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Seguir o no seguir piando

Fotografía de archivo que muestra al magnate Elon Musk. EFE/EPA/ALEXANDER BECHER

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Trato de alertar sobre cuáles eran los valores y las expectativas antes de que el capitalismo de la vigilancia empezara su campaña de entumecimiento psíquico

Shoshana Zuboff Socióloga, profesora de Harvard y escritora

“Esto no lo vayas a piar por ahí”, nos decían a los niños en el momento en que eran conscientes de que habíamos oído una conversación sensible que nuestra cándida inocencia podía llevar a oídos no deseados. Más o menos eso me dijeron, con otras palabras, la vez que estuve en la sede española de Twitter. No tenía ni idea de que fuéramos casi vecinos. Lo cierto es que está tan bien disimulada que es difícil alcanzarla sin invitación previa. No creo que sea preciso explicar por qué. Conmigo no lo hicieron y lo entendí a la primera. 

He pensado en esa sede tan de empresa tecnológica, con sus billares y sus simpáticas gentes trabajando en sillones de bolas o en cualquier rincón donde estuvieran a gusto. Lo he hecho al leer que el histriónico Elon Musk, que en principio cerrará su acuerdo para la compra de la red social el próximo jueves, va diciendo por ahí que va a deshacerse del 75% de la plantilla. Lo de por ahí es un decir, lo ha publicado The Washington Post. Me pregunto qué futuro adquisidor de una compañía suele decidir que es buena idea, primero, hundirla en bolsa -cuando ya ha hecho una oferta que tendrá que cumplir- o causar el pánico en su interior. En esa coqueta sede madrileña habrán recibido también la circular de la dirección actual pidiendo que no hagan caso a rumores. Ya. Musk tiene planes también para implementar un 'stack ranking' en que los jefes tengan que clasificar de mejor a peor a los que queden. Entiendan que piense en ellos, son gentes simpáticas, ya les digo.

La cuestión es que si un personaje como Elon Musk, al que solo admiran ciegamente los adoradores del becerro de silicio, adquiere con apoyo del emir de Qatar y de fondos saudíes la red del pajarito supongo que, siguiendo las lógicas que afloran en otros campos, habrá que plantearse si seguimos siendo parte de su producto o si emigramos a piar a otro sitios o a ninguno. Avanzo que llevo en Twitter doce años y soy consciente de la degeneración y el deterioro de lo que comenzó siendo una curiosidad que a los periodistas nos parecía prometedora y que ahora no es sino un inmenso cenagal. ¿Qué hacemos? ¿Continuamos dándole cancha a las veleidades del amigo de Trump, que coquetea abiertamente con el apéndice de Putin, Medvedev, y que tuitea cosas como que “La extrema izquierda odia a todo el mundo ¡a ellos mismos incluidos!”?

Los federales están intentando que el Gobierno de Biden se oponga a la adquisición por motivos de seguridad nacional. Esto y su compadreo con Putin podrá gustar a algunos, pero dudo que a esos mismos les agrade que esté convencido de reabrir de nuevo la cuenta de Trump para que este pueda preparar su campaña presidencial. ¿Qué exige la coherencia y de quién? Hay demasiadas cosas que hemos dado por sentadas. Hemos asumido de forma acrítica que las redes sociales son buenas para la democracia. Pensamos que estar fuera de ellas es, prácticamente, no existir; cuando son una burbuja que no refleja sociológicamente la realidad. ¿Por qué esa atracción de los políticos, las instituciones, los medios de comunicación por ella? La respuesta no puede ser inocente.

Leo en la propia red críticas que señalan a los periodistas por sentarse al lado de uno o de otro, por acudir a hacer su trabajo a un medio o a otro, incluso por hacer lo que les es propio, o sea, cobrar un sueldo de un medio de comunicación y no de un fondo de reptiles o de una fábrica de buñuelos. No estoy de acuerdo con el planteamiento, se lo he dicho otras veces, pero, los que lo están, si quieren ser coherentes, ¿qué van a hacer ahora con sus cuentas de Twitter? ¿Un brazalete nos exime de culpa para jugar en Qatar y un avatar de colores nos alivia de la participación de este emirato y de Arabia Saudí, que ha incrementado su porcentaje para apoyar a Musk, en la red que usamos? Vale para todas. Es como olvidar que TikTok es china y solo pretende recabar datos

Twitter es un negocio que no gana dinero y por el que se van a pagar 44.000 millones de dólares. ¿Cómo se come eso? Obviamente porque no es de capital tradicional de lo que va la vaina. No queda más remedio que acudir a la explicación que Shoshana Zuboff hace en La era del capitalismo de la vigilancia. “El capitalismo de la vigilancia debe ser entendido como una fuerza social profundamente antidemocrática” porque, como decía Paine, “nadie debería fiarse de un montón de hombres que no se consideran responsables ante nadie”. En ese grupo, junto a otros que ustedes conocen, está desde luego Elon Musk.

Así que cuando esto se consume el jueves, al menos habrá que pensar sobre lo que hacemos a partir de entonces. No estoy diciendo que los actuales accionistas fueran adalides de nuestros intereses, pero, al menos, eran variados y con diversas opiniones y fuerza. Un propietario personalista con intereses políticos y una red privilegiada para la comunicación política que se pretende libre no se si acabarán constituyendo un oxímoron. ¿Deben las instituciones democráticas y los partidos y los políticos plegarse a los oscuros designios de una única persona vehiculados a través de un algoritmo que nunca conoceremos pero que responderá a su voluntad? Zuboff también es preclara cuando afirma que “no puede haber ley que nos proteja de lo que no tiene precedentes y las sociedades democráticas son vulnerables a un poder precisamente sin precedentes como ese”. El de Twitter, en concreto, pasará a estar en manos de un césar único.

No esperen de mí una respuesta única. Cada uno deberá elaborar la suya totalmente personal. Yo también, obviamente, pero yo pío profesionalmente por otros medios y eso me da quizá otra perspectiva. Lo que es un error es no pensarlo siquiera. El crucial papel de la opinión pública informada y consciente en las democracias no es en ninguna medida baladí. Ha sido siempre la que nos ha salvado de que hasta las eras más destructivas puedan durar eternamente. Llámenme agorera, pero no confío para ello en Elon Musk. Dime de qué presumes -“compro para asegurar la verdadera libertad de expresión en Twitter”- y te diré de qué careces. De cajón.

 

 

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