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Albert Rivera cierra un año de oposición en dos fases: de las amenazas tibias con Rajoy a los duros ataques a Sánchez

Rajoy, Sánchez y Rivera, antes de un debate durante la campaña del 26J.

Carmen Moraga

2018 acaba para Ciudadanos con la firma de un acuerdo de gobierno en Andalucía con el Partido Popular que no puede prosperar sin el apoyo de Vox. Aunque Albert Rivera intenta hacer malabarismos para evitar que se le asocie con el partido de extrema derecha de Santiago Abascal, la realidad es que se ha mostrado satisfecho con el nuevo pacto que sustituye al que su partido firmó en la anterior legislatura con el Partido Socialista para investir a Susana Díaz presidenta de la Junta.

No es nada nuevo. A lo largo de todo este año Rivera ha vuelto a demostrar su camaleónica capacidad para adaptarse a las diferentes circunstancias políticas que se suceden en nuestro país.

Durante 2018, contra su voluntad, ha visto dividida su labor de oposición en dos fases: los primeros seis meses ha lidiado con Mariano Rajoy, sin saber que estaba ante el final de su mandato; y los seis últimos meses del año se ha tenido que enfrentar a lo que denomina “Gobierno frankestein” de Pedro Sánchez.

El dirigente socialista, que había logrado resurgir de sus cenizas tras ser defenestrado por su partido un año antes, llegó a la Moncloa gracias a una moción de censura que presentó contra Rajoy y que prosperó sin el apoyo de Ciudadanos, a pesar de que Rivera llevaba meses amagando con romper el acuerdo de investidura con el líder del PP tras las revelaciones ante los tribunales de diversos exdirigentes del PP valenciano y de los cabecillas de la trama Gürtel.

Las reiteradas amenazas de romper el pacto con Rajoy

Las primeras amenazas del año las hizo en enero, poco después de que varios excargos públicos de su partido corroboraran que la formación conservadora había estado financiándose ilegalmente con dinero negro durante años. El líder de Ciudadanos, que se había comprometido a volver a apoyar los Presupuestos Generales del Ejecutivo del PP, solventó la situación desviando la atención y logrando el cese a la senadora murciana Pilar Barreiro, salpicada por el escándalo de la Púnica.

Un mes después, en febrero, volvía a amenazar con romper el acuerdo ante los ninguneos a los que le sometía el PP y su negativa a cumplir algunas de las medidas acordadas. “Si Rajoy miente se habrá acabado el pacto”, señaló el dirigente naranja. No se rompió nada. Llegó marzo y Rivera se apuntó parte del éxito de la manifestación feminista a pesar de que su partido había criticado con dureza el manifiesto de las mujeres del 8M alegando que era “anticapitalista”.

Mientras por un lado negociaba las cuentas para 2018, por otro Catalunya siguió sirviendo a Rivera de ariete contra Rajoy frente a un PSOE -sin Sánchez como líder de la oposición en el Congreso-, mucho menos beligerante.

La tensión por la “tibieza” que, según Ciudadanos, mantenía Rajoy frente a los independentistas tuvo su momento culminante en mayo, en una sesión de control del Congreso en la que Rivera, por enésima vez, amenazó con romper el pacto de investidura: “Hasta aquí hemos llegado”, le espetó, dando lugar a que a su vez el jefe del Ejecutivo le acusara de “aprovechategui” por utilizar la crisis catalana como arma electoral.

A finales de mayo, una vez que Rajoy tuvo sellados los presupuestos gracias al voto de sus 32 diputados, de CC y del PNV, además de sus aliados de Foro Asturias y UPN, Rivera pensó que la legislatura estaba “estabilizada” y se puso la medalla de los logros sociales que habían arrancado al Gobierno conservador. Las cuentas llevaban “el sello naranja”, repitió, como suele hacer siempre que cierra algún pacto presupuestario.

La sentencia de Gürtel precipitó la moción de censura

Pero la situación se torció cuando, casi simultáneamente, se daba a conocer la sentencia de la trama Gürtel, todo un varapalo para el PP y más en concreto para Rajoy. Rivera compareció muy serio en una rueda de prensa en el Congreso para sentenciar que a partir de ese momento había “un antes y un después en nuestra relación con el Gobierno” y exigiendo la convocatoria de elecciones. Pero Rajoy no movió ficha.

Los acontecimiento se precipitaron y Pedro Sánchez, con el apoyo de Unidos Podemos, decidió presentar una moción de censura contra el líder conservador, una iniciativa que terminó prosperando después de que un dudoso PNV decidiera unirse al PDeCAT a ERC y a Bildu y respaldarla.

Poco después Rajoy renunció a sus cargos en el partido y a su escaño del Congreso para volver a su antigua plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola (Alicante). Aquel inesperado vuelco político dejó desdibujado a Rivera y le obligó a cambiar de registro al verse de repente desplazo del tablero político.

La llegada de Pablo Casado a la presidencia del PP acentuó la situación del líder de Ciudadanos que de repente se encontró de nuevo desarmado, sin el discurso contra la corrupción con el que había atacado sistemáticamente a su predecesor. La similitud de ambos políticos en numerosas materias, como la inmigración o la crisis de Catalunya, propició que la etapa de Sánchez se inaugurara etiquetándoles como “hermanos gemelos”.

Rivera se concentró a partir de ese momento en ejercer una durísima oposición contra el “sanchismo”, como bautizó la era del recién elegido Presidente del Gobierno, al que acusó de haber llegado “por la puerta de atrás” a la Moncloa, de ser un “okupa” y de haber pactado un “gobierno Frankestein” gracias al apoyo de “populistas, separatistas y Bildu, los amigos de ETA”.

Todos los días pidiendo a Sánchez elecciones

En estos últimos seis meses no ha habido prácticamente ni un día en el que el líder de Ciudadanos o miembros de su equipo no hayan reclamado a Sánchez que convoque de inmediato elecciones generales, tachándole de “mentiroso” y de haber “engañado a los españoles” al haber asegurado en la tribuna del Congreso que el fin de su moción de censura era que pudieran hablar en las urnas.

La tesis doctoral del presidente supuestamente plagiada; el traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos y los Presupuestos “fake” “pactados desde la cárcel con Junqueras, Rufián, Iglesias y los que quieren romper España”, han centrado sus primeros meses de oposición al nuevo Ejecutivo, que nada más comenzar su andadura se dejaba por el camino a varios ministros.

Todo ello sin olvidar Catalunya, los hipotéticos indultos a los presos independentistas, la necesidad de aplicar de nuevo el 155 en la autonomía y las advertencias a Sánchez de que “la responsabilidad” será suya si hay muertos por la tensión que se vive allí en las calles.

Su animadversión al “sanchismo” la ha llevado Rivera también a la campaña de Andalucía después de haber roto el pacto que su partido mantenía allí con Susana Díaz. La estrategia de trasladar la 'agenda española' a las andaluzas le funcionó y Ciudadanos logró duplicar con creces los nueve escaños que había conseguido Juan Marín en 2015.

Pero la fuerte y -de nuevo inesperada- irrupción de Vox, con nada menos que 12 diputados en el Parlamento regional, han vuelto a descabalar los planes de Rivera cuyo sueño era que su partido pudiera gobernar la tierra natal de la catalana Iñés Arrimadas como preludio a la conquista del poder en otras autonomía.

Sin embargo Ciudadanos se ha tenido que conformar con pactar un gobierno que presidirá el PP y que, aunque no lo quieren reconocer, dependerá tanto en su constitución como en su programa del apoyo de los diputados de extrema derecha. Del mismo modo que, gracias a ese acuerdo a tres, han logrado la presidencia de la mesa del Parlamento regional, el primer puesto institucional de importancia que tiene ahora en su haber el partido naranja.

Así las cosas, Rivera acaba el año 2018 con cierto sabor agridulce y con la preocupación del sector más moderado de su partido de que a partir de ahora van a encontrarse entre la presión del PP y soportando a la vez el aliento de Vox en la nuca. Prueba de esto último es que Santiago Abascal, tras sus ataques a Manuel Valls, parece que no está dispuesto a callarse ni una.

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