Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El capítulo siguiente es la tristeza, ¿y después?

Foto: Milada Vigerova.

35

De repente se habla por fin de salud mental. Con sordina, sin encarar el fondo por ser un tema tabú. Sí, hay un “me too” de los problemas que causa la tristeza pero falta diferenciar lo que son reacciones emocionales lógicas de lo que es una patología. Y, en su caso, de cómo afectan a la forma de encarar los hechos y de cuáles son las soluciones.

El capítulo siguiente era la tristeza, o en su caso, la depresión. El capítulo siguiente de la pandemia de coronavirus, del dolor, las pérdidas, el miedo, el confinamiento, la paralización de la actividad económica, de los cambios en la forma de vivir… Pero también de la salvaje utilización de todo ello con fines particulares y nada limpios. Del trasfondo de un país sucio hasta la médula de las cloacas, que revientan sobre una sociedad especialmente vulnerable sin el menor escrúpulo en ahogarla más. De la impotencia, sobre todo de la impotencia ante la dimensiones inconmensurables de la basura que cuece en España impregnando puntos vitales de la convivencia. La que genera esos ejércitos de avispas y garrapatas prestos a actuar de la mañana a la noche. El triunfo de la injusticia y la sinrazón convierten en imponderable lo perfectamente evitable y pesa.

Me disponía a escribir del plan que prepara el Gobierno para abordar la salud mental que lleva diez años caducado. Apenas hay 5 psicólogos por cada 100.000 habitantes en la sanidad pública, lo que ocasiona largas listas de espera. La media europea está en 18. Las consultas particulares cuestan no menos de 50 euros por sesión y se precisan unas cuantas. Pero, tratado el tema en el Congreso tangencialmente, hizo brotar confesiones espontáneas de varias personas, incluso famosas, que sufren de esos padecimientos anímicos.  

No hace ni un par de semanas que planteé aquí ese polvorín de tristeza y rabia que nos espera cada día al levantar la persiana… de la información y la desinformación. Solo en ese breve transcurso, hemos asistido a una auténtica explosión de la corrupción política. En Murcia de un lado, y su onda expansiva que se regodea en Madrid, la sede del meollo. Pablo Casado no regresa junto a Vox desde el centro, porque nunca ha estado en el centro por más que hayan querido empeñarse. Y si celebra la moción de la indignidad es porque vive en ese magma del que nunca ha salido. Que, como escribe en su columna Esther Palomera, aparezca maniobrando Albert Rivera, el que hundió Ciudadanos de 57 a 10 diputados, viene a ser la parte del negocio en el que la derecha española se halla inmersa. La derecha ha llegado al culmen de su miseria y no pasa nada. La página. A la espera de las siguientes que irán tapándose unas a otras.

Nos sobran los motivos. Para la tristeza y el asco. El trato mediático tan diferente según el sujeto o “sujeta” sea estimado por el sistema o no. La posibilidad de que Ayuso, con un bagaje para estar inhabilitada, tenga posibilidades de revalidar el puesto para seguir perpetrando sus hazañas. Su aversión, probada en hechos, a ancianos, dependientes, pobres (niños incluidos). En el país en el que la justicia expulsa del cargo de President de la Generalitat y multa a Quim Torra por no quitar unos lazos amarillos, hablar de “presos políticos y exiliados”, y por utilizar la expresión “nefasto 155” como acaba de hacer el Tribunal Supremo. Porque esto va de justicia, no de caer bien o mal.

Somos tantos los que sabemos y sentimos y sufrimos la verdad de lo que ocurre que es casi innecesario aumentar el relato de esos agravios a la inteligencia y la dignidad como pueblo que vemos a diario. Así que regresemos al tema de la tristeza, una de las grandes emociones humanas y de las que más se ha escrito. Desde Hipócrates como poco –que veía en ella el predominio de la bilis negra entre los humores- se le buscan explicaciones a ese estado emocional. Un amigo, aventurero incansable, me relataba cómo hasta en tribus remotas de África iban los afectados a pedir una poción, pastilla, remedio para la pena. Y normalmente no lo hay, de entrada, en infusiones o píldoras. Por más que España sea desde hace años, mucho antes de la pandemia (de coronavirus), líder en el consumo de ansiolíticos y somníferos en Europa.

Las epidemias previas de España se han agravado con el coronavirus, eso sí. Con la batalla sin cuartel por tumbar al Gobierno o la coalición de gobierno que empieza a ver posibilidades cuando el PSOE se niega a regular los alquileres de la vivienda y la especulación de los propietarios. Porque hay tristezas –problemas para comer, para tener una vivienda donde residir, llegar a fin de mes- que se arreglan con soluciones bien tangibles. No con pastillas.

La precariedad en la Sanidad Pública, tras los hachazos de las políticas neoliberales, ha ocasionado muchas más víctimas de las que cabía prever. Por el coronavirus y por otras patologías que no se atendieron adecuadamente. Dos estudios de investigadores del Hospital del Mar en Barcelona alertaron sobre los problemas de salud mental que ha ocasionado en los sanitarios trabajar en las condiciones que lo han hecho. Y a la lista de agotamientos sufridos añadían de forma destacada la falta de recursos para atender a los pacientes y tener que ser los únicos que asistían a enfermos en la hora de la muerte, lejos de sus familiares. Los ladrillos no curan enfermedades, lo repito sin descanso, y agobia ver cómo se promociona a quienes, como Ayuso, no se han dedicado a otra cosa. Y, cómo, en esa tarea se ataca a quienes pueden hacerle sombra.

La tristeza es una emoción; la depresión, una enfermedad. Ésta es la que precisa tratamiento médico. La tristeza por la basura, la corrupción troncal, que nos asedia con total impunidad, soluciones y prevención. Si no se actúa cuando se ven venir las causas que la provocan, crece. ¿Hasta dónde? Cuando cada día se agravan, cada día, pisoteando a los ciudadanos y sus derechos ¿Cuál es el capítulo siguiente? Algunos, muchos, están ya obnubilados de tanta ruido. Y una mayoría cansados, hastiados, por sentirse víctimas impotentes de este espectáculo que se juega con realidades, incluso la salud y la vida. Porque una solución es dejar de verlo y oírlo, dejar de protestar, instalarse un huerto al lado del mar, pero las olas de la miseria moral nos alcanzarían lo mismo, quizás algo menos.

Ni la OMS considera la salud mental fuera de la salud integral y a toda hay que atender. Con absoluto respeto a patologías que tanto dañan, quiero recordar el imán que para la literatura, el cine y hasta la pintura ha ejercido la tristeza, la depresión, la locura y la razón en amalgama. Desde El Quijote de Cervantes a Paul Éluard. A León Felipe (Tábara, Zamora, 1884-Ciudad de México, 1968). A su poema que era grito y que estos días, en el mismo clamor,  ha tenido la generosidad de compartir en Twitter el actor Víctor Clavijo. Ayer, hoy y siempre, “¿cuándo se pierde el juicio? Yo pregunto: ¿Cuándo se pierde, cuándo? Si no es ahora, que la justicia vale menos que el orín de los perros”.

Etiquetas
stats