Naufragio moral
Ella se llama Luna. A él le llaman Juanfran. Ella es voluntaria de Cruz Roja. Él pertenece al Grupo Especial de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil. Sus imágenes -la de ella abrazando a un inmigrante exhausto en la costa de Ceuta y la de él, sosteniendo en el mar a un bebé aterido de frío- han dado la vuelta al mundo. Orgullo de país. Lección de solidaridad. Decencia con mayúsculas. Gente con alma para quienes la vida no es pasar por ella de puntillas ni esconderse en el sótano de un edificio en ruinas.
España no es lo que se ve en el Congreso, ni lo que se escucha en los discursos de algunos políticos, y mucho menos lo que tanto indigno despreciable vomita en Twitter. España son muchas Lunas, muchos Juanfran. Es humanidad, es empatía y es abrazo, aunque aún nos estén prohibidos, no haya tregua en las procelosas aguas de la política y todo sirva ya de munición contra el Gobierno.
Este naufragio moral al que asistimos a diario en las redes sociales y en ocasiones en el Parlamento no puede borrar la mejor versión de nosotros mismos ni las imágenes de un consuelo que la mezquindad de los odiadores profesionales y los que azuzan el aborrecimiento contra los migrantes han repudiado quizá porque no se soportan a sí mismos ni su inane existencia. No es necesario dar nombres porque su irrelevancia y su desnutrición moral acabará más pronto que tarde con ellos y con su océano de miseria.
Otra cosa es lo que ocurre en el marco de la política con sus protagonistas y la obsesión de la derecha por hacer de la mayor crisis diplomática con Marruecos y de un drama humanitario materia de desgaste contra Sánchez, más allá de errores que haya podido cometer la diplomacia española. Pablo Casado tiende una mano al presidente del Gobierno y con la otra cierra el puño para golpear duro, como si en estas últimas 72 horas se sienta más de esa mitad del PP en estado de permanente excitación y ansiedad que de la que le pide moderación y pacto. Ha perdido una gran ocasión para erigirse en el hombre de Estado que dice ser y cerrar filas con el Ejecutivo, que en este caso es cerrarlas con España porque la responsabilidad de lo vivido en Ceuta, y él lo sabe, no es más que del reino de Marruecos por usar la vida de 8.000 personas en represalia por la hospitalización en Logroño, de Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, enfermo de cáncer y de COVID-19.
Hay mucho en juego y la contundente respuesta que ha dado la UE en apoyo al gobierno español es la que debiera haber dado también el líder de la oposición ante una materia tan sensible y la que, para desmemoriados, se escuchó al PSOE en 2002 ante la crisis de Perejil durante la presidencia de Aznar.
La lealtad obligada en política exterior que reclama la derecha cuando gobierna es la que nunca practica cuando está en la oposición. Ni con la palabra, ni con los gestos, ni con los hechos. Pero ahí está Aznar, en su versión más cómica, sentenciando que lo ocurrido en Ceuta “se veía venir”. Y lo expresa él que no se enteró de la ocupación militar del islote Perejil, una crisis que la UE lo consideró entonces “un problema bilateral” del que se desentendió por el apoyo de Francia a Rabat. ¡Qué crack, el expresidente! Sólo se hacen bien las cosas si la derecha gobierna. Es eso, ¿no? Ya saben: la crisis no la ha provocado Marruecos, es del Gobierno, y más concretamente de su socio minoritario.
A falta de Pablo Iglesias, les queda Podemos. Y si el presidente del Gobierno quiere al PP de su lado, ya sea para renovar el CGPJ, apoyar los fondos europeos, defender las fronteras o resolver una crisis humanitaria, ya sabe lo que exige Casado: “Si quiere dejar las cosas claras que hoy mismo rompa su acuerdo de gobierno con Podemos, que es quien ha producido esta crisis diplomática sin ninguna comparación en nuestra historia democrática con Marruecos”. ¡Acabáramos! La culpa es de los morados, aunque sus ministros no estuvieran siquiera enterados de la hospitalización del líder del Frente Polisario en La Rioja. Y así todo. Piove, porco governo. Si llueve, la culpa es del Gobierno. Y si no llueve, también. Siempre, claro, que el gobierno sea de izquierdas.
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