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Si cierra nuestro bar

El bar Julifer tras su cierre.
8 de agosto de 2023 22:55 h

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En agosto desconectamos. Menos mal. Lo noto mucho cuando miro de reojo lo que se dice en las tertulias o investigo en las secciones de Opinión: es verdad que no ha pasado aún mucho tiempo desde el día de las elecciones, cierto, pero en el intersticio que queda hasta que se constituyan las Cortes Generales pueden reposar incluso los aficionados al café para muy cafeteros. Al resto o bien ya les daba igual y ansiaban vacaciones, o bien ni siquiera tienen derecho a ellas, lo cual tampoco quiere decir que la actualidad les importe demasiado; puede parecerles irrelevante y consecuente que el telediario, por rellenar, emita las mismas noticias estivales de todos los años o los reportajes sobre la nebulosa nosécuántos. Yo he desconectado sustituyendo la actualidad política por la lectura de novelas, una tras otra, y es un alivio. Confieso que los embrollos y enredos amorosos de personajes ideados por escritoras irlandesas de finales del siglo XX son mucho más agradecidos que el trajín de relleno de la política en agosto y sus declaraciones parlamentarias.

Sufrí un revés, eso sí: fue cuando, en medio de uno de esos maratones de lectura, recibí por parte de un amigo el peor de los recordatorios. No era nada que no supiera ya, pero no pude evitar que me arrollara una ola melancólica: iba a cerrar un bar, mi bar, el bar al que acudía religiosamente con mis amigas. El local había aguantado hasta las fiestas de San Cayetano, patrón del pan y del trabajo y apreciado santo castizo por excelencia, y con su clausura chapaba, bajaba por última vez la persiana. La fecha concreta de cierre estuvo siempre sujeta a cierta indeterminación: sabíamos que era agosto, sí, pero no cuándo. Su último día y su última noche me pillaron lejos. Y derramé unas cuantas lagrimitas cuando supe que no viviría allí más botellines ni más copas, que todo aquello se había acabado, que el bar ahora se extendería como un pasado infinito y nunca más ni al futuro ni al presente.

Supe que el Juli merecía todos los homenajes. Y el Juli, en sus últimos días, no se llamaba el Juli, ya no, porque hace mucho tiempo que dejó de ser el Julifer-Cafetería Restaurante Bautizos Comuniones —y sus dueños dejaron de ser Julio y Fernando, a los que yo nunca conocí—; el dueño que lo hizo casa para nosotras, el Jose, intentaba sin mucho éxito que mis amigas y yo lo llamásemos el Chulo, la identidad que había adquirido en su último bautismo, pero cuando consultaba a otras amigas que habían pasado por allí en cualquier momento de sus vidas, el Chulo, que para nosotras siempre sería el Julifer, era el Costumbres o incluso el Problemas. Había quien me reprochó, alguna vez, que yo me emperrara en ir a los mismos bares de la misma calle, como si fuera un defecto la tendencia a la repetición, y yo pensaba en lo que escribe Marta D. Riezu en Agua y Jabón: «admiro a los inmovilistas que saben que en nuestra misma calle están representados todos los vicios y virtudes humanos». 

Todas las beatitudes y pecados estaban en el Julifer, que a partir de ahora será distinto o será otro sitio: llegaba con veinte personas y se nos abría un hogar, jugábamos al billar, nos apelotonábamos hasta encontrarnos incómodos o en pasillos imposibles mientras yo le pedía al dueño —al Jose— un vermut blanco o él, al verme bajar la calle cualquier noche para volver a casa, me invitaba a pasar y obsequiaba con una copa (si yo no las rechazaba alegando trabajar al día siguiente, ¡y ahora me dan tanta lástima las copas rechazadas!).

Los llantos y acontecimientos serán en otro sitio. La vida seguirá en otros bares. Pero pasaré por delante y me acordaré del Jose y de su querida Casandra, que ponía folk-asturianu en los altavoces, ayudaba en la barra o se sentaba a tejer dibujos bordados de todo cuanto sucedía y todos cuantos pasábamos por el bar. Pensaré en las noches que empezaban allí, seguían en algún club cercano y retornaban cuando el Jose abría otra vez sus puertas, acompañando a los últimos parroquianos en pie. Si cierra nuestro bar, como cierra ahora, pensaré en cómo en él se ha juntado y revuelto toda la gente a la que quiero, en las anécdotas inverosímiles contadas desde y en las escaleras de la iglesia de enfrente, en las novedades que en los últimos meses iba trayendo el Jose. Como si quisiera darnos una última fiesta, antes de las verbenas que perdí, decoró la estancia con una bola disco. Si cierra nuestro bar, esperemos que otro abra pronto, para que no nos quedemos demasiado huérfanas.

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