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Deteriorar la sanidad pública empeora también la privada

Atención psicológica.

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Este lunes comenzó una huelga en la Atención Primaria en Madrid y sigue siendo el mejor momento para debatir sobre la Sanidad. La gran manifestación de hace una semana revela una preocupación transversal, que en el barómetro del CIS escala ya al tercer lugar para los españoles. 

De los muchos argumentos falsos que salen a la palestra cuando se habla de Sanidad, uno de ellos asegura que cuando la sanidad pública empeora, eso beneficia a la privada. La realidad es justamente lo contrario: ambas mejoran o empeoran en paralelo y, por tanto, la salud general de la población queda maltrecha cuando se maltrata la sanidad pública. Quienes -para nuestra desgracia- somos usuarios de ambas lo hemos comprobado. 

Vivo en Madrid y hace algunos años necesité terapia psicológica. El psicólogo y el dentista son los dos servicios que el sistema sanitario español nunca ha provisto seriamente, más allá de paripés nominales. De siempre, quien tiene un problema bucodental va al dentista y paga la factura (si puede); quien tiene una crisis psicológica, ídem. Cuando tuve que hacer terapia, descubrí que resultaba más barato contratar un seguro de reembolso con una compañía privada que pagar a tocateja cada sesión. Y lo contraté. Ni que decir tiene que si la sanidad pública madrileña me hubiera ofrecido terapia sin pagar -esto es, sin pagar más de lo que ya pagamos con los impuestos-, no lo habría contratado, pero la elección no era ésa. Era pagar más o pagar menos de mi bolsillo. Fue una decisión forzada por un mal servicio público, como creo que les sucede a muchos madrileños.

Las condiciones en que se contrata un seguro privado suelen ser similares: el dentista hay que pagarlo aparte en cualquier caso, quizá con algún descuento, y el psicólogo tiene restricciones importantes: o bien hay que pagar una parte o bien se limitan las sesiones, no por consideraciones de salud, sino del beneficio que la aseguradora debe garantizarse. 

Pues bien, justo en esas dos prestaciones esenciales, casi inexistentes en lo público, es donde las compañías privadas ofrecen el peor servicio. Cuando contraté el seguro descubrí que podía ir cada semana a visitar a cualquier médico sin límites: podía charlar un día con la de familia, otro con la ginecóloga, el traumatólogo, la reumatóloga, el especialista de medicina interna, de cardiovascular, y un casi infinito etcétera. Sin dar explicaciones. Sin embargo, seguía teniendo que pagar el dentista y parte de la terapia psicológica. Moraleja: lo que funciona mal en la pública funciona también mal y cuesta muy caro en la privada.

Mientras dudaba si cancelar el seguro privado, llegó el covid y juzgué prudente mantenerlo. ¿Qué he visto en estos años? Por un lado, lo que todo el mundo sabe: las listas de espera han aumentado en la sanidad pública por la mala gestión acumulada y por el retraso terapéutico añadido con los casos aplazados durante la emergencia de la pandemia. Esa gente se acumula ahora en las consultas, los especialistas, las pruebas diagnósticas, los quirófanos. Pero ha ocurrido algo de lo que apenas se habla: las listas de espera también han aumentado en los centros privados. Si hace cinco años se podía tener cita con un especialista de una semana para otra, incluso de un día para otro, ahora se tarda dos o tres meses en conseguirla. Lo mismo vale para las pruebas diagnósticas. Y aunque es probable que el tiempo de espera siga siendo menor que en la pública (algo difícil de saber, pues hasta donde llega mi conocimiento, no se publican datos de listas de espera en los centros privados), el resultado evidente es que la calidad de la sanidad privada también se ha deteriorado. 

Lo cuento porque la Comunidad de Madrid tiene la cifra más alta de asegurados privados: un tercio de la población, obligada por el abandono, cuando no maltrato, de la Sanidad pública por parte de los sucesivos gobiernos del PP. Pero paradójicamente, cuanto más maltratan la Sanidad pública, más empeora el servicio privado, porque cuando la privada no se ve obligada a competir con una sanidad pública de calidad, deja de tener estímulos para dar un buen servicio. Ambas son vasos comunicantes: si la Sanidad pública mejora, la privada debe ofrecer un plus por el que valga la pena pagar. Del mismo modo, si la pública empeora, el umbral de excelencia desciende en la privada: el plus que debe ofrecer se encanija.

Por eso resulta esencial romper ese falso dilema: cuando hablemos de Sanidad, debatamos de las consecuencias de las políticas en el conjunto. Hay que explicar que el deterioro de la sanidad pública afecta a todo el mundo, incluidos los que se sienten a salvo con un seguro privado. Por cierto, yo nunca lo sentí y cuando, a principios de este año, padecí una enfermedad grave, me fui al Gregorio Marañón, donde recibí la mejor atención médica. Atención pública que me salvó la vida.  

Dado que la Sanidad en su conjunto depende casi en exclusiva de las políticas autonómicas, resulta crucial debatir sobre ella en estos meses que faltan hasta las elecciones. Cuando es más fácil morir por una enfermedad no diagnosticada a tiempo que por un atentado, no podemos dejar que nos coloquen a ETA como tema de campaña. A pesar de los esfuerzos denodados que hacen algunos líderes políticos y mediáticos por eludir las preocupaciones de la gente, el momento perfecto para formarnos un criterio antes de votar sigue siendo ahora. No lo desaprovechemos.

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