Faltan bisturíes y sobran tiritas
Me pregunto por qué me produce tanta grima, en estos tiempos, esa cena inocente y navideña en la que sus señorías y los periodistas que cubren información parlamentaria comparten manteles, y los primeros reciben ocurrentes premios –que agradecen con no menos simpáticas réplicas–, instituidos por los segundos, en un ambiente distendido y natural. Nunca me había despertado urticaria estética –por lo menos– una celebración que pretende fomentar el buen rollito entre unos y otros, ser ejemplarizante y a lo Obama contando chistes para washingtonianos en la Casa Blanca ¿O se debe, precisamente, a esto último, a que no soporto que confraternicen? De qué demonios de buen rollo hablamos considerando, a), que la mayoría de los políticos que deberían representarnos nos están asfixiando; y b), que los periodistas –que nos representan en el mismo grado e, idealmente, para incomodidad de los poderes públicos– nunca han tropezado con más dificultades para realizar decentemente su trabajo.
El retroceso de nuestra vida parlamentaria, arada una y otra vez, aunque estérilmente, por el rodillo ppopular, ha nublado de tal modo los ojos míos, los ha inyectado con tanta acritud que me da por ver, en lo que sólo es amabilidad y cortesía por parte de mis colegas, algo del mismo síndrome de Estocolmo que preside esas risitas de pasillo con que algunos –demasiados– periodistas celebran las ocurrencias de los gobernantes.
Le pasa a la dicha cena de hermandad lo mismo que a los resúmenes de fin de año que ahora empiezan a publicarse. Se han desnaturalizado, y los últimos se parecen más al Apocalipsis que al sereno recuento de lo sucedido. Cierto, no resulta fácil encararse serenamente a lo que nos dejó –o nos quitó– el Tercer Año Mariano. Y tampoco debería serlo sentarse al lado de según qué parlamentarios o portavoces. Llamadme maximalista, pero en las reuniones con políticos que han reducido al mínimo la vida parlamentaria –por no hablar de los silencios del Gran Timonel–, el único puesto cómodo para el o la periodista tendría que ser el de polizón. El de camuflado. Ir de gonzo en el gorgonzola para sorprender a la gárgola.
Lo cual me conduce a añorar un género que practiqué en otro tiempo, el de la crónica política basada en hechos absurdos pero ciertos analizados con bisturí cortante y sonante. Por ejemplo, una buena narración sobre la otra cena, la que el PP se dio a sí mismo en Madrid, con asistencia de todo tipo de pelajes, del zorrón a la comadreja, de la baronesa al carroñero. Eso merecía una infiltración, y luego un buen artículo recuadrado y escrito a degüello, no con cuatro coñas sazonándolo sino con auténtica mala leche y conocimiento de la miseria humana. La verdad es que siento mucho ser mayor y no poder ofertarme para ese tipo de trabajos, a parte de que, con esta mili detrás, me romperían la cara a la primera. Pero cómo me gustaría, por ejemplo, ser corresponsal a tiempo completo en Ana Botella, territorio comanche donde los haya, o enviada especial en conflictos de María de los Dolores del Cospedal con la concepción moral de la política y el patrimonio. Es que me conformaría con convertirme en la sombra de los codos de SorayaSS durante sus incursiones patrióticas a nuestros cuarteles internacionales…
Dan mucho de sí y, por desgracia, ni existe hoy un Luis Carandell ni una prensa tradicional y generalista y de toda la vida, mantenida por la publicidad, los lectores y la buena gestión, que sea capaz de albergar su sarcasmo.