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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Señores, esto es muy sencillo: o nos ponemos de acuerdo en ciertos temas y nos defendemos de la auténtica amenaza al sistema, representada actualmente por VOX, o tarde o temprano el sistema vigente se irá al garete.

¿Es tan difícil identificar los elementos comunes en una sociedad moderna, democrática y defensora de los valores del humanismo? A mi entender falta voluntad para llegar a acuerdos porque se tiene miedo a los votantes. Se piensa que el elector más politizado no verá con buenos ojos cualquier pacto con el partido contrario. Y eso no es otra cosa que desprecio por el sentido común del ciudadano.

No se trata de justificar las injusticias ni avalar ciertas prácticas corruptas que intoxican el sistema de partidos, sino de definir claramente qué hace de nosotros una sociedad a la altura del tiempo en el que vivimos y pactar la defensa de esos mínimos. Y para eso solo hace falta que ideólogos de ambos lados se junten y planteen cuáles son esas líneas que marcarían la frontera de intromisión de quienes solo pretenden romper el entramado que nos une como grupo social.

Pero, de entrada, habría que pactar unas reglas de comportamiento. El deterioro del ambiente social empieza con unas maneras indignas en las propias instituciones. No debe admitirse el desprecio personal de los contrarios, el intento de ridiculizarlos mediante ataques individualizados. El respeto y la buena educación deberían ser imprescindibles en las interpelaciones entre fuerzas políticas en las instituciones o en los medios. Demonizar al oponente como se fuera un enemigo no tiene sentido y lleva a la polarización extrema, donde los que pescan en aguas revueltas se siente a sus anchas. Los partidos deben asumir un código de conducta y aplicar las sanciones que de allí se deriven con el máximo rigor. Si no revertimos la tendencia de repulsa a la clase política que desde hace años se viene detectando en la sociedad, será imposible evitar que muchos busquen amparo en los límites del espectro político.

Las instituciones también tienen que velar por que se cumplan estos requisitos. Los Parlamentos no pueden convertirse en el plató de ciertos programas televisivos, en los que la gente se grita y se insulta para alimentar el morbo de los espectadores. Es cierto que la representación de los votantes está por encima de otras normas o derechos, pero eso no debe ser una excusa para justificar el insulto indiscriminado o la mentira. No se le puede quitar a un diputado su acta por no comportarse adecuadamente, pero sí pueden implantarse normas que eviten utilizar la institución como altavoz de ciertas actitudes. Y creo que existen formas de poner eso en práctica; solo hace falta voluntad.

Si no somos conscientes del riesgo que corremos como sociedad y ponemos soluciones que corrijan el rumbo de colisión que ahora llevamos, en el futuro nos lamentaremos de nuestra inacción. La Historia nos muestra infinidad de ejemplos. ¿Aún no hemos aprendido a leer sus páginas?

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