Derechos humanos en colisión: ¿cuáles son los prioritarios?
Dentro de la Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada por la Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas 217 A (iii), de 10 de diciembre de 1948, existen dos grandes bloques, los Derechos Civiles y Políticos (DCP) y los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC). Ambos bloques han sido desarrollados en sendos pactos internacionales, adoptados por la Asamblea General en su resolución 2200 A (XXI), de 16 de diciembre de 1966.
Desde entonces, han predominado a nivel mundial dos modelos de organización y gestión de la sociedad. El primero, en el que se priorizaban los Derechos Civiles y Políticos (DCP) a costa de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC), dominante en los países llamados democráticos occidentales. El segundo, en el que los DESC estaban por encima de los DCP, en los países totalitarios de ideología comunista.
En los primeros años, en el modelo occidental lo importante era la libertad política, de pensamiento y de opinión, aunque simultáneamente también se pretendía alcanzar el llamado “estado del bienestar”. Desgraciadamente, este bienestar estaba centrado en los países más adelantados o desarrollados, quedando postergados los DESC de los países sin desarrollar, donde las cifras de pobreza y desigualdades eran verdaderamente alarmantes.
Al contrario, los países comunistas alcanzaron grandes logros en la satisfacción de las necesidades básicas, alimentación, salud, vivienda y educación de su población, pero a costa de una férrea disciplina económica y política que cercenaba radicalmente las libertades políticas y económicas individuales.
Durante muchos años, ambos modelos estuvieron confrontados, hasta que, con la caída del Muro de Berlín en el año 1989, el modelo comunista prácticamente desapareció y desde entonces es el modelo democrático occidental el predominante.
Ese dominio ha permitido que se haya ido imponiendo la ideología neoliberal, que defiende que lo individual está por encima del Estado y que sitúa a la economía de mercado fuera de todo control. Desgraciadamente, en vez de haber servido para potenciar y equilibrar tanto los DCP como los DESC en toda la población mundial, ha logrado todo lo contrario. Por un lado, la democracia se ha depreciado, la soberanía nacional se ha debilitado, los gobiernos actúan al son de los mercados y la política está totalmente condicionada por la economía financiera y los poderes económicos: en definitiva, nuestros DCP están siendo conculcados. Tenemos una democracia formal, pero no real; es una democracia “marioneta”: pensamos que nos movemos con libertad, pero realmente seguimos los hilos de los que nos mueven, de los que detentan el poder económico y financiero, personas todas ellas con nombres y apellidos que han pasado a ser los nuevos dictadores, nuestros dictadores “invisibles”.
Por otro lado, el sistema actual no logra erradicar ni la pobreza ni las desigualdades, e incluso éstas están siendo cada vez mayores dentro de cada país y entre países. Por tanto, también nuestros DESC están siendo violados. No es admisible, humana y éticamente hablando, que más de la mitad de la población mundial viva con menos de dos dólares al día y que cada vez haya más ricos y más pobres, con una concentración de la riqueza totalmente injusta (el 10% de personas más ricas posee el 85% de la riqueza mundial).
Entonces, ¿cómo podemos lograr que nuestros DCP y DESC se apliquen con todo rigor y evitar sus continuas y reales violaciones? La solución parece obvia: colocar el respeto de todos los derechos humanos en el centro de la gestión política y económica y que todos tengan el mismo rango de aplicación, según lo señalado en la Declaración Universal de DDHH.
Lo difícil y complicado es poner en marcha dicha solución frente a los intereses de los que detentan el poder económico, que no querrán perder sus posiciones de privilegio.
Como ciudadanos, está en nuestras manos trabajar por un cambio radical de los valores que la ideología neoliberal ha logrado inculcarnos y que imperan actualmente en nuestra sociedad. Debemos pasar del individualismo al bien común, de la rentabilidad económica al desarrollo humano sostenible, de la competitividad a la cooperación, de la especulación al trabajo a largo plazo, de la corrupción a la honestidad, del todo vale a la ética personal y en los negocios, del despilfarro y la ostentación a la moderación y a la austeridad, de la opacidad a la transparencia, de la uniformidad a la diversidad, etc.
Paralelamente, debemos ser ciudadanos activos en la recuperación de la democracia real, haciéndola más participativa, logrando que la misma deje de ser un juego de élites, que se regrese a la gestión del interés general, que la política regule la economía, que se trabaje por un poder mundial realmente democrático.
Como todo cambio cultural de valores y de modelo, el camino será largo y difícil, pero cuanto antes nos pongamos a ello, antes llegaremos a la meta de alcanzar una sociedad realmente humana, en la que cada persona y todos sus derechos humanos, tanto civiles y políticos como económicos, sociales y culturales, sean el centro y la guía de su actuación.
Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor.