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A falta de terrorismo, ¿lo inventamos?

Vista de la mezquita de la localidad de Ued el Marsa (Marruecos), donde creció el presunto terrorista de Algeciras, este jueves. EFE/María Traspaderne

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La reforma extiende el delito de terrorismo a conductas que en ningún país libre tienen esa consideración

Miguel Cancio

Es sorprendente la facilidad con que se asume que un crimen cometido gritando en nombre de Alá es terrorismo. Incluso suponiendo que el asesinato del sacristán Diego Valencia en Algeciras tuviera una razón religiosa, no basta con ello para colegir que esta motivación fuera terrorista. Ni siquiera voy a entrar inicialmente en los antecedentes psiquiátricos del detenido, injusta e ilegalmente expuesto a la opinión pública en una fotografía tomada en dependencias policiales. Quiero que se graben a fuego que Yasine Kanjaa tiene la misma presunción de inocencia que Alves. Que a veces la sociedad anda muy confundida con el significado de los conceptos.

La esencia del delito de terrorismo no está definida por la motivación religiosa del atacante sino por los motivos incluidos en el Código Penal: intentar subvertir el orden constitucional o desestabilizar las instituciones, atentar gravemente contra la paz pública, desestabilizar el funcionamiento de una organización internacional o provocar un estado de terror en la población o parte de ella. ¿Ha dejado el practicante católico de ir hoy a misa por miedo?, ¿la Iglesia, aun si la consideramos organización internacional, ha sido afectada?, ¿qué desórdenes públicos se han cometido, qué instituciones se ha desestabilizado?

Gritar Alá no provoca nada de eso y un asesinato es un asesinato, otra cosa es que sea “terrorismo yihadista de raigambre salafista”. Matar por motivos religiosos no es en sí un acto terrorista. Si un católico o un hindú hubiera macheteado a una persona por burlarse de su fe, ofendido en su sentido religioso, no estaríamos hablando de terrorismo. ¿Hemos llegado al punto en que todo crimen religioso si procede de la cultura musulmana es terrorismo? Eso suponiendo que sea un crimen por motivos religiosos. Dejo por el momento aparte los antecedentes psiquiátricos del asaltante y las apariencias de brote psicótico que muchos psiquiatras ven en un comportamiento que se conjunta con el consumo de cocaína, marihuana y alcohol. Ni siquiera voy a entrar, de momento, en su posible inimputabilidad. Matar por motivos religiosos no implica necesariamente matar para instaurar el califato en la tierra. Lo del “autoadoctrinamiento exprés” lo dejo para su propia consideración, porque es que a mí me espeluzna sostener que alguien solo se ha vuelto un fanático defensor de la instauración de la sharía en la tierra en unos pocos días sin mediar otra cosa más que unos vídeos en internet. Hay que tener un concepto muy pobre de los seres humanos por el hecho de proceder de una cultura distinta para creer a pies juntillas en esa posibilidad. 

En España, un país castigado cruelmente en la realidad por el terrorismo, hemos vivido recientemente dos reformas penales que, amparándose en cerrar espacios de impunidad al terrorismo yihadista, que nos golpeó con crueldad —pese a las malas artes del Gobierno Aznar que lo negaba—, nos han llevado a una situación inédita en la Unión Europea. En nuestro país actualmente el tipo básico de terrorismo está integrado por un individuo solitario, que será terrorista si cumple esas intencionalidades que les mencioné, y su pertenencia a una organización criminal supone un añadido de gravedad. Eso ya ha volteado la consideración criminológica anterior y la comparada con nuestro entorno.

Así que, desde la reforma del PP de 2015, hemos institucionalizado al terrorista solitario, que se adoctrina él solito y comete sus crímenes buscando una intencionalidad política que ha decidido solo consigo mismo en solitario. Eso dejó abiertas tantas puertas que ahora es fácil para cualquier ultraderechista o islamófobo defender que cualquier crimen, con una mínima apariencia religiosa, cometido por un musulmán es terrorismo y de corrido pretender que hay que controlar la entrada de musulmanes, esos sospechosos individuos. Eso, unido a una Audiencia Nacional ayuna de trabajo y cada vez más servida por magistrados sin ninguna experiencia con el terrorismo real, nos pone en una situación delicada. 

En los sangrientos y penosos sucesos de Algeciras hay, desde luego, un crimen. Lo que planteamos es si se trata de un crimen terrorista y no un crimen religioso o, incluso, si como apuntan los indicios, se trata de un crimen cometido por alguien que no estaba en su total dominio mental. Desde luego, el modus operandi no parece muy compatible con el de un lobo solitario. No existen casos reseñados de yihadistas que antes de atacar hayan entrado a discutir con fieles en una iglesia sobre la verdadera fe y luego se hayan ido a buscar un machete para rematar el tema o que hayan acudido previamente a mezquitas a exigir “cosas ilógicas” ya que según el imán: “Es una persona que mentalmente no está en su sano juicio y que ha tenido problemas en alguna mezquita”. La verdad es que, a pesar de lo seguro que parezca el juez de refuerzo, la cuestión terrorista plantea muchas dudas. 

Hay antecedentes. En la Audiencia Nacional, el juez Alejandro Abascal, otro recién llegado a esta especialidad penal, mantiene secreto desde hace más de un año el suceso de Torre Pacheco en el que un magrebí lanzó un coche contra una terraza mientras se apuñalaba a sí mismo, con el resultado de una persona muerta. A la Guardia Civil le pareció decisivo que este dejara unas cartas en las que hablaba de cometer un atentado terrorista “por causa de las injusticias sufridas en estos 14 años” y para “que se haga justicia con el Islam y con las violaciones y asesinatos cometidos telepáticamente”. Ni los hermanos del supuesto terrorista suicida le habían visto acudir a la mezquita; eso sí, sabían de su consumo de drogas, de sus desequilibrios mentales y de su profunda rabia por lo que consideraba una explotación laboral continuada. 

La cuestión es que, una vez más, estos hechos van a ser elevados a categoría política. Ahí tienen a la ultraderecha intentando personarse en el procedimiento. Será porque lo sufrí cuando había motivos, por lo que me exacerba tanto ver cómo de forma espuria se abre un melón inexistente por mor de los deseos electorales de algunos. Ya es bastante motivo de reflexión criminológica que de las últimas mil operaciones policiales preventivas contra el yihadismo, apenas 300 hayan acabado en algún tipo de condena. Ya es para pensárselo que muchas premisas del Estado de derecho adquieran valor de baratija por mor de nuestra seguridad. Eso ahí lo dejo. Ahora bien, que se intente utilizar de nuevo por parte de la derecha esta cuestión, cuando ni siquiera hay ninguna certeza sino mera apariencia, es inaceptable. 

Lo malo es que, a causa de esto, la Policía va a tener que acabar dando cuentas hasta de haber cumplido la ley en materia de extranjería. ¡Por Dios, por Alá y por Tutatis! ¡Que un medio llegó a escribir con todas sus gónadas que una persona estaba en España bajo control policial porque había dirigido miradas insidiosas a los policías! Que es de traca que tanto colega no entienda qué cosas son imposibles en un Estado democrático.

El terrorismo es una cuestión muy sensible en un país tan castigado y con tantas víctimas y, por tanto, una cuestión fácilmente instrumentalizable por algunos, sin que ustedes necesiten que yo se los señale.

Sólo deseo que en este caso todo el mundo esté a la altura de la razón. Desde los jefes políticos a los jueces. Lo contrario es tan tentador…  

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