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Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

El 'Cara al sol' de Gallardón

EFE

Ruth Toledano

En octubre de 2014 la jueza argentina María Servini de Cubría ordenó detener a José Utrera Molina, ex ministro de Franco, y extraditarlo a Buenos Aires para proceder a su interrogatorio en la única causa abierta en el mundo contra los crímenes franquistas: lesa humanidad y genocidio. La digna jueza ya había pedido la extradición del ex inspector José Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, y del ex guardia civil Jesús Muñecas, a quienes imputaba delitos de torturas. A Utrera Molina le imputó “el haber convalidado con su firma la sentencia de muerte de Salvador Puig Antich”, anarquista antifranquista ejecutado a garrote vil en 1974, a los 23 años. Fue el último condenado español ejecutado con tal método. Servini remarcó que los hechos por los que ordenaba la detención de Utrera Molina eran “sancionables con las penas de reclusión o prisión perpetua”.

La Audiencia Nacional española no atendió la orden de la jueza argentina y Utrera Molina no pagó sus crímenes ni con cadena perpetua ni con nada. “España ha permitido el olvido, la desmemoria y, lo que es más grave, la legitimación de los dirigentes franquistas”, dejó dicho Carlos Slepoy Prada, abogado también argentino, defensor de los derechos humanos e impulsor de esa querella. Por caprichos del azar, ha muerto muy pocos días antes que el franquista Utrera. Slepoy, que fue abogado de la acusación popular en los juicios que instruyó el juez Baltasar Garzón contra el dictador Videla y otros miembros de la dictadura argentina, denunció sin descanso el “bochornoso espectáculo de impunidad” que la Justicia da en España frente a los crímenes franquistas.

Pero hay actos fallidos que lo desmoronan todo. Tras ellos quedan las ruinas de un edificio que era solo muy frágil fachada aunque se quisiera minuciosamente apuntalado. Es lo que le ha pasado a Alberto Ruiz-Gallardón, yerno del difunto Utrera Molina. No es solo que el suegro haya ido a morirse en plena semana grande de la corrupción del PP, justo cuando Gallardón menos ganas de focos debía de tener: la Operación Lezo empieza a cercarlo peligrosamente, pues el juez Velasco ve indicios de “compra fraudulenta y supuesta malversación” en el sobreprecio pagado por el Canal de Isabel II por la compra de la sociedad Inassa en 2001, siendo Gallardón presidente de la Comunidad de Madrid.

Con ese panorama ya habría tenido bastante estos días como para que no se le fuera a morir un suegro franquista imputado por delitos de lesa humanidad. Pero no ha quedado ahí la cosa. En el funeral en Nerja, al que acude la mismísima hija del generalísimo, Carmen Franco Polo (Utrera Molina era miembro del patronato de la Fundación Francisco Franco), y justo cuando Gallardón ayuda a sacar el féretro a hombros, los amigotes falangistas del suegro deciden darle el adiós que merece. Camisa azul marino y brazo en alto, entonan el ‘Cara al sol’, corean vivas a José Antonio, Francisco Franco y al propio Utrera Molina, y gritan arribas a España una, España grande, España libre. Gallardón parece compungido y no manifiesta reacción alguna, aunque, imaginando la viralidad que se le avecina, debe de estar acordándose de la madre de todos los flechas. Es lo que tiene cargar con ciertos féretros.

Que José Utrera Molina era un fascista no es ninguna novedad. Que sus crímenes, como hasta el momento todos los del franquismo, siguen impunes, tampoco. Pero, en un contexto como el actual, la escena de Nerja es muy representativa: viene a ilustrar, sin caretas, que muchos altos cargos del PP son los herederos directos de los genocidas, de los que no solo robaron vidas y libertad, sino que se apropiaron de todo lo común. Va en su ADN político. Produciéndose en estos días, como en una suerte de orgiástica alineación astral, la escena de Nerja viene a ilustrar que ya no aguanta ni el herrumbroso andamio de institucionalidad democrática con el que encubren el botín. Viene a demostrar que son ellos y que siguen ahí. A recodar que el Partido Popular es el nombre que le pusieron después a la Alianza Popular de Fraga Iribarne y de otros franquistas que se calzaron la chaqueta de la Transición (Utrera Molina no se la cambió y hasta escribió un par de libros con titulos explícitos: Sin cambiar de camisa y Sin cambiar de bandera) para seguir mamando de la teta sangrante de la patria.

Una patria que son ellos quienes rompen, esquilman, saquean, estafan y chulean. Con la violencia de la desmemoria y de la impunidad. Con la violencia de la corrupción, de la trama. Con un brazo que debiera estar siendo esposado, juzgado, inhabilitado. Porque cuando no está en alto está metiéndose en los bolsillos ajenos y en las arcas públicas. El suegro se ha ido, definitivamente, impune. Creo que el yerno no lo conseguirá.

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