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El guiñol del PP

Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y José Luis Martínez-Almeida, el pasado verano.

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Hace unos meses José Luis Mendoza, presidente de la Universidad Católica de Murcia, representante de una derecha cristiana muy practicante, aseguraba que había una conspiración en marcha para introducir chips (él lo llamaba “un chis”) en los cuerpos humanos mediante la vacuna contra el virus de la Covid. Señalaba, además, a los responsables de semejante operación: el financiero George Soros y el creador de Microsoft, Bill Gates.

Parece una broma, pero se lo tomaba en serio. Y él no es sólo presidente de la UCAM, sino parte del Camino Catecumenal, una organización católica con miles de seguidores que al oír ese exabrupto lo escuchan como palabra de Dios, la verdad expresada. Las fake news, esas verdades mentirosas, que impulsó en Estados Unidos Steve Bannon y que su mejor alumno, Donald Trump, mejoró, y que en el Reino Unido utilizó de modo magistral Dominic Cummings para lograr el Brexit, tienen en su interior un prodigioso veneno que ataca directamente a un lema fundamental creado por los revolucionarios franceses: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Es un veneno que socava directamente los cimientos de la democracia, sea ésta ciertamente longeva como la de Estados Unidos, o más jovencita, como la de España.

Personajes como Donald Trump, los tenemos aquí cerca. No cuentan con los 88 millones de seguidores que el americano tiene en Twitter, pero van aumentando poco a poco. Sin prisa, pero sin pausa.

En el ámbito sociopolítico que se disputan Vox y el PP, las verdades mentirosas surgen cada cierto tiempo y son amplificadas por las maquinarias mediáticas y digitales de determinados grupos. Yo te diré lo que es la verdad, una mentira repetida una y mil veces. Ese es el modus operandi.

“Este es un gobierno social comunista”. “El gobierno social comunista quiere destruir la familia”. “El gobierno social comunista va a  imponer una dictadura chavista”. “El gobierno social comunista va eliminar la propiedad privada”. Y así, una tras otra, las verdades van desgranándose y creando un rosario de fake news que, con el tiempo, calan en almas bienintencionadas.

Hace no mucho, la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, dijo que al gobierno “le gusta la alarma, la alerta y los miedos”, que “la gente necesite ser encerrada y dirigida” y, añadió que “este presidente no quiere a su país; se quiere a sí mismo”. Cierto que ella lo dice como un títere de guante, como un guiñol, manejado por su creador personal de mensajes y contenidos, pero lo dice con esa cara de no haber roto nunca un plato, ante la atenta mirada, a su lado, del jefe Pablo Casado, que se dedica a asentir lo que suelte la presidenta. Esa puesta en escena de verdades como soles por parte de la Ayuso, con la aquiescencia lateral de Casado, se han convertido en tan habituales, que el que maneja el guiñol ya se ve con ella en Génova, y Casado allí donde pueda refugiarse.

A Ayuso, y al creador de sus relatos, lo que de verdad le interesaba era el tamaño de la enorme bandera rojigualda proyectada sobre el edificio de la Comunidad de Madrid con motivo de las campanadas de Fin de Año. Que la vea todo el mundo, eso era lo importante, el resto, accesorio. ¿Solucionar las condiciones tercermundistas de la Cañada Real? Eso es accesorio, siempre habrá chabolas porque todos quieren vivir en Madrid, dirá la presidenta. En esto sigue la tónica de la creación de un buen relato. Hay que vender a los españoles que nosotros amamos a la verdadera España, sea eso lo que sea. También Donald Trump quería vender a los estadounidenses la verdadera América, al parecer, la representada por ese ridículo chamán llamado Jake Angeli vestido de bisonte, que con la bandera en ristre se disponía a destruir la democracia desde el estrado de la presidenta de la Cámara de Representantes, pero a salvar América. Su América.

Yuval Noah Harari cuenta el caso del gobierno nacionalista de India que en 2017 izó una de las banderas más grandes del mundo, por supuesto la de la India, en Attari, en la frontera con Pakistán. Y se preguntaba “¿Por qué el gobierno indio invierte sus escasos recursos en tejer banderas enormes en lugar de construir sistemas de alcantarillado en los suburbios de chabolas de Nueva Delhi?” Y contestaba: “Porque la bandera hace que la India sea real de una manera que los sistemas de alcantarillado no lo consiguen”. En el camino, dignificamos la bandera y envilecemos a los ciudadanos. Buen concepto de la democracia.

Hace un par de días, una turba de WASP (esos blancos, anglosajones y protestantes) estadounidenses, la mayoría hombres por cierto, tomó el Capitolio “en defensa de la verdadera América”, y se armó la de San Quintín. Eso mismo puede ocurrir aquí, “en defensa de la verdadera España”, si una turba bien engrasada por mentiras repetidas una y otra vez, considera que es su deber salvar a la patria de gobernantes socialcomunistas. Ya lo propusieron algunos militares jubilados, incluso se pusieron a las órdenes del Rey para hacerlo. 

En enero del año recién terminado el diputado de Teruel Existe, Tomás Guitarte, anunció su voto favorable a la investidura de Pedro Sánchez como presidente. A partir de ahí la “verdadera España” se puso en pie de guerra contra él. Guitarte denunció desde la propia tribuna del Congreso “la tremenda presión que desde los medios y las redes sociales” estaban haciendo a su movimiento ciudadano e informó de la aparición de pintadas contra él  en Teruel. Cierto que sólo se trata de un diputado, pero merece el mismo respeto que los otros 349 diputados, como miembro electo por sus conciudadanos, porque ese camino, el de la “verdadera España” movida por falsas “verdades”, puede tener un final similar al de la Avenida Pensilvania. 

El problema ahora estriba en que el engrasador en jefe de la turba de esa Avenida Pensilvania, que no fue otro que el propio presidente Trump, se enfrenta a un oscuro futuro por su error de cálculo en el engrase, un futuro judicial y complicado en lo político a pesar de su popularidad. Y este interesante detalle, la soledad en la que parece haber quedado Trump, puede asustar a sus imitadores locales.

No hay peor cosa que un tonto muy atrevido, quizá lo supere un listo muy atrevido. Las redes sociales, esas que nos vendieron como que aumentaban la comunicación interpersonal, han logrado que la masa silenciosa de otrora sea ahora una masa gritona. Los 88 millones de seguidores de la cuenta de twitter de Donald Trump, son vistos como un negocio fabuloso por mor de los big data, pero suponen un peligro de proporciones colosales en manos de un tonto muy atrevido, o de un listo muy atrevido.

Cuando uno se dedica a incendiar las redes con fake news día va y día viene, puede encontrarse con la sorpresa de ese bisonte humano ejerciendo de chamán tras apoderarse del templo de la democracia, y de una exmilitar convertida en asaltante del Congreso abatida por un tiro en pleno cuello y muerta en ese mismo templo. La responsabilidad, sin duda, recae sobre Donald Trump. Él incendió las redes y roció con gasolina el fuego interno de los manifestantes contra la confirmación de Biden, a los que apeló a que tomaran el Capitolio. Cierto que la cosa se le fue de las manos y ahora ve su futuro dedicado a escapar de la cárcel en vez de lograr un nuevo mandato de cuatro años.

Con motivo de la moción de censura de Vox al presidente Sánchez, Pablo Casado alzó por fin la voz y dijo aquello de: “Decimos no a la polarización que Vox necesita. No a la España a garrotazos de trinchera, ira y miedo...Hay 47 millones de españoles que están hartos de la polarización que han creado”. Señalaba un camino alejado del famoso cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”, con dos villanos peleando brutalmente enfangados hasta las rodillas. El que sirve es el camino del entendimiento, no hay otro.

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