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Regeneracionismo, venas abiertas… y arterias colapsadas

Viandantes en Madrid

Francisco Molina

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En los albores de la democracia, llamada democracia ateniense, allá por el siglo VI a.C. y durante todo el recorrido histórico hasta nuestros días: la ceguera ha sido gozada de todo un abanico de significados. Concretamente, en la época de los Aquiles y los Sócrates, la ceguera era vista como un castigo divino. En nuestros días, la ceguera es como el mineral brillante y las maravillas de Potosí: “Como puercos hambrientos ansían el oro”. Así citaba Eduardo Galeano en ‘Las venas abiertas de América Latina’ acerca de la actitud de los conquistadores Españoles cegados por las riquezas americanas.

Usada como un arma de doble filo, la ceguera es la hostil apuesta y respuesta contra la autocrítica que, como un “velo” nebuloso, cubre los hechos que los vencedores superponen entre tristes hazañas y épicas falacias. Aquí es donde las grandes voces mediáticas toman protagonismo removiendo los sentimientos y emociones del pueblo a través de los símbolos nacionales y epopeyas pasadas (más que discutibles) haciendo exclusivamente suyos estas identidades, polarizando la sociedad y excluyendo a la otra parte: los perdedores, los vencidos.

El saqueo desde el falso descubrimiento de América Latina hasta hoy en día, está íntimamente ligado a nosotros y es y fue una realidad. La España de entonces, endeudada a grandes riquezas extranjeras por la Reconquista, no vio una sola pepita de oro o plata. Por España, claro está, nos referimos a la que importa: al pueblo, al ciudadano y ciudadana de a pie. Lo curioso e irónico de todo esto es que, a día de hoy, encontramos ciertas analogías, sobre todo económicas, con el entonces de hace 500 años. Es triste escuchar de boca de gente joven y corriente frases que la misma “cruz grabada en la empuñadura de la espada” recitaría si aún pudiera. Comentarios en un ambiente distendido y multicultural sobre la historia de tal índole como “por suerte yo no tengo sangre latina” y otras perlas fruto del desconocimiento de su propia historia, gracias a la ceguera del patriotismo de bandera y el interés común de los cuatro “amiguetes” de turno que conforman la élite de siempre y que a ellos mismos se llaman: “los nuestros”, de nuevo polarizando aún más la sociedad. Es uno de esos momentos en los que clamas por un “trágame tierra”.

Habría que regalar ‘Las venas abiertas de América Latina’ a “todo aquel que por primera vez viaja allá”, como bien dijo un historiador y politólogo de nuestros días. Seguramente también a aquellos que no quieren o no pueden desplazarse pero especialmente a muchos actores de la escena política española de hoy en día que alardean de “aquellos maravillosos años”.

Los frentes, como las venas, están abiertos. Muchos debates y cartas han sido puestos boca arriba sobre la mesa. Las arterias del estado y sus estructuras están colapsadas por la mediocridad, la falta de empatía y solidaridad por los llamados “patriotas”. Estamos ante una oportunidad única en donde la esperanza es como la vida: “La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose” (Julio Cortázar). Porque hemos asistido a momentos de consenso históricos, de autocrítica y derrota de la ceguera. Algunos momentos como el movimiento 15M, el nacimiento de diarios independientes, la marcha feminista y la vuelta de la filosofía a la enseñanza en las aulas.

Esto es una llamada a la autocrítica y al regeneracionismo. Aún no es tarde para la igualdad y la justicia. Luchemos por hacer de la educación nuestra mejor arma. Que nuestro mejor escudo sea una gran sanidad pública y una justicia igual para todos.

No dejemos que la ceguera nos impida ver la espada de Damocles, la espada que cuelga sobre nuestras cabezas

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