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Empatía para una cuarentena

Comida compartida y sobremesa contra la soledad no deseada de los mayores

Antonio Maestre

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Es difícil relacionarse con la masa. Los comportamientos irracionales adquieren un tono delirante en situaciones de estrés social en un colectivo acomodado como el de las democracias occidentales. Pío Baroja expresaba cuál tenía que ser la relación de un hombre fuerte ante los comportamientos de la masa: “El hombre fuerte ante la soberana masa no puede tener más que dos movimientos: uno, el dominarla y sujetarla, como a una bestia bruta, con sus manos; el otro, el inspirarla con sus ideas y pensamientos; otra forma de dominio. Yo, que no soy hombre fuerte para ninguna de estas dos acciones, me alejo de la soberana masa para no sentir de cerca su brutalidad colectiva, ni su mala índole”. No somos pocos los que estos días hemos sentido esa distancia avergonzada, puede que hasta un poco soberbia, de ciertas actitudes en viajes, terrazas y supermercados. La vergüenza ajena ha sido generalizada. Pero ser uno de los que se cree diferente a la masa, requiere demostrarlo esta cuarentena antes de convertirse en eso que se repudia.

Es cierto que estos días está resultando difícil establecer relaciones de empatía al ver ciertos comportamientos egoístas, irresponsables e insolidarios. Por eso es la mejor manera para intentar ejercer la que es una de las cualidades más importantes para cuidar de lo común, ponerse en el lugar ajeno. A veces, ciertos comportamientos que podemos valorar como irreflexivos pueden deberse a circunstancias sociales, personales y humanas que podrían ayudar a no juzgar con severidad a nuestros compatriotas antes de sentenciarlos. Tenemos una gran oportunidad para cuidar y empatizar, y sí, cuando pase esta primavera sancionar con dureza a aquellos que se comportan pensando únicamente en su bienestar.

Yo me quedo en casa. Pero mi entorno es amable, una vivienda espaciosa, con un hábitat físico agradable, unas relaciones personales sanas y una comodidad considerable. Tengo un despacho para trabajar, con cientos de libros para relajarme y una conexión a internet de calidad. Una habitación para desconectar que me permite un espacio segregado para el teletrabajo es un privilegio que no todos pueden permitirse. Una televisión con conexión a internet y suscripción a Netflix, HBO y Filmin. Un balcón con orientación sur sin excesivo ruido que me permite asomarme y respirar durante cinco minutos para rebajar la ansiedad. Para mí, quedarme en casa puede ser un lujo antes que una obligación. Y no todo el mundo puede decir eso. Es en momentos como los que estamos viviendo cuando las capas de precariedad y la situación sociolaboral y personal adquiere un cariz superlativo. Quedarse en casa es también una cuestión de clase.

No todo el mundo al que le han recomendado teletrabajo tiene un despacho segregado de su entorno de descanso. Personas que comparten piso, cuyo único lugar de privacidad, descanso y trabajo es la cama de su habitación. Que viven en pisos de alquiler impersonales a los que solo suelen acudir para descansar. Que comparten vivienda con semidesconocidos. Personas que no pueden plantearse hacer una compra de 300 euros para estar tranquilos y surtidos de toda clase de alimentos porque no los tienen y viven con lo justo. Que no tienen conexión a internet ni plataformas de ocio digital. Gente con problemas de convivencia personal, que comparte espacio con su agresor, con alguien que tiene problemas con la bebida, personas que necesitan salir para no acabar con una depresión, abuelos que no van a poder ver a sus nietos. No va a ser fácil, pero para muchas personas será más difícil aún. Pensar que nuestra situación siempre es susceptible de empeorar ayudará a ser comprensivo con nuestros vecinos.

Nuestros actos cotidianos pueden ayudar a hacer la vida un poco mejor de quienes lo tienen un poco más difícil, relajar la ansiedad de la gente con la que convivimos. Intentar no hacer ruido innecesario para procurar el descanso de todos, poner la música a un volumen moderado, ser amable al bajar a comprar, sonreír en el supermercado o la farmacia a quien tiene que atendernos. Ayuda si se tiene miedo o temor pensar en quien tiene que atendernos sin la posibilidad de quedarse en casa. Tratar con cuidado, cariño y respeto a la cajera del supermercado o al reponedor. No pedir comida a domicilio a no ser que sea una situación de emergencia. Los que tenemos opción debemos ser solidarios con quien no puede serlo. Pensemos en el prójimo.

Estos días aparecerán el miedo, la ansiedad, la incertidumbre y el hastío. Pasará el buen tiempo que todo lo mejora y con los nubarrones y la lluvia habrá momentos de nerviosismo y pesadumbre. Hagamos la vida de quienes nos rodean un poco mejor. Los que estamos en una situación de privilegio tenemos una obligación mayor con quien comparte nuestros espacios de socialización. Es un tiempo de aprendizaje para pensar en colectivo, para dejar el individualismo y procurar crear una sociedad más comprometida con el bienestar ajeno. Esta cuarentena será más fácil si todos la pasamos con la empatía como método, un ejercicio que pueda crear un país que piense en lo común. No es fácil pensar así al ver a miserables huyendo en masa desde las ciudades a la playa, o acaparadores de alimentos que obligan a trabajadores de supermercados a jornadas extenuantes por pensar solo en su comodidad. En situaciones estresantes todos atendemos a estos comportamientos insolidarios y dejamos de lado a los que han asistido en masa a donar sangre para dotar de recursos a la sanidad pública. Creerse diferente a la masa es demostrarlo con empatía.

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