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Ganan, de momento, los de Gamonal

José María Calleja

Con esa arbitrariedad y miopía que demasiadas veces nos caracteriza a los medios de comunicación, tenemos que reconocer que no habíamos prestado atención a lo que pasaba en un barrio de Burgos hasta que hubo imágenes de su irritación.

Al principio, la sorpresa con interrogante: ¿Burgos, paisaje de una protesta ruidosa en la calle? Luego, tampoco se acababa de entender el alcance del conflicto: ¿que no quieren que les hagan un bulevar, aparente en la maqueta, y unos aparcamientos subterráneos?

Gamonal es un barrio degradado de los que nos ponían como paradigma en las clases de Geografía urbana: zona de aluvión, segregada, construida con los criterios propios del franquismo, edificios en altura, bloques de poca calidad, sin urbanización ni infraestructuras dignas, polígonos industriales... Hablamos de mediados de los 50 y de la década de los 60, cuando los pueblos de España se vaciaban en las ciudades; cuando los pueblos y las ciudades de España se iban a trabajar a las grandes áreas urbanas de Madrid, Bilbao y Barcelona; cuando los españoles salían en masa del país a buscar pan en Alemania, Francia o Suiza.

La provincia de Burgos, que en su zona norte se convirtió en un área de expansión, ocio y segunda residencia del Gran Bilbao, que vio cómo se llenaban de vizcaínos, ociosos, y con más dinero que ellos, pueblos como Villarcayo o Medina de Pomar, acercó lo que era un pueblo, Gamonal, hasta convertirlo en el barrio más populoso de la capital. De ahí al New York Times y al Washington Post de hoy. La fuerza de la imagen. La pegada mediática de la indignación explícita.

Los ciudadanos que protestan encendidos en Burgos parecen dar la razón a los que desde hace tiempo se preguntan: ¿cómo es posible que con el nivel de paro, de saqueo del Estado de bienestar, de pérdida de derechos, de corrupción e incompetencia, de inanidad, no haya saltado antes la chispa que incendiara la pradera?

Lo cierto es que el nivel de paro en Burgos, por debajo del 20%, no es más alto que el de otras zonas de España como Andalucía, Canarias o Extremadura, comunidades que parece deberían estar en agitación permanente.

Lo cierto es que esas condiciones objetivas para un estallido de indignación explicarían, no sé, que se hubieran producido incidentes semejantes en algunas de esas comunidades.

¿Qué pasa entonces? Pues que el desempleo general y continuado parece que provoca una cierta anestesia en la respuesta social –hasta que el vaso se desborde– mientras que el problema más concreto aún, el que está debajo de tu casa, en tu acera, tiene una capacidad de movilización mayor. Lo cercano como criterio de protesta. Lo inmediato como elemento movilizador en un contexto de irritación, pérdida de confianza en las instituciones y ofuscación.

Ahora sólo falta que salga alguien del PP y diga que los burgaleses fetén son los que están callados, sin protestar, en sus casas, sin salir a la calle.

Gamonal, nos cuentan, está a punto de perder una guardería muy deteriorada porque no hay 12.000 euros para dignificarla. Gamonal tiene viviendas de los años 50 y 60, muy deterioradas no sólo por el paso del tiempo, también porque fueron mal construidas. Los vecinos entenderían que se arreglaran esas viviendas antes que montar un bulevar que en el fondo esconde un nuevo pelotazo urbanístico: la construcción de un aparcamiento subterráneo, con plazas a precios inasequibles para la inmensa mayoría de los vecinos, y que no está en la agenda de las cosas urgentes que demandan los habitantes de un barrio con mucho paro.

No deja de ser significativo que “el jefe” de Burgos, el cacique, Antonio Miguel Méndez Pozo, sea el constructor que está detrás de una parte del proyecto del bulevar. Este individuo fue condenado, por corrupto, a 7 años y 3 meses de cárcel, de los que cumplió sólo 9 meses. Es el factótum de Burgos, controla medios de comunicación y es amigo de Aznar.

La mujer de Aznar, aún alcaldesa de Madrid, ha dicho, muy seria, que condena “los atentados de Burgos”, mientras que otros propagandistas del PP se refieren a las protestas como “Kale borroka” y el responsable de guardia en Interior –ese ministerio lleno a partes iguales de incompetentes y pirómanos– dice que los detenidos son violentos en plantilla, que recorren España en busca de conflictos para quemar contenedores. Un nuevo contrato laboral, al parecer, patentado por Báñez.

Veamos, lo ocurrido en Burgos no son atentados. Atentados son otras cosas muy distintas y a estas alturas debía estar claro, por mucho que a algunos Gamonal les suele a amonal. Tampoco son Kale borroka, y desde luego que la información nos dice que los detenidos son de Burgos y no tienen antecedentes penales. No todo es ETA. Vale ya de criminalizar las protestas de forma tan grosera, sean escraches, concentraciones contra los desahucios o manifestaciones contra lo que se cree injusto.

El destrozo de lunas, la quema de contenedores, no se puede aceptar, pero los que protagonizan estos actos no son etarras, como parecen decir los del PP que hablan.

Los propios vecinos han criticado esos actos de violencia, que parece que es lo único en lo que se fijan los que no quieren escuchar las razones de unos ciudadanos que no creen que este pueda ser “el proyecto estrella” de Burgos, como dice pomposamente el vicealcalde de Burgos (por cierto, da gusto escuchar cómo se explican, con que claridad, expresividad y dominio del lenguaje los muchos vecinos de Gamonal a los que estamos viendo y escuchando en televisión y radio estos días).

El caso es que los vecinos de Gamonal se han hartado, han dicho: hasta aquí hemos llegado, y, ante esa posición tan firme, las autoridades municipales parece que, después de cinco días de protestas, han escuchado ese clamor y están dispuestos a sentarse a hablar y ver qué mejor destino pueden tener esos ocho millones de euros presupuestados en principio para el bulevar.

Conviene subrayar lo de euros presupuestados, porque ya sabemos, a estas alturas, que los ocho millones iniciales podrían convertirse, de llevarse a cabo la obra, en 16 o en 24, no sería la primera vez.

Lo evidente es que para que en una ciudad en la que, a pesar del frío, nunca hubiéramos pensado que se podía asaltar el Palacio de invierno, se haya producido este nivel de protesta es por lo rematadamente mal que lo ha hecho el ayuntamiento y porque los vecinos del barrio están macerados en la frustración y en cabreo.

Quizás por miedo a que la situación se le vaya de las manos y se produzca un efecto contagio, es por lo que el alcalde Lacalle parece que rectifica, de momento, y paraliza las obras durante “quince o veinte días”. De momento, ganan los vecinos. La protesta ha servido para algo.

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