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Karaoke venezolano

Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, durante la sesión de control.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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Seis preguntas, seis, de la acreditada ganadería de la oposición sobre Venezuela, más una interpelación. Un torero –José Luis Ábalos– que ya había sufrido unas cuantas cornadas con la polémica por su reunión nocturna en el aeropuerto con la vicepresidenta Delcy Rodríguez y que no iba a improvisar más movimientos. Para terminar de arreglarlo, el primer espada, Pedro Sánchez, añadió algo de perplejidad con un desliz verbal que Moncloa tuvo que matizar más tarde. Confusión, gritos –tampoco demasiados– y algunas frases de desplante. En los debates sobre Venezuela en el Parlamento español, se suele hablar muy poco de Venezuela, mucho menos sobre soluciones viables, porque sólo se trata de emplearlo como una maza para abrir la cabeza al adversario.

La economía de Venezuela está hundida. La hiperinflación se come los numerosos aumentos del salario mínimo decretados por el Gobierno de Maduro. La ayuda asistencial del Gobierno es insuficiente para alimentar a la gente. Más de cuatro millones de personas se han ido del país. Continúa siendo un lugar con un altísimo índice de violencia. Y en España es sólo un tema para que el Gobierno y la oposición se sacudan por debajo de la cintura. Como un gag que se repite porque se supone que hace reír y que perdió la gracia hace tiempo.

La última innovación es que hemos llevado el espectáculo al Parlamento Europeo, lo que ha ofrecido una imagen grotesca de la política española a cambio de nada. Como dijo el periodista Nacho Alarcón que presenció el debate, “se ha celebrado en el Pleno de Estrasburgo igual que podría haberse mantenido a las 04:39 de un sábado en la puerta de una discoteca de algún polígono industrial”.

El debate en el Congreso sí ofreció algunas frases ingeniosas. Ábalos hizo un rápido retrato de Cayetana Álvarez de Toledo: “Su tono es de alcurnia, de una soberbia que ni siquiera tiene necesidad de impostar”. Teodoro García Egea, número dos del partido, podía haber respondido: cuéntame algo que no sepa. La portavoz del PP escuchaba sin mover un músculo, ni un nervio, dejando que los pensamientos homicidas discurrieran por su interior.

Belén Hoyo, del PP, se puso un poco cinematográfica al dirigirse a Ábalos, quizá porque dijo que Netflix podría hacer una serie con todas las versiones aportadas por el ministro: “A usted no se le paga por ponerse una gabardina y jugar a espías”. Iba bien encaminada. Ábalos surge entre la niebla, la gabardina con el cuello subido, el sombrero tapándole los ojos, un cigarrillo entre los labios, una mirada de cansancio: nunca debí coger el teléfono; en el fondo, sabía que era una trampa (se oye de fondo música de jazz).

Donde Hoyo sí fue un poco lejos fue cuando dijo que “usted no pasaría el control del polígrafo”. El detector de mentiras no es un instrumento muy fiable científicamente, pero si lo aplican a todos los diputados en estos tiempos convulsos, lo mismo hay que buscar otro empleo a la mitad de ellos. Con José Ignacio Echániz –que el día anterior habló en nombre del PP contra el proyecto de ley sobre la eutanasia–, la aguja saltaría por los aires a los pocos minutos.

Ábalos no aportó más datos relevantes sobre su periplo por Barajas, donde hizo el trabajo de otros para terminar manchándose los zapatos y la gabardina. “No hubo ninguna reunión formal. Ni interés ni temas a tratar. Ni yo soy nadie para tratar temas de ese calado”, contó en su explicación más convincente. Aun así, siempre va a estar presente el absurdo de una situación como la de que sea el ministro de Transportes el que tenga que ir a Barajas para solucionar un problema diplomático que afecta a Exteriores e Interior. Ese fue un error que Ábalos habrá tenido muchas ocasiones de lamentar.

Sánchez dijo que Ábalos “hizo su deber, evitar una crisis diplomática”. Es una idea que ya hemos escuchado antes, pero que nunca se ha explicado bien. ¿Qué crisis exactamente evitó el ministro? “Se consiguió que (Delcy Rodríguez) no entrara en el Espacio Schengen y no aumentar los problemas con el Gobierno venezolano”, fue la explicación que dio Ábalos en el Congreso. Es algo que podía haber hecho un alto cargo de Exteriores como mensajero del Ministerio. Hay que imaginar que Rodríguez no estaba dispuesta a lanzarse en paracaídas sobre Madrid.

En el hemiciclo, el ministro no hizo referencia a un hecho clave: ¿cuándo supo que la vicepresidenta de Venezuela iba en el avión? ¿Cuando este ya sobrevolaba el Atlántico con destino a Madrid, como contó El País citando fuentes del Gobierno? ¿Se supo antes, pero alguien no hizo su trabajo y hubo que reaccionar de forma improvisada? No hubo respuestas para estas preguntas en el pleno.

El Gobierno de Maduro sabía que Rodríguez no podía entrar en España por las sanciones de la UE. ¿Intentó una política de hechos consumados al poco de la formación del Gobierno? Eso dejaba a Sánchez y sus ministros en una posición delicada. Si aterrizaba en el aeropuerto, entraba en territorio español. Pero si no pasaba por el control de pasaportes, no entraba en eso que se llama “Espacio Schengen” con lo que los gobiernos europeos no pondrían el grito en el cielo, como así ocurrió.

Las sanciones de la UE no son una ley, sino una decisión política del Consejo Europeo –es decir, de los gobiernos de la UE– de obligado cumplimiento. El Gobierno podía no haber intentado ocultar la existencia de la reunión en el avión y la zona VIP de la Terminal Ejecutiva. Cuando se supo, podía haber hecho que la primera versión fuera la buena. Hay una parte enmarañada de la polémica en la que el Gobierno se ha metido él solo y sólo puede culparse a sí mismo.

En el universo de Álvarez de Toledo, el Gobierno “amparó a una torturadora”. El ministro Marlaska le respondió con algo que es cierto: “Ustedes confunden prohibición de entrada (en la UE) con órdenes de detención internacional”. El Gobierno no tenía base legal para detener a Rodríguez, incluso aunque hubiera querido. De hecho, habría sido una locura teniendo en cuenta que en Caracas hay una embajada que tiene al Gobierno de Maduro como interlocutor y que en todo el país hay 173.000 personas con nacionalidad española.

El karaoke venezolano se enredó aún más cuando Sánchez soltó un gallo desde el escenario al llamar “líder de la oposición” a Juan Guaidó. La oposición no iba a desperdiciar tal regalo. Álvarez de Toledo le acusó de asumir “el lenguaje de Podemos y del régimen chavista”. Más tarde, Moncloa recordó que Sánchez “reconoció oficialmente a Guaidó como presidente encargado” en enero de 2018. Por tanto, esa situación no ha cambiado, ya que es difícil ser presidente y líder de la oposición al mismo tiempo. No pasa todos los días que Sánchez tenga que desmentirse a sí mismo.

Después de varias preguntas sobre Venezuela, le tocó el turno al diputado del PNV Joseba Andoni Agirretxea que puso sobre la mesa “los problemas de abastecimiento de algunos medicamentos”. Una pregunta en el Congreso de España hecha a un ministro del Gobierno de España a cuenta de una situación que ocurre en España. Cómo se puede ser tan extravagante.

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