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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Tres cuestiones empíricas sobre la monarquía mientras se proclama una

Alberto Penadés

En Liechtenstein, en 2012, los ciudadanos --o súbditos, no sé-- rechazaron en referéndum una reforma constitucional para limitar los poderes de veto legislativo de su monarca. La modesta iniciativa proponía que las leyes aprobadas en referéndum, por lo menos esas, no pudieran ser vetadas. Recibió el 76 % de los votos en contra. Un año antes el Príncipe había amenazado con vetar una ley permitiendo el aborto; no hizo falta porque los propios liechtensteinianos se la cargaron en referéndum. Como sus vecinos suizos, apenas dejan pasar un año sin su plebiscito; en 2012 también rechazaron un nuevo hospital público pero aprobaron una ley de parejas de hecho (que si no la aprueban, pues ajo). La historia ilustra, para mí, la desconfianza que todos deberíamos sentir hacia los estados pequeños --y, horror, próximos-- así como hacia los referendos, aunque en ambas cosas estoy en minoría entre algunos amigos.

La historia también deja ver que la relación entre monarquía y democracia solo se puede simplificar, como con tantas cosas, a fuerza de simplificarse uno mismo.

Siguen unas consideraciones empíricas sobre el bienestar general en las monarquías, para quitarle drama, cuatro peticiones para el nuevo Rey de España, para hacerme alguna ilusión, y un vistazo histórico a los referéndums sobre la monarquía con vistas a quitarme la idea de la cabeza, y espero que a ustedes. Pueden leerse sueltos.

Democracia, bienestar e indiferencia monárquica

Sin duda hubo un tiempo en el que la república se oponía a la monarquía como la democracia a la autocracia. La mayor parte de las repúblicas democráticas que conocemos provienen de esa oposición (o, en el caso del continente americano, de su independencia de imperios monárquicos). Por eso mismo, la supervivencia de monarquías democráticas es síntoma de transiciones graduales y cambios institucionales relativamente poco violentos, lo que resulta fácil asociar con muchas cosas buenas. Y por eso las monarquías democráticas son algunos de los mejores lugares del mundo para vivir, aunque la monarquía tenga, seguramente, poco que ver con ello.

La conjunción de monarquía y democracia se asocia con los países más desarrollados económicamente y menos desiguales socialmente. De hecho, el Índice de Desarrollo Humano de las monarquías democráticas es el más alto del mundo: 0,84 en promedio, mientras que la media de las repúblicas democráticas es 0,78 –nada mal, tampoco puesto que promedio de las monarquías autocráticas está por debajo de 0,70, y eso que tienden a ser superricos, lo que es apenas el promedio de los 175 países del mundo para los que he visto el dato (en la base de datos del Quality of Government Institute de Gotenburgo). Miremos la feliz conjunción con algo más de detalle.

Para comenzar, si bien la mayor parte de los países libres son repúblicas, las monarquías son más frecuentes en estos países que en los países no libres. Lo malo es que las monarquías son especialmente autoritarias cuando lo son, pero lo bueno es que se asocian a un grado de libertad democrática incluso algo mejor que las repúblicas, cuando no lo son.

(Elaboración propia con los datos del Quality of Government Institute; la clasificación de países libres, parcialmente libres y no libres es de la Freedom House)

Uno de los factores que favorecen que un país haya “retenido” la forma monárquica del gobierno es su riqueza. Los más ricos son más monárquicos pero, sobre todo, hay que decirlo, entre los estados autoritarios. Sin embargo, también es importante notar que, entre los países libres, e incluso entre los parcialmente libres, un segundo factor es la igualdad social: en las democracias monárquicas hay menos desigualdad, aunque la cosa se invierte cuando se trata de monarquías dictatoriales.

(Elaboración propia con los datos del Quality of Government Institute)

Hay que insistir que aquí la relación es diagnóstica: hablamos de síntomas más bien que de causas. Lo probable es que una monarquía sobreviva en un país gracias a que las libertades públicas se hayan extendido con menos resistencia que en otros lugares, la desigualdad social sea menor y la riqueza sea mayor. Eso no quiere decir que la monarquía aporte igualdad, libertad o prosperidad. De hecho, los monarcas han sido y siguen siendo autócratas en muchos de lugares. Los presidentes, por cierto, también. Solo que es más probable que una monarquía se vuelva república que al revés; de ahí las relaciones que observamos, si suponemos que cierta estabilidad de las instituciones y el desarrollo económico y social son cosas afines.

Así, ningún rey es necesario, ni mucho menos suficiente, para tener democracia, igualdad o prosperidad. Necesaria es la democracia y, sin ella, un monarca es un vil dictador. Pero es cierto que, una vez que estos bienes se logran, un rey apartidista puede ser bueno para muchas cosas, lo que puede compensar la incongruencia (desde cuándo todo lo demás es cartesiano) del principio hereditario con la democracia política. En la medida en que tenemos los bienes fundamentales, cabe ser indiferente. Como cabe ser republicano por razones de principio, o monárquico por las opuestas (o, lo que es más común, por escepticismo y desconfianza en la naturaleza humana).

Al Rey de España

Tener a un Rey de nacimiento, frente a un Presidente electo, puede tener ventajas, y sobre ellas deberíamos construir su papel. Estas provienen de que es un Rey criado, y debe serlo con esmero, no de que sea un Rey nato. Pongo cuatro ejemplos que me parece que serían suficientes para que en España la mayoría de los ciudadanos estuvieran más que pasablemente contentos con la monarquía.

El Rey y su familia deberían hablar y emplear con frecuencia todas las grandes lenguas de España, catalán, euskera y portugués (ya puestos, mejor si conocen también la variante lusa, no solo la gallega; pueden repartírselas si no se animan con todas). No basta con acartonados elogios a la pluralidad, hay que hablarlas. Eso nunca lo va a hacer un político profesional, en España, con opciones de ser Presidente, que no suelen saber ni inglés. Tengo mucho más respeto que paciencia con los nacionalistas, ya lo digo, pero he sentido una clara simpatía con el que ahora es Rey cuando ha pronunciado discursos pasando del español al catalán, o todo en catalán; y hasta en euskera, aunque fuera leído sin entenderlo. Ayer debería haberlo hecho en el Congreso, para allanar el camino.

El Rey y su familia deberían hacerse atender en hospitales públicos. Es difícil que los políticos profesionales de “nivel presidencial” lo hagan. Entenderemos que no los pongan en lista de espera, como entendemos que usen un avión público propio. Pero vayan ustedes siempre a un hospital público, nazcan allí y, si no hay más remedio, mueran allí; háganse ese favor y háganselo a su país.

El Rey y su familia deberían ir a colegios o institutos públicos. Sé que es mucho pedir, pero hágannos ese favor a todos. Pueden ir un tiempo a la concertada, si quieren educación religiosa, pero pasen un tiempo en la pública. Yo esto no se lo puedo pedir ni al ministro de educación, que ya me pesa, pero al Rey sí, porque es un cargo para toda la vida. Entenderemos que tengan preceptores y profesores en casa, pero vayan a diario a las aulas donde aprende la mayoría.

El Rey y su familia deberían hacer públicos sus ingresos y su patrimonio. Nos gustaría que lo hicieran los políticos cercanos a los manejos del gobierno, pero al Rey se lo podemos pedir con más fuerza. Y así dará ejemplo.

Tendrá mucho más que hacer, y mucho ya se hace, pero hacen falta símbolos. En su mano está portarse como haría un “vulgar” Presidente –que, con rarísimas excepciones, es una persona de la élite política y social portadora de todos sus hábitos-- o como un Primer Ciudadano que se entrena y dedica su vida entera a representar al resto.

Referéndums tengas

Unas cuantas monarquías han sido suprimidas mediante un referéndum, así como otras han sobrevivido a esos trances. Si me aguantan otro rato, creo que nos conviene un paseo informado. Luego digo que no, espero que se den cuenta de que para que un rey pierda un referéndum todos tienen que estar en su contra porque haya hecho algo muy feo.

Entre los países que conservan a la Reina británica como su Jefe de Estado, Australia celebró un referéndum en 1999, que perdieron los republicanos (55% de votos para la monarquía) en todas partes salvo en la capital --será que allí también se olvidan los políticos capitalinos del país real. En Nueva Zelanda y en Canadá simplemente nadie está interesado en discutir la forma de gobierno y se mantienen pasivamente monárquicos. En Gran Bretaña misma, como en otro ramillo de países (Suecia, Dinamarca, Japón...) la corona nunca ha sido seriamente cuestionada. Es decir, en los tiempos de la democracia representativa: no hay que olvidar que en Londres decapitaron a un rey e instauraron una república –que duró un decenio- antes que en ningún otro sitio, en 1649.

Bélgica confirmó a su Rey en 1950, con un 57,7% de los votos. Fue una iniciativa conservadora, pues los socialistas no querían votar, no por nada, sino porque se temían una victoria ajustada y la división del país, como así fue: el rey ganó en Flandes y perdió en Valonia. En la vecina Holanda no ha habido referéndum, pero es un país con gran historia republicana: las Provincias Unidas fueron una de las repúblicas más duraderas y prósperas de Europa. Si en el siglo XIX se dieron un rey fue, hasta cierto punto, porque quisieron.

El referéndum más llamativo, desde el punto de vista monárquico-democrático, fue el que instauró la monarquía en Noruega en 1906. Tras el plebiscito que liquidó la “unión personal” de Noruega y Suecia en 1905, que había durado casi un siglo (y que es el referéndum con el que saliva todo nacionalista, con más del 99% votando “independencia”) el parlamento le ofreció la corona a un príncipe danés, pero este solo quiso aceptarla si antes votaba el pueblo, cosa que hicieron, con un 79% a favor. Se le recuerda como a un hombre decidido y honesto, que en su momento plantó cara a los Nazis y amenazó con abdicar si el gobierno colaboraba con ellos.

Los islandeses, sin embargo, votaron república cuando decidieron cortar los restos de su unión personal con la corona danesa, en 1944 (con Dinamarca todavía ocupada). Unos años antes también Finlandia, tras varias dudas, encontró prudente convertirse en república tras su independencia total (el heredero era un alemán, y no estaba el horno para príncipes alemanes). Con ello quedaban dos “viejas monarquías” en el Norte, Suecia y Dinamarca, más una nueva y dos repúblicas.

En el Centro y Este de Europa la Primera Guerra Mundial se llevó a las principales monarquías por delante (los imperios alemán, austro-húngaro y ruso), y la Segunda a las pocas que quedaban. En general, la supresión fue violenta y definitiva (Simeón de Bulgaria regresó a su país y ganó las elecciones en 2001… para convertirse en primer ministro).

En el Sur tenemos casos de todos los tipos. En Italia, tras la implicación de la monarquía en el fascismo y la guerra, se suprimió por referéndum en 1946, con un 54,3% de votos a favor de la república. En Portugal la monarquía fue depuesta por una sublevación armada en 1910 que fue degenerando en autoritarismo, sobre todo a partir de la revolución de 1926 (en Portugal la dictadura fue, a diferencia de España e Italia, republicana, y Salazar terminó con los vestigios del monarquismo cuando se consolidó en el poder).

España, Francia y Grecia han dudado varias veces en su historia y tienen repúblicas numeradas. Sin embargo parece que hay una ley de “a la tercera va la vencida”. La tercera república francesa, a partir de 1870, ya solo ha sido sustituida por otras repúblicas. Lo mismo sucede en Grecia, donde lo que ha habido es mucho referéndum y mucha lucha partidista por la forma de estado, con los resultados esperables: se confirmó a la monarquía en referéndum en 1920, se adoptó la república (llamada segunda república) en otro referéndum en 1924, se adoptó de nuevo la monarquía, mediante referéndum, en 1935 y se confirmó en otro referéndum en 1946, pero se volvió a adoptar la república, en referéndum, en 1974, y hasta hoy, tras una poco honrosa actuación del rey durante la dictadura militar precedente.

En España la monarquía fue confirmada democráticamente, por primera vez, en 1870: por 191 votos a favor “queda elegido Rey de los españoles el señor duque de Aosta”, dijo Ruiz Zorrilla, el Presidente de las Cortes. Hubo 62 votos por la República (60 por la federal, 2 por la unitaria) y una pedrea de votos a otros candidatos monárquicos. La Primera República sería, después, el resultado de la abdicación del Rey como, en la práctica, lo fue también la Segunda, en un país muy dividido.

Con el asesinato de Prim, que era el principal valedor de Amadeo I, no solo se truncó la primera experiencia de monarquía democrática, sino tal vez la gran oportunidad de una España democrática con liderazgo catalán. La Primera República fue también un régimen impulsado en gran medida desde Cataluña, pero la república federal era una alternativa demasiado claramente minoritaria, en ese momento, como para sobrevivir. Ya que está aquí, confiemos en que Felipe Sexto sea un poco como ese “señor duque de Aosta”, pero que acierte.

Solo soy uno más, pero me gustaría que hubiera una reforma constitucional votada en referéndum que confirmara (o modificara) la forma de Estado en el contexto de una reforma política y territorial, que es lo más importante. Hacer ahora un referéndum Rey-Sí-Rey-No francamente no me interesa ni sé adónde nos lleva. Le veo sentido, si acaso, dentro de unos años, si lo hace mal. Propónganlo si se empeñan, faltaría más, pero yo paso. No sé si se dan cuenta de que con eso solo le darían más poder al Rey en lo que no nos interesa que lo tenga, en su relación con los poderes democráticos, y se lo restaría solo en lo que puede ser más útil, en su capacidad simbólica.

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