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Una pregunta clave
Un artículo de José Luis Gallego publicado recientemente terminaba así: “Todos estamos al cabo de la calle de la actual situación de emergencia climática: de sus causas y las consecuencias de seguir ignorándolas. Por eso no entiendo cómo puede haber gente que no las tenga en cuenta, que siga actuando como si nada de lo que nos ocurre estuviera ocurriendo”.
Efectivamente, esa es la situación, y eso nos plantea una pregunta que consideró fundamental para el devenir de la humanidad. ¿Por qué hay tanta gente que no tiene en cuenta la crisis climática y sigue actuando como si esa crisis no existiera? Como se trata de una postura que afecta a la mayoría de los seres humanos, creo que no podemos buscar la respuesta en situaciones coyunturales o motivaciones puntuales. Tendremos que movernos en el campo de la filosofía y la antropología, recurrir a rasgos profundos de la psicología humana.
Y aquí recuerdo un pensamiento del catedrático de ética López Aranguren. Afirmaba que el hombre ante lo único que no es libre es ante la propia felicidad. Podrá buscarla por los caminos más diversos, intentar alcanzarla en el instante presente o esperar a disfrutarla en una eternidad futura. Pero nunca dejará de aspirar a ella. Naturalmente el camino que elija, la idea que se haga de dónde encontrar la felicidad, influirá de una manera decisiva en su vida.
Pero ocurre que esta elección del camino está muy influida por la mentalidad dominante en la sociedad, que −como bien apuntó Gramsci− es la mentalidad de las clases dominantes. Durante siglos las clases dominantes han inculcado la resignación ante la pobreza y la aceptación de una vida de penurias y necesidades con la promesa de un premio eterno en el más allá. Con la llegada del capitalismo, la sociedad industrial y la producción en masa, las clases dirigentes lo que necesitaban es legiones de insaciables consumidores para dar salida a todo lo que sus fábricas podían producir.
Para eso era necesario fomentar la idea de que a la felicidad se llega por el consumo. El filósofo inglés Jeremy Bentham, padre del utilitarismo, ya a principios del XIX, mantiene que: “A cada porción de riqueza corresponde una porción de felicidad” y “el dinero es el instrumento con el que se mide la cantidad de dolor o de placer”. Entonces, la búsqueda del máximo de placer se reduce a la búsqueda del máximo de bienes materiales.
Las circunstancias favorecían la aceptación de este camino a la felicidad. La gran mayoría de la humanidad venía de siglos de vida austera, con necesidades malamente satisfechas. Cuando tenemos suficiente capacidad de consumo para que estas necesidades empiecen a ser cubiertas de una manera satisfactoria, es muy fácil caer en el supuesto de que −si seguimos subiendo por la vía del consumo− seguiremos subiendo por el camino de la felicidad. Aunque bastantes estudios demuestran que no es cierto, es algo que impregna la mentalidad dominante.
Así hemos llegado a la situación actual en la que el imaginario colectivo de la sociedad tiene un punto fundamental que, en palabras de Zygmunt Bauman, es: “La suposición es que la felicidad humana consiste en visitar las tiendas –todos los caminos a la felicidad nos llevan a ir de compras, es decir, a un aumento del consumo–”. En la base de este pensamiento se encuentra la convicción de que el consumo se puede aumentar hasta el infinito y que uno puede olvidarse de otros métodos sencillos, pre-industriales, para lograr la felicidad. Y tales métodos ya existían antes.
Este puede ser el punto fundamental en la respuesta a la pregunta planteada. Tomar en serio el problema de la emergencia climática nos exigiría cuestionar nuestra civilización productivista y consumista. Pero hemos ligado de tal manera nuestra felicidad al consumo que parecemos incapaces de renunciar a un estilo de vida consumista, aunque el cambio climático nos lleve a una crisis de consecuencias imprevisibles. Por lo tanto, si queremos realmente hacer frente a la emergencia climática, tendremos que buscar esos otros métodos sencillos, pre-industriales de que nos habla Bauman.
Y que sean unos métodos tradicionales no quiere decir que hayan quedado obsoletos. Siguen siendo totalmente válidos. En un libro titulado '¿En qué estamos fallando?' Jorge Rietchman dedica el último capítulo a reflexionar sobre el bienestar humano, y recalca que los estudios de la psicología moderna confirman las viejas tesis de los filósofos griegos Aristóteles y Epicuro sobre la importancia que la amistad y unas relaciones humanas cordiales y positivas tienen en la felicidad de las personas.
¿Nos ayuda la sociedad de consumo a mantener unas relaciones humanas amistosas y cordiales? Más bien todo lo contrario, en la sociedad de consumo prima la competitividad, y la competitividad evidentemente no nos lleva a unas relaciones humanas cordiales y positivas, sino al enfrentamiento constante por una riqueza forzosamente limitada.
Partiendo de estas premisas, podemos ver que el consumismo no sólo nos empuja al colapso climático, sino que tampoco es un buen camino para una auténtica felicidad. Poner de manifiesto que esos otros caminos existen y podemos transitar por ellos de una manera tranquila y placentera, me parece que es hoy una tarea fundamental.
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