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Opinión - 'El voto de las mujeres desencantadas', por Raquel Marcos

El voto de las mujeres desencantadas

Paco Salazar, a su llegada a un Comité Federal del PSOE celebrado en septiembre de 2024.

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Antes de ganar las elecciones, Donald Trump pronunció una frase que resume la situación de las mujeres bajo el populismo: “Voy a proteger a las mujeres, les guste o no les guste”. Los ataques a un supuesto feminismo oficial y a lo que Vox denomina chiringuitos morados, las advertencias sobre los peligros del liderazgo femenino para la competitividad de las empresas, los discursos sobre leyes feministas que discriminan a los hombres o el sabotaje al ejercicio práctico de derechos como el aborto perjudican aún más la vida de las mujeres, también de las occidentales, no hablemos ya de las que viven bajo gobiernos autoritarios o en zonas de conflicto. El progreso de la mitad de la población encuentra todo tipo de resistencias, algunas de ellas nuevas o revitalizadas por el auge de las ultraderechas.

A este ataque se une el desencanto que sienten las mujeres con los partidos de izquierda que tradicionalmente han luchado por sus derechos, y que conservan o recuperan hiperliderazgos masculinos y testosterónicos, patrones machistas en sus organizaciones y todo tipo de trabas en el camino de las mujeres hacia los puestos de poder. Las últimas encuestas realizadas en España concluyen que el electorado femenino es el más desmovilizado, con un creciente porcentaje de indecisas y abstencionistas. También se observa una fuga de mujeres jóvenes a partidos como Vox, aún menor que la de los hombres. La responsable de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt explicó hace meses el voto femenino a Trump con un discurso tramposo que apela a la mujer cansada de la realidad: “Las mujeres merecen un presidente que asegure las fronteras de nuestra nación, elimine a los criminales violentos de nuestros vecindarios y construya una economía que ayude a nuestras familias a prosperar”. Promesas de prosperidad, seguridad y protección a cambio de renunciar a ser libres y tener poder, y agitar el espantajo del inmigrante que se ceba con el sexo débil. Parece que la mujer solo puede optar por dar su apoyo partidos aliados que han defraudado su confianza o a organizaciones que las tratan como menores de edad necesitadas de amparo y guía.

Una de las primeras órdenes ejecutivas que firmó Trump se titulaba “Defender a las mujeres del extremismo de la ideología de género” y ahonda en el relato de que el feminismo ha dañado a los hombres pero también a las mujeres. Está idea está resultando exitosa entre algunas mujeres defraudadas con los partidos tradicionales que les han acompañado en algunos avances y les han traicionado en otras muchas ocasiones. El último ejemplo es el caso Salazar del PSOE, que resulta más dañino para el partido en el gobierno que el fallo condenatorio para el fiscal general del Estado. Ya no valen las promesas ni las buenas palabras. Ellas, nosotras, nos encontramos entre la espada y la pared, y algunas han optado por desengancharse de las urnas y otras por votar a los que quieren recortar sus libertades. Hay que recordar que la derecha quiere desmantelar los sistemas públicos de salud, educación, seguridad y bienestar y con eso apunta directamente a las mismas mujeres a las que dicen querer proteger.

Si urgen discursos de izquierda que defiendan lo público y el bien común con entusiasmo, urge aún más que el feminismo sea un pilar fundamental y real de esos discursos. El feminismo sigue siento la gran revolución pendiente. Las mujeres debemos tomar las riendas del discurso público y exigir ocupar puestos de poder y decisión, diseñar las políticas que nos afectan. Ellas han sostenido los avances civilizatorios, ensanchado la democracia y construido los muros contra el fascismo. Nuestra indignación y frustración es el mayor problema de los partidos de izquierda. ¿Están todavía a tiempo de no perder el voto de esas mujeres desencantadas? 

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