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Veremos ministros de Vox en un Gobierno del PP

Ayuso junto a Rajoy y Abascal en el acto de toma de posesión de Mañueco, el 19 de abril de 2022

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Ojalá me equivoque. En unos años, no muchos, veremos ministros de Vox en un Gobierno del PP. En España algunos llevan años abonando la llegada de la extrema derecha a La Moncloa. Muchos votantes –sobre todo nuevos votantes– ya están seducidos por Vox. ¿Por qué? Podría responder: “por ignorancia”. Pero no es tan sencillo.

Para empezar, muchos nuevos votantes han pasado de la adolescencia a la mayoría de edad con este Gobierno progresista en ejercicio. Con el feminismo llenando las calles, con la iguladad y los derechos LGTBI defendidos y reivindicados desde las instituciones. A lo mejor por eso muchos nuevos votantes creen que eso es 'lo establecido'. Por eso mismo, quizá, Vox les parece la 'rebeldía'. Muchos indignados, sin saberlo, son ahora de extrema derecha.

No saben que en realidad Vox –lo que representa Vox– ha gobernado este país durante siglos. Ignoran que ese partido de extrema derecha, y su valedor, el PP, son el auténtico poder establecido, aun cuando no gobiernan. Ignoran lo frágiles que son las democracias. Lo mucho que ha costado lo conseguido. Lo fácil que es involucionar. Pero esta no es la única causa por la que, ojalá me equivoque, Vox llegará a La Moncloa.

La opinión pública se forma siguiendo la opinión publicada. Y la opinión publicada, en casos muy notorios, está en los últimos años y cada vez en mayor medida al servicio de ciertas ideas fijas y simples: 'nosotros/ellos', 'buenos/malos', 'España/Antiespaña'... Además, la realidad es compleja y la complejidad no es popular: no 'genera audiencia'.

Decíamos que el terreno para que el fascismo vuelva a florecer en España lleva años abonándose, antes de que existiera Vox. Al franquismo sociológico heredado se han sumado décadas de telebasura mayoritaria. De un vaciamiento sistemático de la conciencia crítica. De una pérdida creciente de la capacidad de concentración. De una merma evidente de la comprensión lectora. De una galopante pereza en la asimilación de ideas nuevas y de una total apatía en el necesario ejercicio de la empatía. Ponerse en la piel de los demás, intentar comprenderlos y apreciarlos, cansa mucho más que temerlos u odiarlos.

El PP, cierta opinión publicada –y cierta telebasura informativa– han normalizado este neofascismo con piel de cordero. Y aunque Vox fracase estrepitosamente gobernando, cuando le toque, esos errores nunca tendrán la resonancia de los que cometen las izquierdas, que no son pocos. Como ocurrió con Trump, como ocurre con Putin y Orbán, para los votantes conservadores y ultras la percepción siempre será que un gobierno de derechas nunca se equivoca: hace lo que debe y los casos de corrupción o son inventados o son excusables o los del rival siempre son peores.

Con gobiernos reaccionarios todo parece 'en calma'. Es una falsa percepción, claro. Simplemente en esos periodos mandan los que tienen que mandar y sus medios afines se tranquilizan. Todo parece entonces calmado porque el periodismo que intenta describir la realidad con honestidad no ejerce la manipulación ni eleva el volumen –como hacen otros– hasta una crispación intolerable.

Nuestra democracia, siempre mejorable, es como una barca con un pequeño orificio que algunos se esfuerzan por hacer cada vez más grande. Por ese agujero se cuelan las aguas de la involución, del fanatismo, de la intolerancia... El periodismo honesto, la autocrítica, el humor y el ejercicio de la ciudadanía son las únicas maneras en las que la sociedad puede achicar esas aguas que nunca dejarán de entrar. Muchos nuevos votantes tienen que aprender, simplemente, que no podemos dejar de achicar agua. Muchos viejos votantes, simplemente, tienen que recordarlo.

Las ideas fijas y simples –al ser comprensibles sin sacrificio y defendibles sin esfuerzo– son muy atractivas para personas con poca autoexigencia

Gracias al PP, y al concurso consciente de ciertos medios (e inconsciente de otros), Vox ya ha llegado a un Gobierno autonómico. El agujero en la barca de la democracia es ahora mayor que hace solo unos meses. Los de Abascal han decidido dar el paso ahora para que la gente comience a interiorizar este mensaje: “Que gobierne Vox no es el fin del mundo”. Han elegido en Castilla y León carteras en las que es difícil desgastarse. Su objetivo es continuar con la normalización y el blanqueamiento del fascismo. De todas formas, su público no les pedirá cuentas.

Me temo, además, que el PP no podrá ya evitar a Vox. Contra lo que se suele decir, Ayuso no ha frenado a la extrema derecha, sino que ha interiorizado su discurso. Las ideas de Vox ya gobiernan en Madrid. Por eso allí 'no hace falta' votar a los de Abascal. Esas ideas fijas y simples ya las encarna Ayuso. Veremos qué ocurre el 19 de junio en Andalucía.

Para entender el peligro de Vox hace falta tener un mínimo de cultura democrática (algo de lo que en España nunca hemos ido sobrados, especialmente en la derecha). Por eso aquí, a diferencia de Francia o Alemania, no existe un cordón sanitario contra el fascismo. Acabamos de ver cómo ese cordón sanitario ha servido para frenar a Marine Le Pen en Francia. Pero la cultura democrática es, al fin y al cabo, cultura y, por lo tanto, compleja: en España tampoco 'genera audiencia'.

Promovidas desde ciertos medios y líderes políticos, las ideas fijas y simples –al ser comprensibles sin sacrificio y defendibles sin esfuerzo– son muy atractivas para personas con poca autoexigencia. Por eso han seducido a gran parte del electorado. Y son ideas peligrosas, que se comportan como la pasta dentífrica: una vez fuera del tubo, es imposible devolverlas al interior. Su simplismo, además, se confunde con verosimilitud: “Como lo entiendo, es verdad”, dicen sus adeptos.

Pero la ignorancia y la desinformación que llevará a Vox a La Moncloa (ojalá me equivoque) no solo está en muchos nuevos votantes de derechas. Ni en los viejos. Personas que votaron a la izquierda en el pasado ahora, simplemente, han dejado de informarse.

En el siglo XXI dejar de informarse equivale a desinformarse, porque la exposición a bulos y manipulación es casi inevitable: es el sol que nos calienta. Está en los grupos familiares de WhatsApp, está en la tele generalista del bar, en la radio del taxi… En medios formales e informales. En todas partes.

Para entender el peligro de Vox hace falta cultura democrática (algo de lo que en España nunca hemos ido sobrados, especialmente en la derecha). Por eso aquí, a diferencia de Francia o Alemania, no existe un cordón sanitario contra el fascismo

Por eso muchos antiguos votantes de izquierda han acabado asumiendo el discurso mayoritario: “Sánchez ha pactado con los etarras y los que quieren romper España”. Ni siquiera parece contentarles un Bildu y una ERC democráticas y apaciguadas, que contribuyan a la gobernabilidad. Quizá por puro cansancio y saturación, ni siquiera se preguntan cuál es la alternativa. Las exigencias y servidumbres cotidianas hacen que informarse requiera cada vez más esfuerzo. De nuevo, lo fácil es dejarse llevar.

Por eso quizá también se asume como natural la comparación, falsa, de que el PP pacta con Vox 'igual que el PSOE pacta con Podemos'. Como si Podemos y Vox fuesen igual de 'peligrosos' para el 'sistema'. Uno lleva años en el Gobierno y no ha recortado ni un solo derecho. El orden constitucional sigue inalterado, como no podía ser de otra manera.

Es Vox, en cambio, quien desafía abiertamente la Constitución. Quien quiere eliminar el Estado de las Autonomías. Quien ya ha conseguido recortar derechos, solo con presión externa, incluso antes de formar parte de ningún gobierno. Es el PP quien incumple desde hace años la Constitución, al bloquear la renovación del Consejo General del Poder Judicial.

Nada de esto encontrará resonancia en las sobremesas cotidianas, en la barra del bar, en la conversación casual en la parada del autobús. Nada de esto llegará a la gente. Nos desinformamos a diario agotados en el sofá ante programas de máxima audiencia. Dilapidamos nuestra ya mermada capacidad de atención en bulos llegados por tierra, mar y aire.

Incluso antiguos votantes de izquierdas, desinformados a fuerza de no informarse, se preguntan retóricamente qué ha hecho este Gobierno de coalición. No recuerdan o no conocen la subida del salario mínimo.

Ni la obligatoriedad del control de horas extras en las empresas.

Ni la ley para hacer fijos a los interinos.

Ni la bonificación en el precio de los combustibles.

Ni los permisos por nacimiento iguales y pagados al 100%.

Ni la reforma laboral que logra más contratos indefinidos.

Ni la ley de eutanasia.

Ni la ley de cadena alimentaria, que protege a los agricultores y ganaderos.

Ni los planes de igualdad obligatorios en las empresas.

Ni la ley que obliga a que la atención telefónica al cliente la hagan personas y no grabaciones.

Ni la 'ley rider', que acaba con los falsos autónomos.

Ni los 140.000 millones de fondos europeos para la recuperación.

Ni la salida de Franco del Valle de los Caídos.

Ni tantas otras leyes aprobadas, además, en mitad de una pandemia y de una guerra.

Da igual. Muchos viejos votantes de izquierdas no se sienten motivados. No digamos ya los jóvenes, muchos de ellos tentados de votar a los nuevos rebeldes. En Vox ya se frotan las manos.

Ojalá me equivoque.

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