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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Explorando los límites del humor

Chiste sobre retrones, por skyman

Raúl Gay

En España no se puede hacer humor sobre retrones. Todos los ciudadanos estamos superconcienciados, conocemos alguien con problemas físicos o mentales y nos indignamos si tratan de arrancarnos una sonrisa con un chiste sobre una persona sin brazos, sin piernas o con un cromosoma de más.

O eso parece, después de leer las reacciones a un tweet de @masaenfurecida. La gente que lleva esta cuenta se dedica a hacer humor bestia y se ríe de todo, en particular de lo que (supuestamente) no se debe. Es habitual leer tweets de personas que critican su último chiste, dicen que esta vez se han pasado y dejan de seguirles. @masaenfurecida se dedica a retuitear estas críticas, supongo que con un ánimo pedagógico, para que todos sepamos qué bromas se permiten en twitter. Lo curioso es que a veces los que condenan a @masaenfurecida sí parecen una masa enfurecida.

Pues bien, esta semana publicaron el siguiente tweet:

Para quien no lo sepa, el hijo de Vicente del Bosque tiene síndrome de Down. Y eso no ha gustado. “Habéis pasado. ¿No tenéis respeto? ¿Te reirías si tu hijo fuera síndrome de Down?” Decenas de tweets similares llegaron a la cuenta de la masa.

Los límites del humor dicen mucho de una sociedad. Queramos o no, siempre existen unos límites, unas líneas rojas que el grueso de la población no tolera que se traspasen. Incluso los que consideramos que no debería haber límite tenemos que constatar que sí lo hay. Es una frontera difusa, permeable y cambia con el tiempo, el ingrediente clave de toda broma.

Ya se sabe que el humor es tragedia+tiempo. Pero ¿cuánto tiempo es necesario? Han pasado 9 años desde los atentados de Atocha, ¿ya se puede hacer humor con ellos? La joven Irene Villa perdió las piernas en 1991, ¿suficientemente lejano? Si juntamos esos dos bombazos ¿lograremos una sonrisa o una mueca de desagrado?

A veces da la impresión de que no queremos reírnos de ciertos asuntos porque tenemos un retorcido sentimiento de culpa. Como si al bromear sobre el 11M fuéramos coautores de la matanza; o al hacerlo sobre ETA nos convirtiéramos, por un instante, en batasunos.

Un experto en recibir golpes por traspasar los límites del humor es Nacho Vigalondo. Una noche en la que tenía demasiado alcohol en la sangre bromeó sobre el Holocausto en twitter y la lió parda. La consecuencia más inmediata fue su despido como bloguero en El País. Hace unas semanas reflexionaba en Zaragoza sobre cómo cambian estas fronteras. Aquí un extracto de la charla.

Tal vez quien escucha un chiste sobre retrones recuerda que somos ciudadanos de tercera, nos visualiza como pobres personitas sin trabajo ni amigos; ángeles con alas rotas. “No te rías de ellos, que bastante tienen. Si te pasara a ti seguro que no decías esas cosas”.

En realidad, el humor puede ser un mecanismo muy efectivo para normalizar la situación, ponernos de igual a igual con los bípedos, quitarnos esa pátina de compasión que nos han vertido. Sólo entonces podremos empezar a mejorar nuestras condiciones.

En el año 2006 cursé un máster de periodismo. Sólo conocía a un alumno, un amigo íntimo. A las pocas clases nos dimos cuenta de que el resto de compañeros no sabían muy bien cómo hablarme, me trataban como si fuera de cristal, cuidando cada palabra para no herir mis sentimientos. Pronto pusimos freno a esa situación. En la cafetería, bromeé con la incipiente calva de mi amigo, y le dije que si no se cuidaba tardaría en encontrar novia. Respondió que podía ser pero que yo “no iba a tener brazos en la puta vida”. Las caras de los compañeros eran un poema. Qué barbaridad había soltado! Cómo se atrevía a tratar así al “pobre minusválido”. Pero al segundo tanto mi amigo como yo estallamos en carcajadas. A partir de ese día las cosas cambiaron y me gané el apodo de “pequeño”. Otros me llaman Nemo, por la película. Y algún jefe de Aragón TV me llama “pequeño retrón” en las reuniones de contenidos. Por supuesto, no me molesta. Es mucho mejor que “campeón”.

Que los bípedos se rían de los chistes sobre retrones será un síntoma de que ya no somos ciudadanos de tercera.

El humor está en la base de este blog. Así que, cortesía de San Google, termino con unos cuantos chistes sobre retrones:

  • ¿Me pone un helado en cucurucho?
  • ¿De qué sabor?
  • Da igual, se va a caer
  • Mi novio me trae todos los días el desayuno a la cama.
  • Es lo normal, teniendo en cuenta que eres tetrapléjica.
  • Y tú una puta envidiosa.
  • ¿Cual es la parte más dura de un vegetal?
  • La silla de ruedas.
  • ¿Cual es la diferencia entre los vestuarios de los atletas olímpicos y los paralímpicos?
  • En uno huele a reflex y en el otro a tres en uno.
  • Has oido el chiste del sordomudo?
  • No.
  • Bueno, él tampoco.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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