Lucía le conoció a través de una aplicación móvil, quedaron en un bar, charlaron, bebieron algo y, tras la insistencia de él, fueron a su casa a cenar. Ella no buscaba sexo, solo pasar un rato. Después, la culpa: “¿Por qué subí?” fue la pregunta que le persiguió durante un tiempo. Hasta el “yo sí te creo”, Pamplona y las denuncias de acoso sexual. Ahí comenzó a sentir que no era la única. La culpa sigue haciéndose eco como una de las cosas más recónditas que arrastra desde aquel mes de octubre. Un sentimiento social que pesa sobre muchas denunciantes de violencia sexual heredero del “algo habrá hecho”.
Tras la historia de Lucía hay otro nombre. A finales de 2015 sufrió una violación por parte de un hombre al que denunció pocos días después animada por dos personas a las que les contó lo que tantas horas y lágrimas le había costado poner nombre. Empezó entonces un procedimiento judicial que aún continúa y que le ha llevado a arrepentirse: “Me han hecho sentirme más culpable de lo que ya me sentía con la agresión. Si lo sé, no denuncio”, explica a eldiario.es.
El caso está actualmente a la espera de fecha de juicio en la Audiencia Provincial de Madrid, donde será juzgado el presunto autor de un delito de agresión sexual, según el auto del Juzgado de Instrucción nº25 de la capital fechado en marzo de 2016. En él, la jueza procesa al acusado y encuentra “indicios racionales” de que Lucía, al intentar marcharse del domicilio “al que había accedido voluntariamente” y una vez que comunica su decisión de no mantener relaciones sexuales “éste, pese a las reiteradas negativas, tras inmovilizarla utilizando la fuerza física, tocarla y despojarla de sus ropas, la penetra vaginalmente”.
Salió de allí aturdida, llorando, sin saber qué le había ocurrido y se encerró en casa. Fue su compañero de piso y un par de amigas los que le animaron a denunciar. “No entendía nada, llegué a casa y ni me miré al espejo y me metí en la cama con unos dolores terribles. Cuando me fui a duchar me vi las marcas. Yo pensaba 'esto se lo cuento a la gente y me van a decir que es mi culpa porque subí a su casa'. Era como que yo sabía lo que había pasado, pero sentía que no lo podía expresar porque había ido a su piso: 'es que a mi me han hecho esto, pero claro, no puede ser', pensaba. Hasta que un compañero me preguntó qué me pasaba, se lo conté y me dijo: 'este tío te ha violado'”.
La detención
El golpe más duro vino unos días después de acudir a la comisaría. Su abogada recibió una llamada para que ambas se personaran de nuevo y los agentes mandaron entrar a Lucía sin representación letrada. Fue entonces cuando le comunicaron que estaba detenida por denuncia falsa y le sometieron a un interrogatorio. “Me dijeron que creían que no era verdad porque habían hablado con el agresor y había hecho referencia a una conversación posterior por móvil. Me llevaron a una sala, me tomaron las huellas, me hicieron una foto...Y yo me hundí, no me lo podía creer. En ese momento tenía aún las marcas en mi cuerpo. Ahí empezó la doble pesadilla”.
Las lesiones están acreditadas en un parte médico, entre ellas, varios hematomas que, según su relato, “la Policía insinuó que eran producto de la pasión”. Lucía había sido detenida tras denunciar una violación. “Preguntada por si gritó o pidió auxilio cuando era agredida sexualmente responde que no, ya que se encontraba bloqueada”. “Preguntada por qué le dice [en conversaciones posteriores] que nada de lo que hizo fue obligada, responde que no quería nada más que olvidarse y no saber nada de él”, refiere el atestado policial.
Estos mensajes fueron los que motivaron la detención, pero no han acreditado la acusación de denuncia falsa. De hecho, en un auto de marzo de 2016 la magistrada archiva este procedimiento después de cinco meses de permanecer imputada. “Durante ese tiempo estuve totalmente hundida, destrozada y con mucho miedo de no saber qué me iba a pasar, qué me podían hacer. Fue una crueldad”, dice Lucía, que insiste en que el procedimiento judicial tras denunciar violencia sexual es “un calvario” porque “sientes que no te creen”.
Más de un año de espera
Lucía lleva bajo tratamiento psiquiátrico desde noviembre de 2015 en la sanidad pública tras ser derivada por su médico de cabecera. En los informes emitidos, su psiquiatra le diagnostica estrés post traumático y shock psíquico: “Las imágenes de lo vivido se repiten e imponen acompañándose de una agudización de la angustia con crisis de pánico”, “recuerda el hecho traumático como algo irreal”, “no sabe explicar cómo pudo pasarle”, “se ve a sí misma llorando y pidiendo que la dejase marchar”, describe.
Su psiquiatra explica también los mensajes que motivaron la detención de la Policía, que, según su interpretación, dibujan una ambivalencia frecuente en las víctimas de violencia sexual. “El miedo le empuja a tranquilizar al agresor haciéndose responsable de lo vivido y al mismo tiempo va diciendo entre frases su disgusto, su miedo, su dolor físico, que no quería ir a la cama con él, lo brutal que fue con ella, para después tratar de tranquilizarlo”.
Lucía también pasó por el equipo psicosocial de los juzgados. Sus conclusiones dicen que ella presentaba ciertas “incongruencias psicológicas”. “Me hicieron ir tres veces, es un proceso frío y sin humanidad, sin protocolos. Te ponen en duda, es como si tuvieras que estar todo el rato pidiendo perdón. La primera mujer que me atendió no sabía ni que me habían detenido, sientes que contigo están cubriendo expediente. Otra de ellas, acabó la sesión diciéndome que a alguien que te agrede así tu no le mandas mensajes”.
La clínica médico forense encargada del caso avisó de que “dados los escasos medios” y “la gran cantidad de peticiones” recibidas, el departamento mantenía “un retraso de aproximadamente un año desde la fecha de entrada”. De hecho, Lucía tuvo que esperar un año y cuatro meses a ser evaluada. La lentitud de los procesos suele influir en el proceso de recuperación de las víctimas ya que se ven obligadas a prestar declaración una y otra vez durante un largo periodo de tiempo.
“Yo sí te creo”
La jueza, sin embargo, considera que el relato de Lucía es “constante, persistente, detallado, coherente y lógico” narrado “sin ambigüedades ni contradicciones”, por lo que descarta “un ánimo espurio o un móvil de resentimiento o venganza”, escribe la magistrada en el auto en el que procesa al acusado, contra el que su defensa interpuso un recurso que fue denegado tanto por la jueza de instrucción como por la Audiencia Provincial, junto a la oposición de la Fiscalía, que todavía no ha hecho escrito de acusación.
El miedo ha hecho que la mujer deba cambiarse de zona en la que vive después de dos años con temor a encontrarse al agresor. Lamenta la lentitud del proceso, que es una forma más de “alargar la agonía”. Pero ahora, dice, está preparada “para lo que venga”, ya no está “hundida” y puede hablar de ello, aunque mantenga el miedo a revivir el trauma. “No sé lo que me va a pasar, pero ahora no tengo miedo, siento rabia, tristeza, cabreo...pero hace cuatro meses me levantaba y me quería morir y ahora tengo otro poder”.
Es el poder del saber que no es la única. “No quería ni oír hablar de agresiones sexuales, pero con todo lo de Pamplona y el movimiento ”yo sí te creo“ comprendí que todas sufrimos por lo que nos hacen, pero hay un sufrimiento añadido que es el sistema. Por un lado es descorazonador, pero por otro te hace sentir aliviada porque sientes que no estás sola. Esta entrevista sería impensable hace cuatro o cinco meses. Ahora sí es posible y lo es para que otras también sepan que lo que les pasa no es culpa suya”.
Esta historia forma parte de la serie Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es. Rompiendo el Silencio