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Y ahora háblame de los peligros del populismo, querido y fracasado diputado español

Los diputados socialistas aplauden a Sánchez en la sesión de investidura.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Señor Rivera... no, demasiado formal. Que no parezca que la carta la ha escrito Iván Redondo para cabrearle. Estimado Albert... bien, más personal, pero igual es mejor darle un toque más cercano, que se vea que no apuesto por la descalificación permanente, como hace él. Querido Albert... no, espera. El otro día le llamé hipócrita y se lo merece. ¿A quién voy a engañar? No lo soporto. Estimado señor diputado... venga ya. Es una rata, él y toda esa gente que me acusa de pactar con los que quieren destruir España. Especie de diputado abyecto, hipócrita retorcido, hijo de mil...

El encabezamiento de la carta de Pedro Sánchez a Albert Rivera nos permite entender por qué es conveniente que los políticos mantengan relaciones basadas en cierto nivel de respeto que no es del todo sincero, pero que ayuda a que las instituciones funcionen o que el Parlamento no se convierta en una delegación del Club de la Lucha. En muchos casos, es mejor que no se digan a la cara lo que realmente piensan del otro. 

Claro que hay veces en que el nivel de hipocresía supone un engaño para los ciudadanos, un intento de venderles algo que es falso. Todo el proceso de investidura ha sido un espectáculo basado en apariencias, medias verdades y mentiras completas, excepto esos tres días de julio donde al menos algunos negociaron algo. No con gran éxito. 

Al final, el rey puso fin al espectáculo que todos sabían que iba a acabar así, pero en el que convenía fingir que podía acabar de otra manera. 

Recordemos. Pedro Sánchez dijo en el Congreso la semana pasada que él era “el primer interesado en que no hubiera nuevas elecciones”. Él, que no hizo nada en el mes posterior a las elecciones de abril y que dedicó agosto a las vacaciones y a un 'road show' para aparentar que estaba escuchando a asociaciones elegidas por él. Pablo Iglesias reclamó al rey que tuviera un papel activo para que se formara el Gobierno. Cómo puede un partido que se dice republicano pedir al monarca que haga una intervención política aprovechando que está en la jefatura del Estado porque es hijo de quien es. Albert Rivera dijo el martes que “esto no va de egos, va de España”, una de las afirmaciones más desvergonzadamente nacionalistas que se pueda imaginar, además de disfrutar de una tenue relación con la realidad. 

Hipocresía también de los periodistas que preguntaron y preguntaron en las ruedas de prensa del martes si era posible que hubiera investidura en el caso de que alguien cambiara de posición y le dijera al rey esto o lo otro, y un partido aceptara eso o lo de más allá. Todos sabían que no había ninguna posibilidad real y simulaban que la representación continuaba. Los medios de comunicación se llenaban de titulares con declaraciones de políticos que tenían una caducidad de minutos. Eran titulares que nacían muertos. 

El último capítulo del serial lo ofreció Pedro Sánchez en la noche del martes. El líder del PSOE se presentó como la víctima de todo este proceso fracasado, a pesar de que fue él quien dirigió las negociaciones y, como candidato de la fuerza más votada, era en la práctica el único que podía ser investido como presidente. Tras el intento fallido de julio, él bloqueó la opción de un Gobierno de coalición con Podemos, pero en la rueda de prensa reclamó el voto de los españoles “para que no haya más bloqueos”. 

Sánchez dijo que sería importante “que todos asumiéramos nuestro resultado electoral”. Hay un dato incontestable. El PSOE ha tenido en esta legislatura 123 diputados. Le faltan 53 para la mayoría absoluta. Y no acepta otra cosa que un Gobierno en solitario. Aunque sea con la abstención del PP y Ciudadanos, que no iba a conseguir en la votación de presupuestos y que por tanto le obligaría a prorrogar los que diseñó y consiguió aprobar un tal Cristóbal Montoro.

Hubo un momento singular de esa rueda de prensa cuando un periodista le preguntó si los candidatos “deben pedir perdón a los españoles” por el fracaso y si él dimitirá como líder del PSOE en el caso de que tras las elecciones de noviembre no consiga ser reelegido como presidente. “Pues mire, yo soy el representante de la fuerza más votada”, respondió Sánchez. Diez segundos de silencio después en los que se encogió de hombros. Dos veces. 

Mientras se producía toda esa sucesión de ruidos e imposturas, se estaba celebrando por la tarde un pleno del Congreso. Como si valiera de algo. Pero, oye, hay que simular que las instituciones funcionan en estos momentos. Se discutió sobre una propuesta del PNV para reformar el reglamento de la Cámara y que se pueda controlar el cumplimiento por el Gobierno de las proposiciones no de ley (PNL) que aprueba el pleno. Las PNL han terminado siendo un brindis al tendido, porque los gobiernos las suelen ignorar. 

Aitor Esteban, del PNV, dijo que tenía una “sensación extraña” por la probable e inminente disolución del Parlamento. Es decir, todo lo que se hablara en el pleno no iba a servir para nada. 

El diputado socialista Odón Elorza subió a la tribuna para anunciar el voto a favor de su grupo, pero también admitió que todo era una ilusión. Incluso comentó que en 2003 –HACE DIECISÉIS AÑOS– el PSOE ya presentó una propuesta similar. “¿Está el Congreso respondiendo a sus funciones?”, se preguntó de forma retórica. El propio Elorza estaba reconociendo que no se podía responder afirmativamente a esa pregunta. 

El exalcalde de Donosti, al que no le importa a veces hacer declaraciones que incomodan a los dirigentes de su partido, dio un paso más: “¿Tenemos la convicción de que nos hemos ganado el sueldo?”. 

Alto ahí, Odón. Mejor que no llevemos esa última pregunta a los hogares de España si no queremos que nos respondan con un diluvio de juramentos y blasfemias que pondrían los pelos de punta a un ateo calvo. Procedentes de los que van a tener que votar por segunda vez este año, ya que los políticos han sido incapaces de realizar su trabajo. 

Y ahora háblame de los peligros del populismo. Los ciudadanos cumplieron su responsabilidad en las urnas en las que hubo una gran movilización de la izquierda y la derecha. Los políticos, unos más que otros, han fracasado de forma rotunda. Y ahora dime querido político, querido periodista, querido politólogo, quiénes son los enemigos del sistema democrático, quién es el responsable de su pérdida de reputación.

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