La cruda realidad
Europa es, con diferencia, el mayor importador de combustibles fósiles del mundo. Los recientes acontecimientos acaecidos en Ucrania, Siria e Irak han puesto de manifiesto una vez más la vulnerabilidad de la economía europea ante las bruscas subidas de precios y las intenciones políticas de otros regímenes.
La economía europea confía en mantenerse viva gracias a una transfusión de combustibles fósiles importados, sin buscar por sí misma remedios que aceleren su recuperación.
Basta como ejemplo nuestra factura energética. Durante años, las importaciones de combustibles fósiles han lastrado nuestra balanza comercial. En la actualidad, Europa importa más de dos tercios del gas y prácticamente todo el petróleo que consume. Y paga más de mil millones de euros al día por los combustibles fósiles que importa, lo que representa más de una quinta parte del total de las importaciones de la UE.
La dependencia energética tiene un precio económico, eso está claro. Pero también tiene un precio político. Un ejemplo ilustrativo es el siguiente: para seis Estados miembros de la UE, Rusia es el único proveedor de todo el gas que importan, y tres de esos países dependen del gas natural para satisfacer una cuarta parte de sus necesidades energéticas.
¿No sería más inteligente acabar con esa dependencia ahorrando y produciendo energía aquí, en Europa? Los proveedores extranjeros pueden congelar el suministro de petróleo y gas a Europa, pero no pueden congelar ni nuestro sol ni nuestro viento. Tampoco pueden cobrarnos por la energía que no consumimos.
Si queremos una auténtica seguridad energética, tenemos que empezar por casa. Algunos piensas que siempre es posible extraer más carbón. ¿Sería eso una solución? Evidentemente no. El carbón no solo es el principal responsable del cambio climático, sino también del smog, la lluvia ácida y la contaminación tóxica del aire. Es, por tanto, un enemigo de nuestras estrategias y objetivos en el ámbito climático.
La seguridad energética y la acción por el clima van de la mano. No puede entenderse la una sin la otra. Las energías renovables y la eficiencia energética deben ser, pues, dos ingredientes indispensables porque son buenas para el clima y también para nuestra independencia energética.
La buena noticia es que Europa ya consigue ahorrar 30 mil millones de euros al año gracias a la sustitución de los combustibles fósiles importados por energías renovables de producción propia. En otras palabras, estamos invirtiendo nuestro dinero aquí, en Europa, en lugar de enviárselo a la Rusia de Putin.
Pero la seguridad energética de Europa no consiste únicamente en diversificar nuestro abastecimiento de gas para no depender de Rusia, sino en la construcción de una economía menos supeditada a la energía importada mediante una mayor eficiencia y un mayor recurso a energías limpias producidas en la UE.
Pero para ello es necesario conectar mejor los mercados energéticos en Europa. Y por eso la Comisión Europa apoya a España en su empeño de conectar la Península Ibérica con el resto de Europa a través de Francia. Necesitamos una verdadera red de energía europea que permita la diversificación y la seguridad del abastecimiento, y reducir así la dependencia actual del gas ruso.
En enero, la Comisión Europea presentó sus propuestas para las políticas energética y climática hasta 2030. Proponemos dos objetivos vinculantes: reducir las emisiones en un 40 % respecto a los niveles de 1990 y aumentar al 27 % la cuota de las energías renovables en nuestro consumo energético. En cuanto a la eficiencia energética, lo menos que podemos hacer es hacer más. Por tanto, mañana presentaremos una propuesta para aumentar nuestro ahorro energético. Los líderes de la UE se han comprometido a adoptar en octubre como muy tarde una decisión sobre todo el paquete.
Por otra parte, a principios de este mes, los Estados Unidos anunciaron una serie de propuestas para reducir las emisiones de las centrales eléctricas. Se trata de las medidas más drásticas jamás adoptadas por el Gobierno de los EE.UU. para combatir el cambio climático, y con ellas está demostrando hasta qué punto se está tomando en serio el problema. Durante mi reciente visita a China también pude comprobar que las cosas van por buen camino. Ahora todas esas medidas nacionales tienen que traducirse en un ambicioso compromiso internacional.
Es una cuestión de prioridades. El camino hacia una mayor independencia energética pasa por unas políticas climáticas ambiciosas. La Comisión Europea ha abierto ese camino con el paquete de medidas sobre energía y cambio climático de 2030. Si los líderes de la UE hacen gala de audacia en la lucha contra el cambio climático, garantizarán la seguridad energética de Europa e impulsarán una recuperación económica sostenible.