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Lo publicamos, pero que parezca un leak

The Onion: los archivos de Trump

Marta Peirano

El otoño que Wikileaks liberó los 391. 832 documentos clasificados de la guerra de Iraq marca un antes y un después en la historia del periodismo. No solo por su aterrador contenido. Por primera vez, una fuente no legítima difunde de manera masiva una información que se presenta como la verdad pura, un material en crudo que no ha sido adulterado por las sospechosas estructuras de una gran empresa mediática. A pesar de su origen incierto, la noticia no pasa desapercibida.

Muy al contrario. En plena crisis de valores de la profesión, Wikileaks nos recordó que el deber de los medios no era hacer política sino informar. Y que si no cumplían con sus responsabilidades, alguien lo haría por ellos. En el proceso, establece varios estándares sobre las fuentes, las cabeceras y la documentación que cambian a la prensa.

Primero, ya no hace falta ser una firma de un periódico “noble” ni encontrarse con un insider de madrugada en la oscuridad de un garaje para conseguir una gran exclusiva. Una oscura organización sin lazos en Washington podía recibir la clase de material por la que mataría cualquier medio, solo poniendo los medios apropiados para facilitar la filtración y proteger a la fuente. Segundo, la fuente ya no tenía por qué ser un alto rango dentro de su organización.

De repente, cualquier trabajador del vasto complejo administrativo y militar de los EEUU podía convertirse en garganta profunda, enviando material clasificado de manera completamente anónima a un recipiente que no era el New York Times. Era como el Club de la lucha, había ojos y oídos en todas partes. El valor de la información, antes legitimado por el rango de fuente y el prestigio del periodista quedaba así desplazado por el valor intrínseco del material, cuya autenticidad hablaba por sí misma. El documento clasificado con marcas explicativas de bolígrafo rojo deja de ser patrimonio de fervientes conspiranoicos para convertirse en el protagonista del periodismo de investigación.

En la era post-Wikileaks, el documento manda. Pero debe ser puro, no adulterado. Por eso Assange ha defendido siempre la necesidad de publicar el material original completo, en su totalidad, sin retocar ni redactar nada. Esta política ha sido su principal fuente de conflicto con los grandes medios de comunicación con los que ha colaborado y con sus aliados naturales, un romance que se acabó con la publicación a pelo de 251,000 cables diplomáticos que, según sus detractores, pusieron a fuentes, espías y aliados estadounidenses en peligro. Pero los mismos medios que le criticaban habían hecho su agosto con el Cablegate. Dos años más tarde, cuando Edward Snowden empieza a liberar activos en el Guardian y en el Washington Post, los logos, cabeceras y lugares comunes del material clasificado por la Inteligencia norteamericana quedan grabados a fuego en las retinas de todo el planeta. Esto es una exclusiva y lo demás es lo demás.

Así se explica algo tan insólito como que El Periódico de Catalunya produjera y publicara un documento falso cuando, al parecer, la noticia que tenía estaba comprobada y respaldada por uno de verdad.

La fuente se comió mis deberes

Atenta contra el sentido común y todas las normas del periodismo, viejo y actual. ¿Qué medio falsea a sabiendas una información verificada, arriesgando su prestigio? Por qué se arriesga a que le pillen en falso, desvirtuando un contenido legítimo, pudiendo citar como se ha venido haciendo durante años? Pero lo hacen, y dos horas más tarde Wikileaks advierte de que el documento no puede ser de la CIA por razones que también se explican solas.

El documento tiene corchetes que no existen en el teclado norteamericano. Además, parece estar está escrito en un inglés macarrónico y las nomenclauras no coinciden con las de la Agencia de Inteligencia estadounidense: ISIS es lugar de ISIL, Irak en lugar de Iraq, nota en vez de note, etc.

Como señaló el abogado Gonzalo Boye, que participa en la defensa de Edward Snowden, la CIA lleva años cometiendo errores pero las erratas y faltas de ortografía habrían sido una novedad. Poco después, el director de El Periódico sale en la radio admitiendo que se trata de una transcripción de otro documento. Pero ¿por qué pretendieron hacerlo pasar por el original?

La explicación de Enric Hernandez es que la fuente que filtró el documento pidió que se eliminaran determinados datos y se modificara la tipografía para ocultar su identidad. Para respaldarlo, publica el documento original, enviado el 21 de agosto por petición de CITCO. Pero esto no explica por qué no se conformaron con citarlo, en lugar de jugársela a una carta trucada y perder su credibilidad. Incluso después de que los Mossos admitan que recibieron un aviso, hay quien duda que el segundo documento sea legítimo. Ahora todos los documentos están bajo sospecha.

“Necesitábamos un hit”

Mucho más satisfactoria es la explicación de The Onion: necesitábamos un hit. Se lo decía el director de la cabecera satírica Cole Bolton al New Yorker el pasado mes de mayo, después de publicar un archivo con 700 documentos, llamados Los Papeles de Trump. “Lo de soltar grandes paquetes de documentos es la fórmula de moda para lanzar exclusivas en todo el mundo, ya sea Wikileaks o los Papeles de Panamá. La filtración parecía la mejor manera de llegara Trump y a su círculo”.

Como es natural, los documentos que “filtra” The Onion también imitan los rasgos característicos de un documento clasificado por las agencias de inteligencia, pero con su toque personal.

El pasado julio, la presentadora televisiva Rachel Maddow dedicó 21 minutos de su programa en MSNBC’s Rachel Maddow a hablar de un documento exclusivo que había recibido, presuntamente de la NSA. Pero cuidado: se trataba de una filtración falsa, diseñada para proteger al presidente de las acusaciones sobre su relación con el Kremlin. La presentadora explicó que el falsificador había copiado un documento legítimo, publicado un mes antes por The Intercept, con detalles sobre la campaña del gobierno ruso para intervenir en las elecciones presidenciales de EEUU.

La legitimidad del documento de The Intercept quedó fuera de toda sospecha cuando condujo al arresto de la filtradora, Reality Winner. No así la del falso leak al que aludía Maddow, a la que llegaron a acusar de habérselo inventado para generar audiencia con una exclusiva falsa. Dos meses antes, la misma presentadora había acusado al propio Donald Trump de filtrar su propia declaración de hacienda de 2005. “Es la única persona que podría haberlo filtrado sin miedo a represalias -dijo en su programa. - Ahora tratan de amenazarnos por haberla publicado, lo que es una basura como un piano”.

El nuevo periodismo ha generado dos nuevos perfiles imprescindibles en las grandes cabeceras: hacker y auditor de documentos clasificados. Los periódicos y las agencias de inteligencia se parecen cada vez más.

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