El dinero adora a Donald Trump
Todos sabemos que sólo es cuestión de tiempo que la conexión rusa de su campaña acabe alcanzado a Donald Trump por mucho que corra. El propio inquilino de la Casa Blanca parece ser el primero en saberlo y por eso se ha embarcado en una maratón de la mentira llena de confusión, posverdades y ruido, presentándose como la víctima propiciatoria de un sistema cruel con un único objetivo: fijar la idea de que todo el mundo espía a todo el mundo y todo el mundo tiene mucho que ocultar sobre cómo financia sus campañas y cómo obtiene sus triunfos electorales.
De todas las críticas que Trump está recibiendo desde que ocupó el despacho oval, ninguna puede hacerle más daño en USA y entre sus votantes que aparecer como un hombre de paja de los rojos de Moscú y un amigo demasiado especial del emperador Putin. Trump es consciente del peligro. De ahí su empeño en convertir una historia de negocios sucios, financiación irregular y tráfico de influencias en una novelita de espías llena de agentes inverosímiles, directores estúpidos de agencias nada inteligentes y presidentes que mandan despegar el Air Force One para sacar fotos en pelotas a sus rivales o pedirse un Big Mac.
Todo forma parte del show que pretende ocultar la información y desvirtuar la acción política aplastadas por su monumental e inextricable espectáculo de luz y sonido. Es la misma táctica que está aplicando al asunto de los vetos migratorios o a la voladura del Obamacare. El show siempre debe continuar, de manera que resulte casi imposible determinar con cierta validez qué parte es real y tiene efectos, qué parte resulta inventada y pura ficción y qué parte es pura mentira. La confusión siempre ha constituido la primera y principal arma de los gobernantes como Trump, les facilita que su voluntad discrecional acabe siendo la única ley que cuenta.
Todo el espectáculo y el ruido se vuelven en cambio paz, quietud y orden cuando la administración Trump se pone a tomar decisiones sobre dinero o política económica. En medio de un respetuoso silencio y una discreción ejemplar, Trump ha derogado en un par de meses la regulación que reforzó los controles sobre Wall Street y los bancos tras la crisis financiera, ha desmontado buena parte de la legislación que regulaba las relaciones entre la administración y las grandes empresas, ha aprobado una reforma fiscal que dejará unos pocos dólares más en los bolsillos del americano medio y miles de millones en las cuentas de las grandes corporaciones y ha presentado un presupuesto que reconvierte a los USA en una economía de guerra, disparando el gasto militar y recortando todos los programas de gasto redistributivo.
Menos impuestos y más gasto público exclusivamente para financiar sus grandes negocios y asegurar los márgenes de beneficios de empresas y corporaciones; el Estado redistribuyendo la riqueza pero hacia arriba, hacia los más ricos. El sueño hecho realidad a la manera más eficiente y discreta. No es de extrañar que la élite empresarial asista complacida al show, el Dow Jones bata todos los récords, las proyecciones de beneficios se disparen y el dinero quiera al presidente Trump; amigo, socio y benefactor, al fin alguien que les entiende.