Asuntos exteriores catalanes
La máquina (española) de fabricar independentistas catalanes sigue funcionando a buen ritmo, y como no afloje un poco, al final no hará falta ni celebrar referéndum, porque la independencia será por aclamación.
La última genialidad es dedicar al ministro de Exteriores a defender la unidad de España. Para subrayar que el tema catalán es un asunto interno español, nada como poner al frente al ministro de Exteriores, y que sea él quien elabore los argumentarios sobre las consecuencias apocalípticas y hasta galácticas de una secesión, o que vaya al Parlament a hablar del tema. Para evitar la “internacionalización del conflicto” que siempre buscan los independentistas, nada como activar las embajadas enviando consignas a los diplomáticos, buscar a diario el micrófono más cercano para hacer paralelismos entre Cataluña y otros países, y aprovechar cada vez que te visita un ministro extranjero para hablar de Cataluña en la rueda de prensa conjunta.
Si me dicen que en Exteriores hay un comando independentista infiltrado, me lo creo. Y si en cambio lo que pretende el gobierno es adelantarse y ser él quien internacionalice el conflicto antes de que lo haga el Govern, y asegurar aliados en el extranjero, no deja de ser una muestra de debilidad. Sobre todo si tienes al frente del departamento a un bocazas como García Margallo.
La última, ayer mismo, cuando el ministro aseguró que hay un “paralelismo absoluto” entre el referéndum de Crimea y la consulta catalana. No un cierto parecido, eh, sino un “paralelismo absoluto”. No hay más que ver las similitudes históricas entre Cataluña y Crimea, entre España y Ucrania, entre Rusia y no sabemos qué potencia fronteriza con Cataluña, o entre un referéndum a toda prisa y bajo ocupación extranjera, y una consulta pacífica que busca encaje legal.
Es verdad que el ministro de Exteriores no es el único que juega a los paralelismos internacionales. Los independentistas son también aficionados a hermanar su caso con el de otras naciones en busca de Estado, eligiendo por supuesto los casos más favorables, aunque tampoco tengan mucho que ver en términos históricos y políticos.
No, Cataluña no es Crimea, como tampoco es Kosovo, ni Escocia, ni Québec, ni las repúblicas bálticas ni las balcánicas, ni Osetia ni Somalilandia. Cataluña es Cataluña, y de seguir adelante podría hacer su propio camino y hasta acabar convirtiéndose a su vez en un referente para otros pueblos sin estado propio.
Y si la principal baza del gobierno español contra la secesión es la falta de reconocimiento internacional, ya puede buscarse algo más convincente para ofrecer a los catalanes: tarde o temprano, la mayoría de países nacidos de independencias no negociadas acaba por sumar reconocimientos, primero de unos pocos países, luego de algún organismo internacional, y así poco a poco se van convirtiendo en una realidad irreversible, aunque tarden años.
No sé a ustedes, pero a mí me preocupa que a menos de ocho meses de la anunciada consulta, el gobierno siga mirando al cielo a ver si escampa, y deje el asunto en manos del ministro de Exteriores. Me gustaría tener un gobierno con la madurez democrática suficiente para tomarse en serio el proceso catalán, que exige más diálogo que declaraciones catastrofistas o amenazas. Claro que, con el banquillo que tiene Rajoy, todavía podría ser peor: que en vez de Margallo se ocupase del tema el ministro de Interior, el de Hacienda, el de Educación, o el propio presidente.
(Aprovecho el tema para recomendarles un libro que toda la izquierda española debería leer –y discutir-, porque a ella va dirigida: La rebelión catalana, de Antonio Baños, editado por esta casa)