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El cristo de la eutanasia

José Ignacio Echániz.

Elisa Beni

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“Nadie sabe lo que es la muerte y, sin embargo, todo el mundo tiene miedo de ella y la considera como el mayor de los males, aunque quizá sea el mayor de los bienes”

Platón

La pérdida de calidad democrática y de la calidad personal e intelectual de las personas que la representan está bien a la vista. He asistido a decenas de debates sobre la eutanasia desde mi ya lejana vida estudiantil y puedo aseverar que jamás, pero ni en el instituto, vi un nivel más bajo que el mostrado por los parlamentarios de derechas de este país. Es evidente que la eutanasia, la buena muerte, es una cuestión que puede resultar controvertida y yo misma podría esgrimirles ahora unos cuantos argumentos de fondo que suelen argüir quienes se muestran contrarios a despenalizar la ayuda a la muerte. Una cosa es debatir, argumentar, introducir en la cámara de representantes las ideas o problemas que uno puede lícitamente mantener y otra muy distinta es montar un cristo porque se quiera legislar sobre la buena muerte (que eso significa eutanasia). El cristo de la eutanasia. Ese va a ser el espectáculo simple y ridículo al que va a reducir la derecha actual un tema de evidente calado.

Existen dos grupos de argumentos que pueden avalar la postura conservadora, es decir, la de no tocar lo que ahora mismo existe. Unos son los argumentos morales, los que proceden de aquellos que creen en un Dios que es el dado a disponer de nuestras vidas, que las da y las quita, el único que ostenta tal poder, y que por tanto se oponen a cualquier fórmula por la que el ser humano pueda decidir acabar. Hasta estos han evolucionado, porque partieron de excomulgar al suicida y exigir que se le enterrara en lugar aparte a comprender que esto era una injusticia, también para los que se quedaban y su dolor. En todo caso, ese tipo de argumentos no es en absoluto simple, en el sentido de que pueden llegar a tener una gran altura filosófica y hasta teológica.

El segundo grupo es el de los argumentos jurídicos que pretenden evitar que, bajo la apariencia de una eutanasia que respete la voluntad del individuo se cuelen homicidios soterrados que queden sin castigo. Este es, simplificando, el problema jurídico. Uno acepta que la eutanasia es la solución a un conflicto individual y que nada tiene que ver con intereses colectivos. Lo que es un interés colectivo es que no se embosque el homicidio bajo esa máscara y, por tanto, será la técnica legislativa y el desarrollo de la norma el que venga a asegurar ese fin. Eso es estar contra lo que pudiéramos llamar el “delito eutanásico” y contra eso también estoy yo y lo está la propuesta de ley socialista.

Lo que no es de recibo es que un debate de bioética -en último término hay que analizar también el estatus de los profesionales que se vean involucrados- y jurídico se convierta en un circo, en una bronca de bar, en una calumnia a los representantes de millones de españoles a los que prácticamente se llamó asesinos económicos en la tribuna del Congreso. Señores conservadores -de la ultraderecha ni hablo-, quiero creer que tienen algo más. Sé que tienen gente que tiene algo más en la cabeza y que es capaz de argumentar y no de vociferar. Ni el signo de los tiempos me vale. Tengan en cuenta que en las encuestas el 83% de los españoles se muestra ya favorable a una ley que asegure la muerte digna a quienes así lo deseen. En realidad, ¿para quién ladran? ¿a quién le van a confortar los exabruptos de Echániz y los gritos que muestran su falta de calidad humana desde las bancadas? ¿a un 17% de los votantes? Esos ya son suyos. No se rebajen a morder a dentelladas la carnaza entre ustedes por una afición que ya tienen entregada.

¿Por qué no ejercen su papel democrático? Asuman que la mayoría de la sociedad española está madura para una ley de este tipo y, si hay reticencias o miedos o problemas, hagan su trabajo y aporten durante el debate parlamentario, a través de las enmiendas, aquellas mejoras que ustedes crean que pueden reforzar la seguridad jurídica y el buen funcionamiento del sistema.

Cuando lean el proyecto de ley, una vez que paren de gritar, y eso vale también para sus voceros y propagandistas, verán que se aparta conscientemente de aquel grupo de países que han despenalizado la colaboración en la muerte de un tercero siempre que “no haya conducta egoísta, es decir, que haya una razón compasiva”. Por contra, la ley española se sitúa en la órbita de los países en que la eutanasia es aceptable con requisitos y garantías establecidas en la propia ley. Mírenlo. Así no vuelven a engatusar a nadie hablando de Holanda o de otras cuestiones. Lean la ley y ayuden a mejorarla, intenten que se parezca más a lo que ustedes consideran razonable, pero olvídense de frenar una vez más la voluntad del pueblo español que es mayoritaria, como se vio ayer.

Y, sobre todo, no insulten a nuestra inteligencia. El español es un pueblo maduro. Sus votantes también. A estas alturas del siglo, son cientos de miles las personas que han atravesado o atraviesan situaciones dolorosas en el trance de acompañar el tránsito de sus seres queridos. Esas personas ya han pensado, ya hemos pensado, qué queremos para nosotros mismos, dónde vemos los límites, y muchos hasta han redactado ya ese testamento vital. Somos cientos de miles, millones, los que no queremos coger ninguna cruz ni seguir a nadie, los que no creemos que el sufrimiento tenga ningún objeto, los que preferimos no imaginarnos convertidos en algo que no encontramos ya digno. Los que piensan distinto, los que quieren como el obispo de Alcalá apurar el cáliz, tienen el camino abierto. La salida por la tangente de los cuidados paliativos tampoco es suficiente. Hay personas que no desean únicamente no tener dolor sino que quieren, que queremos, no continuar existiendo cuando hayamos perdido la capacidad de mantenernos con dignidad y ser, como humanos, algo más que un mecanismo biológico al que se mantiene con un hálito de algo que muchos no llamamos ya vida o, si lo es, no queremos vivirla.

Compórtense como dignos parlamentarios porque no tienen mucho que ganar en esta guerra. No mucho más que demostrar la falta de humanidad y de respeto de algunos. Al final, sabemos lo que pasará. Montarán su cristo de la mala muerte, se irán a procesionar al otro, y cuando todo haya pasado se apuntarán al nuevo derecho ganado para todos cuando lo estimen conveniente.

Esa es la costumbre y, por eso, debe ser la izquierda la que abra esta puerta.

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