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El escrache, de Argentina al mundo

Uno de los escraches del colectivo H.I.J.O.S.

Natalia Chientaroli / Natalia Chientaroli

Muchas veces el tiempo y la gente dejan a las definiciones obsoletas. Y la palabra escrache es un ejemplo perfecto de este fenómeno. Según la RAE, escrachar es una palabra de uso en Argentina y Uruguay que quiere decir: 1) Romper, destruir, aplastar. 2) Fotografiar a una persona.

La realidad es que abarca las dos acepciones, pero las trasciende para convertirse en símbolo de una reivindicación social engendrada en la impotencia y nacida en tiempos de crisis. Se trata de señalar al culpable, de denunciarlo públicamente.

No se sabe bien cuál es su origen etimológico. Hay quienes asocian la palabra escrache con el vocablo genovés scraccé (retrato), con el término italiano scaracio (escupitajo) e incluso con el inglés scratch (arañar o rayar), pero la expresión forma parte del lunfardo desde siempre. En este lenguaje popular rioplatense escrachar es poner en evidencia a alguien, revelar sus malas intenciones o acciones.

Por eso la asociación H.I.J.O.S (que nuclea a hijos de desaparecidos durante la dictadura argentina) la eligió para denominar a las acciones destinadas a descubrir a personas que habían participado de la represión militar y que, en libertad gracias a las leyes del gobierno de Raúl Alfonsín y a los indultos de Carlos Menem, gozaban de cierto anonimato y vivían como respetables vecinos.

La primera vez

El primer escrache fue a mediados de los 90, cuando una superviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros de detención de la dictadura, descubrió que en el sanatorio Mitre de Buenos Aires trabajaba el obstetra Jorge Luis Magnacco, el mismo que se encargaba de los partos de las mujeres detenidas en la ESMA. Se organizaron marchas de su casa a su trabajo. Se pegaron carteles con su cara en los que constaban sus crímenes en los alrededores del hospital y en su barrio. El efecto del escrache fue inmediato: Magnacco fue despedido y su comunidad de vecinos le pidió que se marchase.

Desde aquella primera acción muchos han sido los personajes relacionados con la dictadura –unos poco conocidos, otros de primera línea como el ex presidente de facto Leopoldo Galtieri- que vieron expuestos públicamente sus delitos. “Si no hay justicia, hagamos que el país sea su cárcel” era el lema de H.I.J.O.S.

Pero el escrache traspasó los límites de la memoria histórica y se convirtió en una forma de expresar descontento y reprobación a políticos –ministros incluidos- y hasta a los gerentes de un banco quebrado. Su abanico de cargos también se amplió para incluir desde los derechos humanos a la violencia, la corrupción, el autoritarismo

o la impunidad.

Protestar con arte

Manifestaciones, pegada de carteles, performances. El escrache tiene mil formas. Incluso algunas de alto nivel artístico. De hecho, el grupo Etcétera, que se hizo conocido por sus performances en los escraches de H.I.J.O.S, ganó hace unas semanas en Bolonia el II Premio Internacional de Arte Participativo, ha dictado conferencias sobre la relación del arte con la acción ciudadana en universidades estadounidenses y, más recientemente, en la Tate Modern, en Londres.

Además, el escrache es uno de los inventos argentinos–o pseudo inventos, como las caceroladas- que mejor se ha exportado, a los países del entorno (en Chile se lo llama funa y en Perú, roche) y ahora a España.

Aunque el espíritu del escrache es organizado y sorpresivo, en algunas ocasiones ha surgido espontáneamente. Hace muy poco uno de los miembros del gobierno de Cristina Kirchner fue increpado por decenas de pasajeros en un viaje privado en barco de Montevideo a Buenos Aires. Esto encendió nuevamente la polémica sobre si el escrache es un legítimo ejercicio de la libertad de expresión o una acción de violencia pasiva sobre las personas y su intimidad. Un dilema para el que hay argumentos de todo tipo y que está lejos de resolverse.

Lo que sí parece generar cierto consenso es que la sociedad puede tomar un papel activo ante las injusticias y llamar la atención sobre determinados problemas o para exigir soluciones a las instituciones.

Por cierto, Magnacco, el primer escrachado, fue condenado años después por el robo sistemático de bebés durante la dictadura. Y hace cerca de un mes fue grabado por miembros de H.I.J.O.S. mientras iba de tiendas, violando el arresto domiciliario. Sus beneficios fueron revocados y volvió a la cárcel.

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