Jesús pasa la Nochebuena bajo un puente de Badalona
El mal existe y en estos tiempos se manifiesta con insolencia. Miren lo que está ocurriendo en Badalona, donde, a la hora en que escribo estas líneas, todo indica que decenas de inmigrantes africanos pasarán una gélida Nochebuena bajo el puente de una autopista. Nuestras ciudades refulgen estos días con las bombillitas de la Navidad y muchos hogares y lugares públicos exhiben belenes donde un niño judío pasa sus primeras horas de vida en el pesebre de un establo. Pero pocos establecen una conexión entre lo que ahora celebran con alborozo y derroche y lo que ocurre en Badalona y muchos otros lugares del planeta, incluida una Gaza no tan lejana a los escenarios de la pasión de Jesús de Nazaret.
“Si Cristo existiera, sería un MENA”, reza la portada de la revista Mongolia de este mes de diciembre de 2025. Está bien traído: Jesús era un niño pobre y desplazado, sus padres habían ido a Belén en cumplimiento de una decisión administrativa de Cesar Augusto sobre los lugares de empadronamiento de los súbditos del imperio. Todas las posadas de Belén estaban llenas y María tuvo que dar a luz en un pesebre. Hoy tendría que hacerlo bajo un puente o en el cajero de un banco.
Soy escéptico sobre la bondad natural del ser humano, le tengo mucha admiración a Rousseau, pero pienso que en esta materia pecó de optimista. Los seres humanos pueden convertirse en una jauría con demasiada facilidad. Como la que se opuso el pasado domingo a que un puñado de los africanos desalojados en Badalona fueran albergados en una iglesia de su barrio.
No me basta la explicación de que a la gente –llámese Ku Klux Klan, llámese nazis, llámese colonos de Cisjordania, llámese vecinos de El Ejido, Torre Pacheco o Badalona– se le va la olla tan solo porque hay ideólogos y políticos que les envenenan el corazón y la mente. Intoxicadores los hay, por supuesto, pero no puedo explicarme el ascenso en tantos momentos históricos de partidos y movimientos basados en el odio a otros seres humanos sin sospechar la existencia de una tendencia al mal en la condición humana.
“El mal es la ausencia de empatía”, concluyó el capitán Gustave Gilbert, el psicólogo que entrevistó a los nazis juzgados en Núremberg. Gilbert encontró en todos ellos una incapacidad absoluta para ponerse en el lugar de sus víctimas, una colosal indiferencia a sus sufrimientos. Pero sabemos que los nazis juzgados en Núremberg no habrían podido hacer las barbaridades que hicieron si esa ausencia de empatía no hubiera infectado a millones de alemanes de su tiempo.
Vivimos ahora en Occidente un momento que podría denominarse Berlín 1933. Mucha gente se está creyendo que la culpa de sus penurias la tienen los que aún son más miserables que ellos. Los inmigrantes, los moros, los negros, los panchitos… Es lo que escuchan de los ultras, pero, en buena medida, también es lo que quieren creer. Lo quieren creer porque esto les simplifica la vida, les evita informarse bien, les evita pensar por su cuenta, les permite formar parte de una manada, les satisface emociones tan poderosas como el miedo y el odio.
El mal se está banalizando de nuevo. Incluso se ha puesto de moda, como dice con perspicacia Gabriel Rufián. Trump bombardea en el Caribe lanchas que podrían ser de pescadores, pero dice que son ejecuciones extrajudiciales de narcos y nadie le chista. Su gobierno felicita la Navidad de 2025 mezclando joviales villancicos con imágenes de la brutalidad policial en la detención y deportación de inmigrantes, y millones de americanos se ríen satisfechos. La crueldad tiene mucho público potencial.
El gran combate de nuestro tiempo ya no es tanto el que opone a derechas e izquierdas, sino a bárbaros y humanistas. Jesús de Nazaret, cuyo nacimiento recordamos en estas fechas, fue indudablemente un gran humanista. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, predicaba. Puedo imaginármelo durmiendo esta Nochebuena con los africanos bajo el puente de Badalona.
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