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La omisión del deber de socorro es un delito (también con los migrantes)

Ruth Toledano

Cuando Trump llegó a la Casa Blanca, el grupo de gobierno del Ayuntamiento de Manuela Carmena propuso una moción de urgencia para declarar la solidaridad con México de la ciudad de Madrid, frente a la construcción del muro de separación con los Estados Unidos que es obsesión del presidente-empresario. La iniciativa de Ahora Madrid fue apoyada por el PSOE. Ciudadanos se abstuvo, actitud política que viene siendo habitual en esa formación (van a tener que cambiarse el nombre por Abstencionistas) y el PP, en coherencia con su calidad moral y en boca de su esperpéntica portavoz, Esperanza Aguirre, la consideró “apoteosis de la hipocresía” (solo un edil popular, José Luis Moreno, voto a favor de la misma).

Que el PP en su conjunto hubiera votado a favor de esa solidaridad habría sido, sin duda, de una hipocresía apoteósica, pero no solo porque fuera Clinton quien comenzara la construcción del muro americano, sino por razones que nos quedan mucho más cercanas y que tienen que ver con la política migratoria del Gobierno de España y con sus métodos disuasorios: solo hace un par de días la ONG Caminando Fronteras comunicó que había “numerosos heridos” entre las cerca de 500 personas que saltaron la valla de Melilla, una de las cuales quedó inconsciente al caer desde lo alto de la misma, y Cruz Roja atendió a unas 400.

Caminado Fronteras alertaba de que varias personas podían haberse quedado enganchadas a las concertinas. Esto se dice y se escribe pronto, pero una concertina es un alambre de cuchillas. A poco que nos pongamos en piel ajena, seremos capaces de imaginar lo espeluznante que resulta quedarse enredado en un alambre de cuchillas; a poco que empaticemos, seremos capaces de deducir que solo una necesidad ineludible impulsaría a cualquiera a arriesgarse a algo semejante. Si el Gobierno de España antepone así el blindaje de una frontera a los derechos humanos, quejarse de Trump resultaría, sí, la apoteosis de la hipocresía.

Precisamente para ello, desde la fundación porCausa han lanzado una campaña de firmas para que la ciudadanía española, indignada con el muro de Trump, establezca la relación imprescindible con algo similar, y que es una realidad en España desde hace años: las vallas y muros de Ceuta y Melilla. La campaña supone también una llamada a esos políticos españoles que se han llevado las manos a la cabeza con los planes del presidente (o lo que sea) de allá, pero se olvidan de lo que hay aquí: esos elementos arquitectónicos disuasorios que provocan heridas e incluso la muerte a quienes intentan traspasarlos. Dirigen al Gobierno de España, a través de los ministerios de Interior, Justicia y Asuntos Exteriores, una petición para que deje de vulnerarse el derecho a la vida y a la integridad física que recoge la Constitución Española. Denuncian que tampoco se estén respetando los artículos 195 y 196 del Código Penal, que califican como delito la omisión del deber de socorro. Exigen que se asegure la asistencia debida a todas aquellas personas que corran peligro en las zonas marítimas que se encuentren a menos de 200 millas de nuestras costas.

porCausa nació para luchar contra “las mentiras” relacionadas con las migraciones, la desigualdad y la pobreza, y se han propuesto hacerlo a través de la investigación y de un periodismo que las desmonte. Declaran no ser neutrales porque su objetivo es alejarse de esa falaz objetividad periodística que contemporiza con el poder y comulga con las ruedas de molino de un sistema injusto. Para que la ciudadanía, a la que se quiere preocupada y confusa por las llegadas masivas de migrantes, y es receptora de manipulares mensajes al respecto, comprenda su petición al Gobierno, porCausa recuerda que en nuestro país es ilegal que un particular defienda un espacio físico de su propiedad atentando contra la vida o la integridad física de otra persona. “Esto que vale para nuestras casas”, señalan, “no vale para nuestra fronteras”.

Si apelar al sentimiento humanitario no ha sido suficiente para evitar el daño en las vallas de Ceuta y Melilla (más áun, es machaconamente tachado de “buenismo”), queda apelar a la legalidad. “Con esta petición”, explican, “pretendemos informar a los españoles de que su país está incumpliendo las obligaciones legales que tendría si fuera un ciudadano o si se le atribuyera responsabilidad penal, y exigir al Gobierno que cumpla con las leyes de nuestro país. Que no se pueda llevar a juicio al Estado español no le exime de cumplir con las leyes que rigen dentro del mismo. Y es responsabilidad del Gobierno de España velar por que dichas leyes se cumplan en cualquier espacio y circunstancia”.

A causa de la Guerra Civil, entre 1939 y 1942 México acogió alrededor de 25.000 refugiados españoles. Obreros, campesinas, maestras, poetas, intelectuales, empresarios, científicas, militares. Abuelos y abuelas nuestros. Refugiados y refugiadas. México les abrió los brazos, las casas, las fábricas, las instituciones, las universidades. Es en justo reconocimiento que Ahora Madrid lo considere “un pueblo hermano y ejemplar en la solidaridad y en la cooperación internacional” y proponga que la ciudad de Madrid se oponga con firmeza a la xenofobia y el racismo que el muro de Trump representa. La misma xenofobia, el mismo racismo que representan las concertinas de Melilla.

En situaciones extremas, como lo es la de las personas migrantes, solo hay dos opciones: remangar la conciencia o cerrar el corazón. La primera conlleva la búsqueda de alternativas y soluciones, es decir, responsabilidad y generosidad social y responsabilidad y voluntad política, tan escasa. La segunda conlleva lo que lamentablemente conocemos, dolor y muerte, y no reduce en absoluto el afán migratorio: de no haber tenido facilidades para entrar en México, ¿se habrían quedado en España los abuelos, las abuelas republicanas, en manos de sus represores, al albur de su violencia? La Historia demuestra que no, que las personas huyen y luchan por su supervivencia y por la de sus familias. Y que huyen no solo de las guerras, de la violencia política, sino de la pobreza y la falta de oportunidades, que es violencia económica y social: política también.

Que no nos engañen con sus mentiras. La sociedad española sabe eso y es sensible a los problemas de los migrantes. La encuesta que Metroscopia hizo para porCausa arrojó unos datos que no dejan lugar a dudas: el 84,8% ve a los migrantes de manera positiva; el 49,6% piensa que un mayor control de fronteras sirve de poco o de nada; un 61,3% piensa que lo que hay que hacer es abrir vías legales. Lo demuestra la multitudinaria manifestación en Barcelona a favor de los refugiados. Lo demuestra también la numerosa carrera solidaria #CorrePorSiria en Madrid, aunque (quizá porque había que correr) no pueda compararse con las casi 500.000 personas convocadas en Catalunya por la plataforma 'Casa nostra, casa vostra' (vaya con los separatistas...).

Parece que la sociedad española es mejor de lo que nos quieren hacer ver la derecha y sus egoístas secuaces, así que no debemos dejar que nos intoxiquen con declaraciones ultra como las de Aguirre. No debemos dejar que nos engañen con su malismo. Porque muros y concertinas hacen mal de verdad, son contrarios a los derechos humanos. Y no son un invento de Trump, aunque estimulen tanto su maldad.

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