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De la nevera a la basura: el 84% de los alimentos que desperdician los hogares ni siquiera han sido cocinados

Desperdicio alimentos

David Noriega

En ocho de cada diez hogares españoles se desperdicia comida. En 2018 se tiraron en las casas 1.339 millones de toneladas de alimentos, un 8,9% más que el año anterior. De esa cantidad, el 84,2% ni siquiera se había cocinado. Es decir, fue directamente de la nevera a la basura. Y lo que es peor: el 16% de los hogares reconoce que lo que tira no está siempre totalmente estropeado. Son los datos que se extraen del informe sobre desperdicio alimentario publicado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación a finales de junio.

El Ministerio solo cuenta con mediciones anuales desde 2016 y el último ejercicio ha sido el que ha marcado el registro más alto. En 2018 se tiró un 8,9% más que en 2017 y un 2,7% más que en 2016. Con tan pocos datos, no se puede hablar de tendencias consolidadas. Fuentes de Agricultura achacan el mal dato, entre otras cosas, a las “altas temperaturas registradas durante el verano”, pero lo cierto es que en 2016 la temperatura media de esta estación fue superior y se tiró menos comida.



La falta de planificación, el ritmo de vida en las grandes ciudades o una mejora en las condiciones económicas de las familias pueden haber contribuido también a este aumento. “No sabemos por qué ha subido”, reconoce la técnica de sensibilización de la ONG de cooperación al desarrollo Prosalus, Laura Martos, que desarrolla el programa y la plataforma de consumo colaborativo Yonodesperdicio. “Una teoría es que los hogares estén mejor económicamente y no gestionen tan bien su comida como en época de crisis, cuando hay más sensibilización”, explica. En cualquier caso, Martos indica que “en general muy pocas personas son conscientes de que tiran comida” por lo que “parece que hay más conciencia, pero se tira más”.

Por nivel socioeconómico, los hogares que más desperdician alimentos que ni siquiera han llegado a cocinar son los de clase media, con 400.000 toneladas tiradas directamente a la basura. Después aquellos de clase media-baja que desaprovechan casi 305.000 toneladas. Los de clase alta y media-alta tiran unas 242.000 toneladas y los hogares más pobres tan solo desperdician 180.000 toneladas. Por tipo de familia, los jóvenes independientes son quienes más concienciados están y menos tiran, mientras las parejas adultas sin hijos son las que más volumen de alimento que no han llegado a cocinar desperdician.



“El desperdicio en España comienza cuando comienzan épocas de bonanza. Nuestras abuelas no tiraban nada, porque no se lo podían permitir. Cuando llegan tiempos de bonanza, combinados con las rutinas actuales y esa locura donde todos queremos ser los mejores en todo, queremos tener una vida más healthy, pero luego no comemos en casa, y queremos más variedad de alimentos, porque demandamos más, pero luego no nos lo comemos todo, desperdiciamos más”, explica Oriol Reull, director de Too Good Too Go, una app a través de la cual restaurantes y tiendas de alimentación pueden vender a sus clientes el excedente del día a un precio reducido, que les permite cubrir costes y evitar el desperdicio.

Donde más se desperdicia, en los hogares

Según los datos que manejan todas las partes implicadas, los hogares son responsables de la mayor parte de la comida que se desperdicia, alrededor de un 42%. del total En el proceso productivo se pierde en torno a un 39%; en las distribución, el 5%; y en restauración, el 14%. Con todo, el ministerio solo mide lo que tiran las familias. En 2014 puso en marcha la estrategia 'Más alimento, menos desperdicio', un plan que se centraba en sensibilizar a la población y realizar mediciones que pudieran mostrar el impacto real del problema, pero que no iba acompañado de medidas concretas.

Una encuesta realizada por el Ministerio de Agricultura a finales de 2017 mostraba que a un 71,1% de los encuestados le preocupaba el desperdicio de alimentos. El 89,1% creía que debían tomarse medidas para reducirlo y al 94,7% le parecía positivo que se tomasen medidas legislativas para facilitar la donación. En 2017, aún con el presidente Mariano Rajoy en la Moncloa, el Congreso aprobó un proyecto de ley encaminado, precisamente, a facilitar las donaciones de alimentos por parte de las grandes superficies, que fue aprobada con los votos a favor de todos los grupos, salvo la abstención de Unidas Podemos.

De forma paralela, la comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación del Senado viene trabajando en diferentes ponencias que han dado como resultado una serie de propuestas, publicadas en el BOE el pasado 29 de junio. Incluyen desde medidas en el etiquetado, hasta la conservación, la producción y la distribución, pero no tienen carácter vinculante, simplemente se invita a que sean tenidas en cuenta.

Multas o beneficios fiscales

Hay dos modelos de legislación que abordan este tema. En Francia se aprobó una normativa que obligaba a las grandes superficies a donar el producto sobrante para evitar una multa. “Allí más del 90% de los supermercados están en nuestra plataforma y tenemos seis millones de usuarios -en España son 400.000-. Además, hay iniciativas para cambiar el etiquetado de los productos y sustituir el 'consumir preferentemente' por 'consumir preferentemente pero igualmente bueno'”, explica Reull.

En Italia existe la conocida como ley del buen samaritano, que permite a estos establecimientos donar o no su excedente, pero premia a aquellos que lo hacen con incentivos fiscales. La propuesta española iba en la linea italiana. Las entidades del tercer sector son más favorables a una norma como la francesa aunque “lo que hay que hacer es no llegar a tener que tirar alimentos y abordar la lucha contra el hambre de otra manera. El estado tiene que poner una serie de medidas para hacerlo, no una empresa a la que le sobra comida”, sostiene Martos. Con un argumento similar justificó Unidas Podemos su abstención en la votación de la propuesta de ley de 2017.

Así las cosas, la iniciativa pública ha quedado fiada a la buena voluntad de las administraciones autonómicas y locales. El gobierno de Cantabria aprobó en abril una estrategia contra el despilfarro para 2019-2022, centrada en promover la responsabilidad en las empresas; en Castilla-La Mancha se trabaja con un decreto con medidas para evitar el desperdicio y facilitar la redistribución del excedente; en Navarra cuentan con un plan de residuos desde 2017; en Islas Baleares se publicó en abril un anteproyecto de ley de residuos y suelos contaminados que incluía esta cuestión; el Gobierno de Aragón ha publicado una guía de buenas prácticas; la Consellería de Medio Ambiente de Galicia puso en 2017 en marcha un proyecto piloto para reducir el desperdicio alimentario en la hostelería; en la Comunitat Valenciana tienen un plan contra el despilfarro; y en Catalunya el Parlament tramita una ley contra el desperdicio.

“No hay responsabilidad política”

Pero, más allá de planes y estrategias, que en muchos casos no llevan aparejadas obligaciones o sanciones, no existe una ley nacional que unifique los criterios. “Sin una ley fuerte que tenga varias patas (prevención en producción, fábricas y distribución, donación más flexible y campañas de sensibilización) es muy difícil que se solucione el problema”, indica Martos, que considera que no hay “responsabilidad política” en este sentido y que, en este tema, la iniciativa privada va por delante. “Me gustaría que lo que está pasando con el plástico en las administraciones, ocurriera con la comida”, añade Reull.

La portavoz del proyecto contra el desperdicio alimentario de la asociación de fabricantes y distribuidores AECOC, Nuria de Pedraza, indica que “si hay que legislar, lo más oportuno sería que hubiese una legislación única. Cataluña está tramitando la suya, pero si ahora llega otra comunidad y cambia las reglas del juego, muchas empresas que operan en varias comunidades, o incluso países, lo van a tener muy difícil”.

Esta asociación puso en marcha su programa contra el desperdicio alimentario en 2012, “antes de que hubiese ningún movimiento a nivel de la administración”, explica De Pedraza. “Nuestro proyecto es voluntario y se han adherido cerca de 500 empresas”, indica. Desde entonces, según datos de la asociación, que no facilita información sobre el volumen total, estas empresas han logrado reducir la cantidad de desperdicios del 1,78% en 2013 al 0,75% en 2017.

La estrategia de la asociación se focaliza en dos áreas. La primera es la prevención para atajar el excedente. “A parte de que tienen un compromiso con la sostenibilidad, detrás de cualquier desperdicio hay una pérdida económica y las empresas quieren ser competitivas y eficientes”, explica De Pedraza. La segunda se centra en evitar que el excedente que se produzca se convierta en un residuo, en línea con la economía circular. En 2015, la Comisión Europea ya adoptó un plan de acción para “cerrar el círculo” del ciclo de vida de los productos, en el que incluía los residuos alimentarios. Esta Estrategia de Economía Circular se financia actualmente a través de los Fondos EIE y del Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas.

Reducir el desperdicio un 50% antes de 2030

El desperdicio de comida también tiene un impacto medioambiental. “Se calcula que si toda la comida que se tira fuera un país, sería el tercer país del mundo en contaminación por detrás de Estados Unidos y China”, explica Reull. Entre los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU uno de los puntos indica que “1.300 millones de toneladas por valor de 1.000 millones de dólares, termina pudriéndose en los contenedores de los consumidores y minoristas, o se estropea debido a las malas prácticas del transporte y la cosecha”, mientras “el sector de la alimentación representa alrededor del 30% del consumo total de energía en el mundo y un 22% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero”. Entre las metas: reducir a la mitad el desperdicio de alimentos antes de 2030 y lograr la gestión ecológicamente racional de todos los desechos antes de 2020.

“Las empresas deben trabajar, la administración también, pero cada uno de nosotros debe ser responsable. Hemos perdido el valor del alimento”, indica De Pedraza. Para Martos, existe “una serie de dinámicas que hacen que se desperdicie”, también desde las empresas distribuidoras, cuyos “departamentos de responsabilidad social corporativa, que sí tienen en cuenta este asunto, deben luchar con los de marketing, con sus propias técnicas para que consumamos más”.

Reull se pregunta: “¿Quién tiene la culpa del desperdicio de alimentos, la restauración, el fabricante o nosotros?”. Se responde con varios ejemplos: “Tenemos un socio que vende croquetas congeladas porque si no llegan al grosor en milímetros que le pide el cliente, las tiene que tirar. Hay distribuidores que no aceptan un palé que tiene un golpe, que igual solo afecta a un producto, cuando hay más de 200 y todos van a la basura. También existe el fenómeno de la vitrina vacía: si llegamos a una frutería y vemos que solo queda una manzana, no la queremos porque pensamos que va a estar malo, lo que obliga a la tienda a producir más que la vitrina esté siempre llena. Tenemos que ser muy críticos con todo esto”.

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