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Fatiga tras la COVID-19: ¿culpa del virus o estrés postraumático?

Personas con mascarilla en una céntrica calle de Pamplona, Navarra

Frances Williams

6 de agosto de 2020 20:32 h

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Las personas que han estado gravemente enfermas y han sido tratadas en unidades de cuidados intensivos han de contar con unos cuantos meses para recuperarse por completo, independientemente de la dolencia que tengan. Sin embargo, con la COVID-19 se observa que la recuperación también es muy larga en aquellos pacientes en los que la enfermedad cursó de forma leve y que, por tanto, no fueron hospitalizados.

La fatiga extrema, las palpitaciones, los dolores musculares, los pinchazos y las agujetas son solo algunos de los muchos efectos secundarios que están en consideración hoy. Alrededor de un 10% de los 3,9 millones de personas que participaron mediante una app en un estudio para conocer los síntomas del nuevo coronavirus (COVID Symptom Study app) afirmó que los efectos de la enfermedad se mantuvieron durante más de cuatro semanas.

La fatiga crónica, clasificada como aquella que dura más de seis semanas, se observa en marcos clínicos que van desde el tratamiento para el cáncer hasta la artritis inflamatoria. Puede llegar a ser incapacitante. Si un 1% de las aproximadamente 290 000 personas que han tenido la COVID-19 en el Reino Unido siguen encontrándose mal a los tres meses de haber contraído la enfermedad, a día de hoy hay aún miles de personas para las que es imposible regresar a su puesto de trabajo. Probablemente tendrán necesidades complejas para las que los sistemas sanitarios no están preparados en la actualidad.

La COVID-19 no es la única causa que justifica la fatiga crónica. Esta aparece después de otras infecciones virales como el virus Epstein-Barr, el cual provoca una mononucleosis infecciosa (igualmente conocida como fiebre glandular). También se observa en una cuarta parte de la población infectada con el SARS que asoló Hong Kong en el año 2003.

A la hora de tratar la fatiga crónica, hasta la fecha el énfasis se había puesto en un tratamiento eficaz para la enfermedad subyacente, con idea de que esto disminuyera la fatiga. Sin embargo, no hay una medicación específica para la mayoría de las infecciones virales y, puesto que la COVID-19 es tan nueva, aún se desconoce cómo tratar la fatiga que genera.

¿Qué podría causar la fatiga poscoronavírica?

Si bien sabemos que la fatiga duradera sigue a otras enfermedades virales, para la mayoría el mecanismo resulta desconocido. Uno de ellos podría ser una infección vírica persistente en pulmones, cerebro, tejidos grasos u otros lugares. También podría deberse a una respuesta inmune prolongada e inapropiada después de la infección.

Pese a ello, un estudio publicado en 2018 arrojó algo de luz. Cuando a los pacientes con hepatitis C se les administró un tratamiento a base de una sustancia química denominada interferón-alfa, unos cuantos desarrollaron una enfermedad similar a la gripe. En otros se produjo una fatiga posviral.

Los investigadores han estudiado esta «artificial respuesta a la infección» como un modelo de fatiga crónica. Hallaron que los niveles basales de estas dos moléculas en el cuerpo que promueven la inflamación (la interleuquina 6 y 10) predecían el desarrollo posterior de fatiga crónica en los pacientes.

Resulta de especial interés el hecho de que estas mismas moléculas proinflamatorias son vistas en la tormenta de citoquinas de muchos pacientes muy afectados por la COVID-19. Ello sugiere que podría haber un patrón de activación del sistema inmune durante la respuesta viral que sea relevante para los síntomas manifestados.

El exitoso uso de tocilizumab (un tratamiento que reduce el impacto de la interleuquina 6 y reduce la inflamación) en los casos graves de COVID-19 también apoya la sospecha de que la interleuquina 6 podría estar desempeñando algún tipo de papel.

The Conversation

Qué necesidades se presentarán

En TwinsUK del King’s College London, el mayor registro de gemelos adultos del Reino Unido con fines científicos, se investigan los factores genéticos y medioambientales que influyen en la enfermedad mediante el estudio de gemelos.

Con la app COVID Symptom Study se examinan los síntomas más duraderos. Para ello, se envían cuestionarios a gemelos adultos voluntarios registrados en la base de datos, muchos de los cuales se habían incluido bastante antes de la pandemia, en estudios de sistemas inmunes. Desde aquí nuestro objetivo es definir un síndrome poscovídico y prestar atención a los marcadores sanguíneos para explicar cómo los mecanismos inmunes contribuyen a los síntomas a largo plazo.

Se trata de un estudio cuyo diseño plantea varios retos: las personas con COVID-19 han tenido más que una simple infección viral sufrida en un contexto de normalidad. Han caído enfermas en un momento en que el mundo experimentaba un cambio social sin precedentes. A su alrededor, restricciones de movimiento y un periodo rebosante de ansiedad en el que era complejo cuantificar los riesgos, puesto que bombardeados informativamente las 24 horas del día. Un buen número de pacientes pasó la enfermedad en casa y se sintió a las puertas de la muerte.

Por este motivo, se está estudiando también el estrés postraumático, puesto que la interpretación de los síntomas comunicados ha de hacerse en su contexto.

La fatiga crónica no es competencia de una única especialidad médica, por lo que a menudo se pasa por alto en la carrera y los médicos apenas están formados para diagnosticarla o para tratarla. No obstante, es cierto que en los últimos meses se ha avanzado algo al respecto y que ya se dispone de formación online para profesionales de la salud, con el fin de que aprendan a abordar al menos los casos de aquellos pacientes cuya sintomatología es más acusada.

También se cuenta con directrices para pacientes y pensadas para ayudarlos a lidiar con la fatiga crónica y a mantener la energía. De entre todas las recomendaciones cabe destacar la que insiste en que apuntarse al gimnasio y forzarse a hacer ejercicio es negativo, y que no hace sino retroceder a la gente. Los pequeños esfuerzos, tanto mentales como físicos, deberían ir seguidos por dosis de descanso. La vuelta al trabajo, cuando llegue, tendría que ser también un proceso gradual y escalonado. Aprender a marcar el ritmo de las actividades está cada vez más a la orden del día.

Frances Williams es profesora de “Genomic Epidemiology” y “Hon Consultant Rheumatologist” en el King's College de Londres.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leerlo aquí.

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