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La resaca del siglo XXI: soberanía nacional mal entendida

Fernando Pérez Martínez

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Es curioso lo que sucede con los encargados de representar la voluntad popular. El pueblo no se cansa de manifestar sus preferencias mediante reiteradas consultas electorales. Los electos comprenden perfectamente lo que esto significa e inmediatamente se aplican a transformar los votos en escaños, se dan de alta en la Habilitación de Hacienda para que surta efectos económicos el acta de diputado. Se apresuran a elegir los escaños que les corresponde ocupar y sacan las correspondientes acreditaciones que les proporcionarán los viáticos o dietas que les permitirán comer, alojarse, viajar y otras menudencias tecnológicas, sufragado todo ello por el oro que la soberanía nacional apoquina intachablemente detrayendo de sus cada vez más magros salarios y pensiones todos los días (IVA y otros) y todos los meses (Seguridad Social y demás) y complementan con las liquidaciones de la campaña anual de pago de IRPF.

Nuestros representantes o diputados o parlamentarios se reparten eficaz y rápidamente las presidencias, vicepresidencias y pertenencias remuneradas a las diversas comisiones. Se organizan velozmente en grupos parlamentarios retribuidos. Tampoco pierden el tiempo a la hora de presentar los documentos que harán efectivos los caudales que corresponden a los partidos según el número de votos alcanzado. Los puestos correspondientes al gobierno del Parlamento, también gratificados, son diligentemente pactados y nombrados.

En fin, los representantes de la soberanía nacional demuestran su solvencia en resolver todos los trámites pertinentes y dificultades para que la legislatura se ponga en marcha. Sólo un pequeño matiz no entienden, o no se lo hemos explicado convenientemente. Todos los aspectos enumerados más arriba están en función de una responsabilidad de la que parecen huir o abominar. La voluntad popular se ha expresado claramente.

El pueblo mediante los votos emitidos ha perfilado quién quiere que forme gobierno: el que recibe más votos. Así que la devoción que profesan a la voluntad soberana del pueblo pasa claramente por organizarse respetuosamente con el sentido de los votos recibidos por cada partido e investir presidente al candidato que presente el partido ganador de las elecciones.

Todo lo que escapa a este sencillo sistema no es sino reticencia de criado respondón que busca subrepticiamente, haciéndose el sueco, que la voluntad expresada en las urnas se vea torcida para que predominen los intereses de las agrupaciones políticas pasando sobre los intereses de la mayoría ganadora de las elecciones.

La democracia –gobierno del pueblo, no de los partidos–, exige respetar la voluntad de las urnas y para ello todos los partidos deben facilitar que ésta se cumpla a la mayor brevedad. Es impensable en un sistema democrático honrado que los partidos le devuelvan los votos al pueblo exigiendo que vuelvan a votar algo que les acomode más, o que se ajuste mejor a sus deseos y aspiraciones políticas.

Resumiendo, los servidores del pueblo ya no se recatan en declarar que la soberanía nacional debe atenerse a sus dictados o caprichos. De momento nos quieren hacer votar el próximo 10 de Noviembre porque no saben o no les gusta gobernar en minoría de manera que o votamos mejor, es decir, más a su gusto, o nos obligarán a repetir el voto. A ver si lo hacemos a su antojo la próxima vez.

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