¿Lo entenderán así y harán algo?
Perdonen que insista. Es que el enemigo lo hace también, más aún: intensifica su ofensiva. El enemigo de la sociedad española, de los valores y de la democracia. Se inventaron la gran bola de que ganaron las elecciones por fin e iban a copar todos los centros de poder. Y no resisten la derrota. Es demasiado tiempo sin las llaves de las cajas fuertes y más ahora que vienen más millones de Bruselas.
El candidato destronado de su presidencia imaginaria balbucea ideas compulsivamente. Aquí esboza la teoría de los apoyos, las cuatro semanas y el mes.
Lo quieren de presidente. Es el candidato coyuntural de sus objetivos. Están compareciendo todos, hasta tertulianos en desuso. La marioneta diabólica de Aznar se multiplica, desde su plataforma de Madrid, para agredir de verbo casi tanto como lo hace de obra. Cuando niega el vale de comida a los hijos de madres solteras o vuelve a planear inversiones en obras para el Zendal, inacabable pozo sin fondo -en el que se llevan enterrados, para nada, más de 200 millones de euros y ya se andan presupuestando otros 50 millones más-. Un día quizás, en un país decente si llega, habrá de ser investigado.
Parece haber barra libre para el insulto macarra; el fascista, el que trata de deshumanizar a su víctima. Entre risas del auditorio un tal Miguel Lago -a quien conocen los seguidores de diversos programas basura de la televisión, que no es mi caso- explica las ofertas de trabajo que ha recibido la hoy ministra en funciones Irene Montero para volver a su carrera. Entre distintos supermercados baratos concluye con esta bicoca: «Ahorra Más le ha hecho una oferta: le dejan alternar la caja con la carnicería». ¿Cómo puede ser contratado y seguido semejante elemento? Pues pasa.
Del insulto al lawfare o viceversa. Otra práctica impune perpetrada contra la izquierda. La de Mónica Oltra fue una ejecución implacable. La presión fue de calibre tal que terminó dimitiendo. No había por qué. El análisis de 48.000 'mails' del equipo de Oltra practicado por la policía a lo largo de más de dos años no encuentra rastro de que intentara tapar abusos de su exmarido a una menor. Le hizo un daño inmenso. Nadie pagará por ello, y deberían hacerlo unos cuantos.
Este es su país, no el nuestro: el de la gente que trabaja decentemente y aspira a una vida satisfactoria para ellos y sus familias. A una vida tal cual, si lo miramos. Porque al paso que lleva la destrucción de la sanidad pública, ni ésa está garantizada. Tampoco la crispación continua permite desarrollarla en el sosiego necesario.
En su país, los hijos de las familias poderosas se casan cantando y bailando El novio de la muerte, el himno de la legión que se saben al dedillo.
Y la Asociación de la Prensa de Madrid entrega su “oreja de oro” a un torero, y agota entradas para asistir al acto.
Ese país suyo tan viejo y torvo entronca ya con los Estados Unidos que se desmoronan atacados del mismo virus ultra de la corrupción y la mentira. El Partido Republicado se ha cargado a la tercera autoridad del país. El presidente de la Cámara Representantes, Kevin McCarthy, miembro de su propio partido y el único cargo que tenían en Washington. El ala radical trumpista lo ha logrado. Mientras, el magnate sigue en juicios pensando ganar de nuevo la presidencia -que es posible en ese país incluso estando condenado- y dar a la democracia estadounidense el descabello.
La España de los otros lleva el mismo camino. No puede estar más claro.
Hay soluciones y no podemos esperarlas más. Pero no hay forma de afrontarlo con fuerza y eficacia. Es como si aguardásemos inermes con las puertas y ventanas abiertas la anunciada llegada de un tornado. Como si una enfermedad letal fuera a caer sobre nosotros y no hiciéramos nada para impedir que prendiera en la sociedad. Lo hicimos: votamos. Y la derecha podrida con todas sus ramificaciones no lo acepta, no lo tolera. Y va a por todas. A estas alturas de la historia sabemos ya todas sus trampas e hipocresías, sus acuerdos bajo mano, sus leyes, sus mentiras. Por ahí, no se explica que ganen a nadie. Pero cuentan con el consabido ejército mediático. Tampoco es imposible desconectar de él. Los que gustan de los programas basura sin posibilidad de quitarse la adicción deberían plantearse que pueden encontrar los mismos ingredientes para alimentarse en un contenedor de deshechos.
La preocupación se extiende. El lenguaje violento de Trump se intensifica y no se puede pasar por alto, publica The New York Times. Tengamos en cuenta que allí ya asaltaron sus seguidores el Capitolio y que aquí se acerca la fiesta nacional de los gritos contra todo gobierno progresista y que, este año, alcanzan también al rey al que llaman “Felpudo VI”. Hay zotes en la ultraderecha que confunden sus deseos con la realidad y la legalidad.
Somos muchos los que avisamos que la agresividad de la derecha (furiosa por su derrota electoral) se está volviendo cada vez más peligrosa y que fuera de su España no entendemos cómo es posible que no se ataje tanta amenaza y tal siembra de malestar. Ni las trampas de enorme trascendencia como el secuestro del Poder Judicial en el que anuncia va a mantenerse el PP de Feijóo.
“Vienen días delicados”, dice el periodista Enric Juliana: “Después de veinte años de bronca ininterrumpida, aumenta ahora el riesgo de incidentes”. “Los progresistas no pueden responder a la que se avecina bailando el Lago de los Cisnes. No es tiempo para blandengues. Se precisa más que nunca la contundencia de Zapatero en la campaña del 23J y la de Óscar Puente en el debate de la fallida investidura de Feijóo”, escribe Javier Valenzuela.
Como mínimo, en mi opinión. Insisto en que no podemos tirarnos cuatro años más con llamamientos diarios a un golpe de estado. Ni un par de meses más siquiera. El bienestar de los ciudadanos pasa por no sentirse de continuo en una democracia amenazada. No es justo. No lo merecemos. No tenemos que pagar la mezquindad impune de otros. Y un gobierno que piense en las personas no puede permitirlo.
Aunque todo cabe esperar de este peculiar país. Un antiguo afamado cronista pone voz a la desesperación: “Cada vez es más difícil desalojar a Pedro Sánchez del palacio donde vive”. Se llama la Moncloa ese palacio, se llega a él por mandato de las urnas y no hay otro modo legítimo para desalojarlo y cambiar de inquilino que sumar más votos. Imaginen que la bronca por la amnistía lleva a nuevas elecciones al tiempo que Vox desaparece pringado en operaciones turbias, como buen esqueje del Partido Popular. Y la ultraderecha indignada con el rey se pasa al PP y gana Feijóo, aunque a cambio de proclamar la República y nombrar presidenta a Ayuso por aclamación mediática, por ejemplo. ¿Es más posible este escenario que tener un país serio que ponga coto a la agresividad despiadada y la permanente amenaza golpista? Ustedes dirán. A ver si así, los que pueden entienden que han de arreglarlo.
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