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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Carta al 6 de enero

Noche de Reyes

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Lo cierto es que resulta complicado en estos tiempos dirigir la carta a unos reyes y encima magos, dado el empalagoso pastel de monarquía que nos sirven y encima con acíbar dentro. Dentro o en Abu Dabi. No ayuda la opción de entregarla en mano a Kiko Rivera y Pantoja porque nos lo impedirían decenas de fieles del famoseo morboso en escudo involuntario cuando bloquean un centro comercial en Marbella La Suya solo para verle de cerca disfrazado de Melchor o de Gaspar o de Baltasar blanqueado a la moda de los tiempos. Juntos, respirando vapores comunitarios. A los que bailan en Madrid con un par de alocadas muchachas y un joven sin complejos que dirigen los destinos de esta ciudad, no se nos ocurriría. Allí nadie parece responsable, en el sentido de dar confianza. Responsabilidad sobre asuntos de envergadura tienen y mucha.

Lo más sensato es enviar la misiva al propio día 6 sin más, en la seguridad de que va a atender la primera petición por pura matemática de calendario: que cierre ya la campaña navideña. Nos ha salido por un pico en contagios de coronavirus. Y no conocemos aún el balance emocional como sociedad entre los insensatos que pisotean con sus diversiones la salud de todos y los que se desesperan viéndoles. Desde los profesionales de la sanidad, a enfermos de COVID con secuelas, a quienes cuesta quitar la losa de tanto dolor padecido por tantas personas y el futuro que se avecina con quienes no aprenden nada de lo sufrido ni aunque ocupen puestos de poder. De poder hacer o no hacer.

Danzad, danzad, malditos. Mientras hieden las estrategias selectivas que no piensan en el común de los ciudadanos. El aparcamiento Zendal de infectados leves de coronavirus y terminales sin acceso a UCI, no se ha quedado en duplicar el presupuesto inicial: lo triplica ya. Recordemos que colaboran con Ayuso o viceversa las empresas habituales. Los mejores científicos se han dejado la piel para obtener las vacunas contra el coronavirus en tiempo récord, pero parece que va a costar más inyectarlas por la burocracia de los procesos. Algunas comunidades como Andalucía o Madrid se sienten obligadas a recurrir a la sanidad privada, porque los ladrillos en los que sí se ha invertido dinero público no ponen inyecciones.

Lo peor, 6 de enero, es ver cuanta gente se desentiende de asuntos vitales. Y la salud lo es con una pandemia de COVID-19. Escuchar a desaprensivos que les engañan y juegan con el miedo de las personas en su beneficio es una tragedia para ellos y para el conjunto de la ciudadanía. Aunque no quieran verlo bailando al ritmo que les marcan.

Contenemos la respiración al contemplar las maniobras de Donald Trump para quedarse en la Casa Blanca aun habiendo perdido las elecciones. La llamada que ha revelado The Washington Post a un alto funcionario de Georgia conminándole a buscarle votos inexistentes no ha sido previsiblemente la única. Tenemos ya los pulmones en modo apnea hasta el relevo presidencial del día 20 y todo lo que de aquí a entonces pueda hacer Trump todavía. Todos los ex secretarios de Defensa de EEUU le piden por carta “que deje fuera al ejército” de sus maquinaciones porque se temen que quiera emplearlo en su deriva antidemocrática. Los fascismos empiezan así. No, el germen nace de la ignorancia y desinterés de unos y la codicia de otros. Sigue cuando se propone a indeseables para presidir países o todo tipo de administraciones locales. Cuando indignos voceros de sus proyectos contaminan la democracia.

En Estados Unidos el periodismo ha reaccionado, en España los de siempre siguen haciendo lo de siempre y siendo escuchados por los de siempre. 6 de enero, si fuera posible que disolvieras este via crucis tan tedioso y repetitivo, ya habríamos ganado algo. Un cambio, algo más de dignidad y periodismo. De momento, hay unas cuantas cosas que nos vendrían muy bien:

Una potente luz que ilumine las contradicciones. El último sondeo del CIS nos contaba que el 84,3% de los encuestados apuesta por dedicar más recursos y personal a la Sanidad Pública, pero un 26% votaría a PP, Cs y Vox, partidos que ni creen en ella, ni la defienden en serio. La suma no da. Semejante distorsión cabe encuadrarla en el nuevo concepto de moda: la disonancia cognitiva. En este caso de un alto porcentaje de la sociedad. Esa luz sería muy útil.

Contradicciones tenemos todos, es humano. Pediría al 6 de enero precisamente que potenciara la humanidad -como concepto que nos lleva a la empatía y la solidaridad-. Y no lo digo como deseo para formular en un concurso de misses, que diría mi amiga Àngels Martínez Castells. Es que la estamos perdiendo, se desangra cada día. Ya ni miramos a los desplazados, emigrantes y refugiados que sigue tragándose el mar. Eso sería de nota. Es que tampoco se mira –o no al punto de resolverlo- a quienes viven sin luz en cañadas reales para más inri, en el mismo corazón de este país. O sin agua potable cerca: 2.100 millones de personas no tienen acceso a ella o a sistemas de saneamiento. 3 de cada 10 en el mundo. Mientras, nos cuentan de un agua exquisita, Vero Water, que se bebe en el 21% de los restaurantes con estrella Michelin de EEUU en elegantes envases. Es demasiado contraste para que no chirríe.

Para quien albergue alguna duda de esa pérdida de humanidad, de empatía y solidaridad, han estrenado una miniserie impactante titulada El Colapso, rodada en 2019, antes del COVID-19 por tanto. La crudeza que muestra una sociedad que, tras un colapso cuyo origen no detallan, se queda sin recursos hasta de comida o gasolina, nos sitúa ante el hoy de la pandemia y más aún el mañana si no aprendemos las lecciones que tozudamente nos ha dado y que tantos se empeñan en no atender.

Verás, 6 de enero, estaba bien aquella historia de los Reyes Magos que trepaban por las fachadas para traernos juguetes aunque fuera la primera mentira de nuestros progenitores de la que fuimos conscientes. Aprendimos. Tanto que repetimos el cuento con nuestros hijos, con cierto complejo y autojustificación, como todos. Ilusiones y felicidad a cambio de un pequeño truco. Aprendimos hasta a detectarlos a lo largo de nuestra vida y algunos a no obviarlo sin más. Otros no, y ahí tienes tarea.

Realidades, racionalidad, nos ayudarían como sociedad. Tan sólidos como la humanidad y la capacidad de soñar muy alto con los pies en el suelo para ser inmensamente grandes.  

Convendría, 6 de enero, que pusieras las pilas a los responsables de asuntos cruciales para que realmente lo sean. Para curar enfermedades y preservar la salud –aquí es imprescindible algo tan tangible como potenciar la Atención Primaria-. Vigila, además, no vaya a ser que nos estén dando un cambiazo privatizador en lugar de potenciar la Sanidad Pública de manera estable. La enseñanza y la educación. La decencia. ¿Vas anotando? Pues no te dejes esta: atajar con todos los medios legales al alcance de una democracia a forajidos, facinerosos, déspotas, aprovechados, tramposos, falsarios. Y a los asesinos que han matado este año otras 45 mujeres por serlo y creerlas de su propiedad, ante ya una notable indiferencia. Un dispositivo de esos que se conmutan solos, que encienda esa luz que ayuda a distinguir lo que está y, torpemente, no vemos. Que la gente tóxica no oculte a las personas generosas, cálida y cercanas que hemos conocido

Cúranos del temor a la pérdida: o mejor, protege a quienes nos son indispensables. Ponlo muy alto en la lista.

Quedamos pues, 6 de enero, en que damos por terminada la campaña “salvar la navidad” para volver a salvarnos a nosotros. Mira a ver si esas chavalitas de un pueblo con escasos recursos, en los confines de Madrid, recogen el árbol para festejar la Natividad religiosa, descuelgan las bolas de colores chinas y las postas de los cartuchos con los que cazan sus padres que también engancharon a las ramas como adorno de la España berlanguiana. Y déjales la luz clarificadora. Déjanosla a todos. Y dale un paso tranquilo al 7 de enero que hay mucho por hacer.

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