabecillas de la indistinguible derecha extrema española soltaron el mismo mensaje simultáneamente. Los polluelos de Trump repitiendo que el gobierno español es ilegitimo porque no acatan el resultado de las urnas. Igual que las huestes del magnate llegado a presidente. La campaña de insidias, perfectamente orquestada fue a más. El asalto al Congreso de EEUU era lo mismo que las manifestaciones autorizadas de protesta en las puertas del parlamento español, dicen. No soy partidaria de airear las patrañas que les sirven de propaganda, pero se han extendido con profusión y hasta una jueza “hiperventilada” se apuntó a la teoría como denunciaba en Twitter Elisa Beni.

Es exactamente la misma estrategia de Trump para alentar a su jauría que ha calado en los cerebros y la ética más débiles. Una serie de espacios y medios se apuntaron con fruición a programar en lavadoras industriales el aseo del golpe en Washington para transferirlo a España y a ¡la izquierda! Esto es apostar fuerte por la audiencia torpe.

En Cuatro llegaron al extremo de titularlo así.

En Espejo Público de Antena3, y otros programas de similar orientación, mostraban su sorpresa por el golpe, pero… lo adjudicaban también a la ultraizquierda, sacando del baúl a un asesor de tres al cuarto.

Es clamoroso en los medios partidistas españoles tratar de confundir con lo ocurrido en EEUU. Y no, es un golpe de Estado, inspirado por Donald Trump, los autores son sin dudas de ultraderecha, los golpes de Estado no tienen nada que ver con las protestas democráticas… ni las tácticas sucias con el periodismo y la política como deben ser. Ni en la América afectada han llegado a tanto.

El asalto a la democracia no ha terminado. Los 33 millones de votantes de Trump que aprueban el golpe de Estado porque cabe en su concepto de “democracia!, los 44 millones restantes que le votan, suponen una grave perturbación de la convivencia. Como los desestabilizadores en España, aunque tengan asiento en el Congreso y ventana mediática. Más aún cuando los tienen. La falta de respuestas firmes de la propia democracia a quienes la socavan es factor de mayor incertidumbre si cabe. Seguro que hay cauces para arbitrarla, hace falta coraje y ganas, y sobre todo pensar en el bienestar de la sociedad. Doblemente en momentos tan duros de pandemia y crisis.

Cada vez se aprecia más la irresponsabilidad de prestar más atención al grito y la trampa que a los valores que fundamentan el pensamiento crítico. Por este camino un día el supremacista blanco despatarrado en el sillón de Nancy Pelosi puede ser quien mande, como lo ha sido su ídolo Donald Trump. En EEUU, en España o en cualquier parte. La presidenta del Congreso norteamericano concluyó con una frase que daría para volver a empezar el artículo: “Somos un Estado de Derecho. No somos una monarquía, con un rey”.

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