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Zona Crítica

El Gobierno de Perú o la autoasfixia erótica

Pedro Castillo, junto al primer ministro Héctor Valer Pinto
2 de febrero de 2022 22:45 h

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El presidente peruano Pedro Castillo acaba de dar un giro conservador que aleja al país de la posibilidad del cambio. Cuando en junio del año pasado el profesor rural ganó las elecciones a la mafiosa y derechoza Keiko Fujimori, muchas peruanas y peruanos de izquierda —una izquierda que incluía a las bases de Perú Libre, a las progresistas de Nuevo Perú y finalmente a miles de electores fuera de Lima, entre otras– quisieron ver la oportunidad perfecta para reducir la brecha entre ambas maneras de ver (y de vivir) la búsqueda de la igualdad y la justicia social en el país. Dicho de otra manera, Castillo representaba la esperanza de llegar a un consenso entre las izquierdas, uno que pusiera por primera vez por delante a campesinos, comerciantes, maestros y obreros de las regiones, sin desdeñar los aportes por los derechos y la diversidad, cuando Keiko y la derecha aún azuzaban el fantasma del fraude con sus socios globales.

Siete meses, tres premieres, una veintena de ministros (varios mal elegidos, otros tantos terruqueados y perseguidos), varios intentos de impeachment y diversas acusaciones de corrupción después, debemos decir que no ha sido así. Las dos izquierdas que lograron firmar un acuerdo, vieron luego la dificultad de llevarlo a cabo. Muchas veces por la arremetida, es cierto, de los sectores conservadores y golpistas, pero también por las propias torpezas de un gobernante que no terminaba de ver claro este acuerdo de mínimos. Por otra parte, desde un ala de Perú Libre, el ala que más suena aunque no por eso sea la única línea del partido, no cesaron en ver cómo adversarios a la izquierda pro derechos y apostaron por forzar por hacer gobierno dejándolos fuera, porque al parecer les resultan aún más incómodos que sujetos con vínculos de corrupción, mafia y etcéteras. Mientras tanto la izquierda progresista fue incapaz de sostener las calles a la par que el gobierno.

Los distintos gabinetes que ha ensayado el presidente han pasado por un dogmatismo de izquierda conservadora —su momento más afín a Perú Libre— que intentó modular después con un sesgo progresista —encarnado sobre todo por los hoy renunciantes Mirtha Vásquez (Primera Ministra) y Pedro Frankle (Ministro de Economía)—, para girar, hace apenas un par de días, hacia posiciones que lo acercan más bien al abismo. Una parte de Castillo siempre quiso ceder hacia lo ultraconservador, durante un tiempo fue neutralizado por la izquierda pro derechos, pero hoy han dejado de hacer equilibrismo juntos. 

El mejor ejemplo de lo que digo: el inexplicable nombramiento como Primer Ministro del congresista Hector Valer, quien llegó al Parlamento como representante del ultraderechista partido Renovación Popular y conocido miembro del Opus Dei. Peor aún, no quedan ya en el gobierno representantes de su alianza con el Nuevo Perú de Verónica Mendoza y en cambio hay grandes retrocesos en carteras tan importantes como Cultura, ocupada ahora por Alejandro Salas, un funcionario del todo ajeno al ámbito cultural peruano; o el ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, que encabeza ahora Katy Ugarte Mamani, una profamilia que cree que “los niños no son iguales a las mujercitas”. Pero si en Cultura y Mujer ha cometido este despropósito, ya hay quienes dicen que también en lo económico podría girar a la derecha.

Se equivocan, sin embargo, quienes pretenden achacar toda la culpa —particularmente después de cada una de sus contadas apariciones públicas— a la falta de “preparación” del presidente. Con discursos más elaborados casi todos los presidentes de nuestra democracia han demostrado sistemáticamente no estar preparados para conducir al país hacia la transformación social. 

Sin embargo, da la impresión de que Castillo en apenas unos meses ha confundido el objetivo por el que llegó a la presidencia, esto es, cambiar el modelo de Estado, por otro mucho más inmediato y menos importante, la sobrevivencia de su propio ejecutivo. Y para ello intenta tanto recuperar la confianza de las bases de Perú Libre como tranquilizar a las élites limeñas ultracatólicas y antiderechos haciendo una especie de gobierno Frankenstein cuyas inquietantes costuras se asientan en el conservadurismo de sesgo religioso y profamilia, que tampoco desagrada a Perú Libre. Que ese sea el rasgo aglutinador de un gobierno es ciertamente decepcionante. Pero que determine la agenda política del ejecutivo en los próximos meses es peligrosísimo.

Al presidente puede resultarle o no la jugada, pero al menos para una buena parte de la izquierda este reciente plot twist lo asemeja cada vez más al expresidente Ollanta Humala cuyo gobierno (2011-2016) también  giró a la derecha a pesar de las promesas progresistas de su campaña, algo que siempre consideraron una traición. En el caso de Castillo, percibido como más cercano “al pueblo” por unos y más “radical” por otros, la herida es todavía más sangrante.

Así las cosas, Castillo se ve rodeado de golpistas, presionado por las élites económicas y mediáticas limeñas y alejado de sus socios de la izquierda. Mientras los votantes que lo auparon como remedio contra el retorno fujimorista y /o porque realmente creyeron que sería quien conduciría al Perú hacia el cambio radical que necesita se ven burlados.

Tampoco está del todo claro si la izquierda peruana tendrá la fuerza y el sentido común para recuperar las posiciones perdidas en el ejecutivo. Todo hace pensar que no. Por primera vez desde que el profesor Castillo llegó al poder, el futuro parece todavía más incierto. Solo queda volcarse una vez más a las calles a reclamar que retome la agenda del cambio. Pero no será nada fácil. Ya se preparan manifestaciones feministas con pañuelos verdes contra la actual ministra pro vida, por ejemplo, pero lo cierto es que quizá dos tercios de las mujeres del país no comparten esa agenda y se sienten más cerca de esta ministra que de la anterior. Y es solo una muestra de la necesidad de hilar fino a partir de ahora.

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