¿Qué vamos a hacer?
Convivo con varios pensionistas que viven muy bien. Gozan de buena salud, tienen la pensión máxima y dedican su tiempo a seguir descubriendo el mundo más allá de la obsesión por las dolencias médicas o el abuelismo esclavo de los que ellos mismos se quejan que abunda en su “sector”. Son muy afortunados. Y tal vez sean una especie en extinción, como el atún rojo o las vacaciones pagadas. He disfrutado mucho pasando tiempo este verano en su compañía. Supongo que ser madre te saca de la zona de confort de tener zona de confort. Te convierte en puro cuerpo y te acerca a las personas más vulnerables: viejas, niños, criaturas diversas en general. Uno de esos pensionistas, Luis, es también un queridísimo amigo. Es el padre de una de mis mejores amigas y abuelo putativo de nuestro hijo (nunca se tienen suficientes abuelas y abuelos). Nos invitó a pasar unos días a mi familia y a la de mi amiga en un sitio idílico. Pensionistas invitando a pasar unos días de vacaciones a un grupito de cuarentañeros y un bebé. Gran metáfora de los tiempos de esa España que madruga todos los meses menos, con suerte, en agosto.
En la serie británica y distópica (¿realista?) de la BBC, Years and Years, en concreto, en el último capítulo, hay dos monólogos brutales, de esos que se te hacen un nudo y no te dejan dormir bien. Y ambos son caras de la misma moneda. El primero es el de Vivianne Rook, una suerte de Esperanza Aguirre presidenta post Brexit, donde justifica la institucionalización de las atrocidades que actualmente los estados solo perpetran mediante el laisser faire. Y si de paso se puede hacer negocio con ellas, el liberalismo justifica sus fines. “Equilibrar el sistema”, lo llama ella. Unos sobran, otros son necesarios. El estado, mientras, hace caja.
En el mismo capítulo, en una cena navideña, la bisabuela y matriarca (representante de la generación de los nacidos en los 60 del siglo XX) de la familia protagonista, habiéndoles tocado de cerca la cuestión de la migración, arenga a sus hijos, nietos y bisnietos con un “la culpa es vuestra”. Les hace responsables del colapso económico, climático y social generalizado, así, sin miramientos. La culpa es vuestra por haberos dejado seducir por las chucherías que os regalaba un mundo injusto, por haber vendido vuestra atención y vuestra intimidad a un sistema de vigilancia encapsulado primero en inocentes teléfonos móviles hasta devenir en algo aberrante. Les acusa de haber, esta vez ellos, “dejado hacer”.
Durante nuestras vacaciones, Luis, nuestro canoso amigo (mejor melena del heterogéneo grupo) y sindicalista jubilado, nos interpeló de un modo parecido a la hora del desayuno, mientras comentábamos lo oscuro del panorama por venir: “¿Y vuestra generación, qué vais a hacer?”. Las tostadas se nos atragantaron. Para despejar el tiro, unas risas malévolas del sector joven a costa de la proeza de la Transición. Y como buena juventud desclasada dada a las pataletas, nos salió replicar con otra pregunta: “Y la vuestra: ¿qué mundo nos ha dejado?”. Vendisteis nuestro mercado de trabajo, dejasteis que la burbuja de la vivienda se inflara hasta devenir en un Godzilla que nos aplasta, regalasteis nuestro futuro a los bancos… Luis esgrimía una sonrisa sardónica. De fondo, el monólogo de su homóloga en la serie seguía con su runrún: “Es todo por vuestra culpa. Los bancos, el gobierno, la recesión, América, Vivianne Rook, todas y cada una de las cosas que están mal es por vuestra culpa”. Se hace un silencio. Y es que a base de lanzar y despejar reproches la conversación, como la Historia, tampoco avanza. Alguien decide recoger los platos, el desayuno concluye y las vacaciones continúan su ritmo.
Porque la pregunta (y sé que lo bonito e interesante es que esta columna contuviera alguna respuesta, pero no me pidáis más para un final de agosto) sigue vigente, sobre la mesa, la de los Lyons, la familia protagonista de la serie británica y sobre la nuestra, ya sin manjares de vacaciones y enfrentadas a varias Vivianne Rook territoriales, patrias y europeas. Porque es más que probable que dentro de treinta años ninguno de los invitados de estas vacaciones intergeneracionales, los hoy jóvenes y mañana viejos, tenga las condiciones materiales suficientes para invitar a nuestro querido hijo, el más pequeño del clan, a unos días de vacaciones. Tal vez hablaremos de las pensiones, incluso de las mínimas, en pasado, rememorándolas como anacronismo, como elementos de un pasado bucólico, y tal vez recordemos también lo acertada que fue aquella ficción británica de 2019. ¿Os acordáis? Fue justo antes del Brexit.